Prologo

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   ¿Cuándo se empezó a sentir así con él? No lo tenía muy claro, pero sabía (o al menos imaginaba) qué lo podría haber causado.

   Quizás sus pecas esparcidas como estrellas, su pelo rizo, suave y verdoso, su sonrisa, quizás su carisma, su bondadoso corazón, sus manos; etcétera, etcétera.
  Bakugou comenzaba a anotar en cualquier lado todo lo que le comenzaba a gustar del peliverde; absolutamente todo, sus manías, talentos y defectos por igual, y cada día, encontraba algo nuevo que le gustaba, aunque a veces lo repetía.

   Las últimas hojas de su cuaderno tenían anotaciones de aquello, en todos sus cuadernos estaban, en sus libro también, de forma aleatoria, con letra minúscula y en lugares casi imperceptibles; y es que era esta la razón principal por la que no le gustaba prestar sus cuadernos, ni a sus amigos, mucho menos a sus compañeros; para todos, era de esperarse debido a su carácter áspero; para suerte del ojirubí, nadie tenía manera de sospechar o cuestionarse del porqué el rubio fuera así de posesivo con sus cosas, para todo el que lo conociera desde hace tiempo -inclusive quien lo conociera muy poco, o tuviera una impresión de él a primera vista-, se esperaría algo como eso.

   Era la última hora de la clase de literatura, al grupo se le había asignado realizar una exposición del resumen y mensaje del autor de algún libro que fuera del interés del equipo a exponer, equipos que gracias a la autorización del profesor fueron creados por los propios compañeros.

  —El equipo de Iida Tenya, pase a exponer por favor- habló el profesor.

   Cuatro jóvenes se levantaron de su asiento, tres chicos y una chica, tres de los cuales, uno se levantó del asiento colocado detrás de él, y caminó de manera intranquila hacia el frente de la clase junto con los demás compañeros de su equipo, de aquel cuerpo pequeño deslumbraba una tierna cabellera verdosa. Bakugou inmediatamente prestó más atención, observando al joven pecoso que yacía enfrente de toda la clase, lo observaba con detenimiento, de pies a cabeza, grabando su imagen, y haciendo lo posible para que su mirada no fuera percibida por nadie que no fuera el joven peli verde.
  Sus tres acompañantes comenzaron a exponer, y los nervios del menor también se desprendieron cada que le tocaba hablar a él.

   Los cuatro mostraban reacciones diferentes, pero evidentemente estaban nerviosos, un joven albino con cabello de dos colores hablaba con la mayor neutralidad posible, pero evidentemente le temblaban las manos, y se mostraba recto, sin dar algún otro movimiento, como si de ver un tronco se tratase. La chica regordeta y castaña a su lado mostraba su timidez a más no poder, sus mejillas estaban rojas, temblaba por los nervios y hablaba más rápido de lo usual, e Iida, el jefe del grupo; que a pesar de ya estar más acostumbrado a hablar frente a toda la clase se mostraba inquieto y jugaba con sus manos, escondiéndolas o haciendo sus típicos ademanes con éstas, pero mucho más exagerado de lo que se habituaba.

Bakugou dejó de mirarlos concentrándose específicamente en aquel pecoso que tanto alboroto provocaba en su cabeza; el pobre muchacho, estaba rojo a más no poder, bajaba la mirada cada que podía y jugaba con sus manos como si esto lo fuera a relajar de lo que venía al tener que toparse de frente con la mirada de todos sus compañeros hacia él, atentos a lo que hacía o decía. A Bakugou le parecía tierno verlo tan avergonzado, lentamente fue hacia la última hoja de su cuaderno de literatura y lo anotó; aquella hoja, ya estaba casi llena del mismo contenido del que lo estaban las últimas hojas de todos los cuadernos del pelicenizo, aunque esta estaba más vacía que las otras; Bakugou consideró apropiado buscar que haría con todo esto en el momento en que dejó de anotar y se dió cuenta de todo el contenido de la hoja.

Cuando estuvo mirando su propio cuaderno el sonido de una dulce voz en tono tímido y avergonzado llegó a sus oídos; dirigió su mirada al frente observando que ahora era el pecoso quien estaba hablando por su cuenta acerca de quién sabe qué de la exposición. No prestaba atención a las palabras del joven, pero se deleitaba con el propio sonido de su voz.

Miró sus labios, delgados y un poco rosados, sintió unas inmensas ganas de tomarlos, juntarlos con los suyos e impedir que nunca pudieran ser tomados por nadie más que él. A lo lejos se podía ver, en sus ojos, como el deseo de aquella fantasía suya lo carcomía por dentro; por su mente, muchos otros escenarios pasaron, escenarios que tenían como protagonista a ese joven de ojos esmeraldas, quien se desvivía por el rubio, se entregaba a él sin ningún tipo de duda o arrepentimiento y ambos se dejaban llevar por la enorme lujuria y deseo que mantenían guardados desde hace mucho.
Se dió cuenta de todo lo que estaba comenzando a pensar, e intentó salir fuera de esa burbuja llena de ilusiones y fantasías donde el pecoso se involucraba, de maneras lascivas e incluso pervertidas; se retuvo, guardó en lo más profundo los deseos de pasión que estuvieron a punto de hacerse presentes en su rostro; miró nuevamente al pecoso, quien hablaba un poco mas calmado que antes. Sus demás compañeros comenzaron a hacerle preguntas, y éste siempre respondía con una sonrisa.

—¿Y entonces qué hizo el niño después?
—Es lo que acabo de decir Kaminari-kun -el pecoso río por la lentitud de su amigo hacia lo que hace un momento explicó con detalle.

Los demás en su clase no se quedaron atrás, al empezar a soltar pequeñas risas y comenzar a bromear con el rubio de ojos ámbar. Bakugou no estaba contento con ello, quería que se callaran para volver a escuchar la voz del menor, y así sucedió en el momento en que el profesor pidió absoluto silencio. La exposición de los cuatro jóvenes continúo, el pelicenizo sólo bajo la mirada escuchando el sonido de la voz del joven de nuevo, sin importarle nada más; evidentemente no se daba cuenta que el proveniente de aquel sonido, que para Bakugou se había convertido en su favorito, lo miraba de manera insistente y disimulada, buscando quizás llamar su atención, buscando ser visto para sentirse completo, pero al parecer no funcionó, y su amigo de lentes concluyó con la exposición.

Los aplausos de sus compañeros lograron hacer que Bakugou mirara de nuevo hacia en frente mirando la reverencia que sus cuatro compañeros hacían hacia los demás de su clase, los tres últimos, con la debida aprobación del profesor, fueron casi corriendo a tomar sus respectivos asientos con el interés de no estar al frente ni un segundo más. El pecoso pasó hacia su fila mirando insistente hacia el rubio.
A Bakugou le fue imposible no notarlo, y lo siguió con su mirada hasta que estuvo casi en frente de él; el peliverde sonrió cuando ese momento pasó, el cenizo se dió cuenta que un leve sonrojo se comenzó a formar en las mejillas del antes mencionado, lo que hacía recalcar las pecas de su rostros. El cenizo no respondió el gesto y apartó la mirada cuando éste ya se había colocado detrás de él para acomodarse en su asiento; miró a la ventana buscando disimular, sintió su propio rostro arder y su corazón latir con fuerza; "¡Déjalo ya, alguien se dará cuenta", se gritó a sí mismo.

El chico peliverde detrás de él contemplaba su cabellera alborotada y su espalda, sin ningún tipo de disimulo o pena, soltó un leve suspiro sin que nadie se diera cuenta.

𝙴𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚌𝚞𝚊𝚝𝚛𝚘 𝚙𝚊𝚛𝚎𝚍𝚎𝚜  ఌ𝙱𝚊𝚔𝚞𝚍𝚎𝚔𝚞ఌDonde viven las historias. Descúbrelo ahora