Shinobu Kochou, la hija de una adinerada familia, recuerda los momentos más importantes de su infancia vividos con su hermana mayor, y sus amigos, especialmente un niño llamado Giyuu.
En realidad, su mente vaga especialmente en los recuerdos de él...
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A veces, Shinobu pensaba en él. Algunas veces, en las conversaciones, salía a relucir su nombre, y comenzaban a recordar viejos tiempos. Ella participaba en la charla con una sonrisa, fingiendo que también acaban de recordarlo; pero lo cierto era que pensaba en él todos los días.
No significaba que estuviera todo el tiempo en sus pensamientos. Tampoco era lo primero en lo que pensaba al levantarse, o lo último al acostarse. Simplemente, todos los días, en algún momento, su imagen le llegaba a la mente. Si estaba en la sala de estudios, se recordaba a sí misma allí sentada junto a él. Si iba a la cocina, recordaba cuando iban por bocadillos. Si decidía ir a los establos, recordaba cuando iban a acariciar a los caballos. Pero en especial, si iba al jardín trasero, en el puente que atravesaba el estanque de carpas, podía recordar todas las veces que estuvieron juntos allí.
Los humanos tienen alrededor de 60.000 pensamientos diarios, y al menos uno de todos esos era sobre él, todos los días de su vida.
El primer recuerdo de Shinobu fue a la edad de tres años, escuchando una canción de cuna de su madre. A partir de ese momento, había uno y otro recuerdo borroso hasta llegar a los cuatro años, cuando llegaron los hermanos Tomioka a trabajar en la mansión.
—Shinobu-sama, Kanae-sama, él es Tomioka-kun, a partir de hoy estará al servicio de ustedes dos. —les indicó su institutriz.
El niño hizo una inclinación hacia ellas, y luego las niñas les respondieron de la misma manera. Shinobu, que era la más joven en aquella habitación, no pudo dejar de ver aquel nuevo rostro que le causaba curiosidad. El chico debía tener la misma edad que su hermana mayor. Sus ojos eran de un color azul, como el mar en las ilustraciones de los libros. Tenía un semblante serio, pero al mismo tiempo, le daba la impresión de que estaba nervioso. Los mechones negros de su cabeza parecían ser muy abundantes, le hizo preguntarse qué se sentiría tocarlos.
Al principio Shinobu no comprendió muy bien el papel de Tomioka en sus vidas. Estaba al servicio de ellas, pero, ¿y qué? Todos en la casa lo estaban, técnicamente.
Tomioka iba con ellas a todas partes. Al principio le incomodaba que un niño estuviera invadiendo su espacio. Su vida había sido muy maravillosa y perfecta estando sola con su hermana, ella era su única y más cercana amiga. Que alguien más llegara a modificar ese ecosistema que había creado en su casa no le agradaba.
Pero en especial le molestaba lo cómoda que estaba Kanae con él. Rápidamente se entendieron, y eso solo hizo enojar a Shinobu más, de tener que compartir la atención y el tiempo de su hermana con aquel chico.
Tomioka era un niño serio cuando estaba frente a adultos, pero en realidad, cuando estaban solos, era alguien risueño e inocente. Pasaba prácticamente todo el día con ellas, desde las lecciones en la mañana, hasta los juegos por las tardes. Shinobu estaba irritada de que hubieran interferido en su estilo de vida.
