CAPÍTULO IV: PRIMEROS MESES

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Bombones y otros nuevos intereses

Al cuaderno que trajo de las termas apenas le quedan algunas páginas en blanco. Durante el mes que lleva en el Castillo, su habitación se ha ido llenando poco a poco de cosas variadas: Libros de arte, filosofía y magia, biografías de magos famosos, dibujos, piedras con formas y colores extraños... La pandereta cuelga de la pared, con todo su colorido y hay algunas plantas cerca de la ventana. A Haku aún se le hace raro tener ese espacio para él, para sus cosas. Tener pertenencias es algo a lo que no había dado importancia nunca antes. Siente que ha avanzado mucho, tanto en magia como aprendiendo otros temas que le interesan, así como en la relación con Cálcifer y su maestro. Aunque se mantiene respetuoso con ambos, siente que tiene amigos por primera vez. Le gustan las clases, pero también le gusta cuando hablan de cosas sin importancia, cuando Howl y él se compinchan para sacar de quicio a Cálcifer, cuando este último le da la razón a él vez de a su maestro con respecto a algún tema y cuando simplemente los tres comparten la sala de estar, cada uno con sus cosas.

Una noche, tras estar fuera todo el día, Howl llega con una caja roja de apariencia lujosa. Está llena de bolitas de chocolate, cada una con un interior sorpresa que tienen que ir descubriendo. Haku hace una mueca al morder una rellena de menta y le tiende el trozo restante a su maestro, quien lo toma cauteloso. Pero al morderlo, Howl se ríe.

—No me creo que no te guste el chocolate con menta —mientras, Haku finge un escalofrío—. Es mi favorito.

Sin embargo, pasa justo lo contrario cuando Howl muerde una bolita rellena de crema de naranja, la cual odia. A Haku parece encantarle. El mago está contento de que su aprendiz esté desarrollando poco a poco su personalidad. Muchas veces coinciden en gustos, pero muchas otras no y eso le gusta. Haku está aprendiendo muchísimo (y muy rápido) de él, pero sin convertirse en una copia suya. No se arrastra tras él imitándole en todo, sino que le trata como a un igual, siempre convencido de que sus propios gustos son igual de válidos que los de su maestro. A Howl, que está acostumbrado a que la gente le trate o con fanatismo o con miedo, ese nuevo trato le gusta.

Ojos fríos de bruja

Howl ya sabe que es más probable que lluevan panecillos de leche, pero de algún modo esperaba algo de preocupación por parte de Yubaba sobre el bienestar de su pupilo. "¿Está comiendo bien?" "¿Durmiendo bien?" "¿Teniendo una experiencia agradable?". Pero las preguntas de la bruja son más como "¿Qué le estás enseñando?" "¿No estarás usando sus poderes para tu beneficio?" Esa posesividad tan lejos de lo maternal le ofende, y no entiende cómo no ofende a Haku.

Cuando van a las termas para una reunión de seguimiento tras un mes en el Castillo, Haku parece que nunca ha salido de allí. Regio, tan "correcto" que roza lo mecánico. Aunque nunca lo admitiría, a Howl le intimida cuando se pone así. Por un momento tiene el fugaz pensamiento de que allí el chico parece más joven. Yubaba exige verle sólo un instante, como para comprobar que sigue entero. El mago se pregunta si se dará cuenta de que ya no tiene el parásito, y de si le implantará uno nuevo. Pero la vieja bruja parece conforme y le ordena que se retire. Cuando se quedan solos, le exige a él.

—Muéstrame la marca.

Howl vacila unos instantes, pero sabe que no tiene sentido resistirse. Se levanta la camisa y ahí está, sobre su pecho. El sello. Yubaba sonríe.

—Muy bien. Ahora dime, ¿cuánto hace que expulsó mi hechizo? —Howl baja la mirada— Me has decepcionado, Howl, esperaba que me lo dijeras tú mismo. ¿O pensabas que no me daría cuenta?

—No lo recuerdo, fue al cuarto o quinto día. Ni siquiera llevaba una semana en el Castillo. Yubaba, hasta que no lo expulsó no fue capaz de progresar...

Haku's Moving CastleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora