Shinobu Kochou, la hija de una adinerada familia, recuerda los momentos más importantes de su infancia vividos con su hermana mayor, y sus amigos, especialmente un niño llamado Giyuu.
En realidad, su mente vaga especialmente en los recuerdos de él...
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Las noches favoritas de Shinobu, era cuando la luna estaba llena. Para ella, ver el mundo bañado por una luminosidad plateada en medio de la oscuridad era maravilloso. Era como un espectáculo especial, observar la noche bañada por luz, pero aún predominando la oscuridad.
Durante la luna llena de cada mes, ella esperaba despierta en la negrura de su habitación a que dieran unos golpes en su puerta. Del otro lado, Giyuu la estaba esperando.
Debido a la falta de luz, él no podía ver su sonrisa. Solamente buscaba su mano por instinto y tiraba de ella fuera de la habitación. Entrelazaban sus dedos para no separarse y comenzaban a caminar con el mayor de los sigilos por los pasillos de la mansión, hasta llegar al pórtico exterior, donde los recibía el frío natural de la noche. Aquella en especial era fría, Shinobu se encogió a su lado y él la rodeó con un brazo para intentar darle calor.
La luz plata de la luna ahora podía permitirle ver su cara. Shinobu sintió cosquillas en el estómago cuando vio el rostro de Giyuu, que ahora era menos redondo y aniñado que el año anterior. Sus ojos azules brillaban con intensidad, como si fueran un par de zafiros. Su corazón se aceleró cuando él le dio una sonrisa amable.
Pero no se quedaron allí mucho tiempo. Él volvió a tirar de ella, dejaron el pórtico y el césped bajo sus pies desnudos les hizo cosquillas. Shinobu deseó que sólo existieran ellos dos, y que se pudieran quedar dormidos juntos bajo las estrellas en aquel jardín, sin temor a despertar al día siguiente y ser descubiertos.
Llegaron al puente que atravesaba el estanque de los koi. Se detuvieron en la mitad, y se sentaron. Apoyaron sus brazos en uno de los barrotes de madera, mientras sus pies se deslizaron debajo de este, a escasos centímetros del agua.
La luna estaba especialmente brillante esa noche. Estaba reflejada perfectamente en el agua del estanque, lo que les brindaba más iluminación. Lo único que se escuchaba eran los grillos, algunas ranas que vivían en el estanque, y el agua corriendo por la fuente. Para una niña de 8 años como ella, presenciar ese tranquilo paraje con una de sus personas favoritas, era el significado de estar viva, y era como estar en el paraíso.
Giyuu se quedó sonriendo y observando a la niña cautivada por el panorama como si estuviera embrujado por ella. De hecho, probablemente era así. Su pálido rostro parecía de plata, como si fuera un tesoro. Al menos eso era para él.
—La luna de esta noche está preciosa, Giyuu-kun. —fueron las primeras palabras dichas esa noche. —Me encanta verla. Me gusta mucho la luna.
Y a él le encantaba verla a ella mirando la luna. Alzó su vista al firmamento, un extenso e infinito páramo negro azulado bañado por millones y millones de estrellas. Aquella infinidad de universo le hizo cuestionarse lo pequeña y efímera que era su propia vida. Era menos que un grano de arroz en un arrozales, incluso menos que un grano de arena en el mar. Pero cuando estaba con Shinobu, sentía que eran dos cuerpos celestes, que todo el resto de la existencia se reducía a ellos dos.
