272 días después 6:32 pm

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—Muchas gracias, Miya-san. Me sentí tan emocionado...

Kōtarō se apresuró en envolver en sus brazos a un conmovido Keiji, repartiendo besitos en su frente y mejillas, susurrándole que todo estaba bien. Y cómo no. Estos dos estaban a punto de tomar su luna de miel en Norteamérica, escogiendo un camino parecido al que tomó su hermano menor: legalizar su unión en una patria que no les pertenecía y sin embargo les daba la oportunidad de acogerlos y validar sus casi diez años de relación a través de cuantioso papeleo. Bokuto se había esmerado mucho en recordar sus antiguas lecciones de inglés desde que tomaron la decisión; aunque le costó mucho que Akaashi aceptara, incluso teniendo que ceder a los días que este le había pedido para considerar el gran paso que esta unión significaba en sus vidas y rutinas. Atsumu les envidiaba en demasía, no obstante convenciéndose de que se trataba de envidia de la buena. Porque los veía de lejos y solo pensaba: Maldición, espero que también me toque un amor así, ¿qué debo hacer para conseguirlo? Y por si fuera poco, Akaashi el tierno aseguraba que le había encantado la canción que tocó para ellos. El rubio se sentía impuro, indigno de atestiguar la felicidad de ese par de santos, así que agradeciéndoles nuevamente por la oportunidad, decidió tomar un descanso y escabullirse de todo por un momento mientras el resto continuaba con la celebración.

Era una finca inmensa en la que se encontraban, y según la prensa de espectáculos —cuyos numerosos intentos de cubrir el evento fueron fallidos—, pertenecía a la acaudalada familia de Bokuto. Millonarios o no, se dijo por un momento, siento que los baños están muy lejos.

Al fin pudo dar con ellos, acercándose a los tocadores y exhalando un suspiro. Lo bueno de encontrarse solo en la estancia era poder dejar que la nostalgia lo embargara a él y a su reflejo en el espejo. Lo malo, la puerta volvió a abrirse y los ojos prietos de Sakusa Kiyoomi lo encontraron a través del cristal, llenos de interrogantes y palabras a punto de estallar.

—¿Podemos hablar un segundo?

El sonido del agua perdiéndose contra el escape del lavamanos de pronto se sentía muy rudo contra la atmósfera que se formaba.

Atsumu cerró la llave, girando hacia Sakusa y apoyándose contra el tocador. Asintió lentamente, una sola vez, y el otro se acercó un par de pasos más hasta quedar frente a frente, excepto por su rostro, desviado hacia el suelo al no poder hacer el contacto visual que estuvo esperando.

—Cant... la presentación estuvo genial —comenzó dudoso.

—Gracias...

—Y, y te ves muy bien, también.

Miya contuvo un suspiro, sin saber exactamente cómo es que el otro lo había encontrado ahí. Recordó haber tenido mucho cuidado evitando cruzárselo toda la tarde, y en el momento en que estuvo sobre el escenario, no reparó en los rostros de la multitud, sólo se había dejado llevar por la música.

Hoy no tenía energías para hacerse el fuerte, lo sabía.

—Solo —continuó el pelinegro—, solo quería saber cómo estás. Nadie sabe si volverás a jugar; Hinata no me ha contado nada, y yo... Yo, bueno, ya sabes. Sigo pensando en que te debo unas disculpas.

—Estoy bien —la suave voz de Miya se quebró en el último diptongo y carraspeó—. Ya hablamos de esto, ¿no? No tienes que disculparte por nada.

—¿No volverás a jugar?

Cuando Sakusa hizo el ademán de acercarse medio paso más, ambas miradas conectaron. El tormento en las pupilas del primero, el duelo en las pupilas del segundo. Ambos imposibilitados de expresar con palabras el dolor que estaban sintiendo, por más que lo intentaran; tal vez uno de ellos arrepintiéndose de sus acciones, quizá el otro gritándole internamente a su corazón que se calme, que no haga una escena. Que no estropee el esfuerzo de todos estos meses por superarlo todo.

—Ya te perdí, ¿cierto?

Mirarlo a los ojos ahora solo le confirmaba que aunque lo negara mil veces, no tenía escapatoria. Su amor por Sakusa Kiyoomi se mantenía en carne viva, oculto bajo una miserable capa de distracciones y rítmicas canciones, pero latiendo con violencia dentro de sí. Mirarlo a los ojos ahora y ver sus pupilas llenas de lágrimas a punto de desbordar lo empujaba a replantearse todo, romper la distancia entre sus cuerpos, acunarlo entre sus brazos y eliminar de raíz ese sufrimiento suyo que le estaba destrozando por dentro.

Mirarlo a los ojos, además, era recordar cuánto tiempo y cuántas noches durmió a su lado estrujando el corazón, rompiéndose el cerebro al pensar en las infinitas diferencias entre ambos a las que él solía referirse con doloroso desdén mientras Atsumu quería enterrarlas con indiferentes sonrisas. Su temperamento impulsivo contra la lógica seriedad de Kiyoomi. Sus manías y desorden contra las normas y costumbres. Sus intentos de convencerse de que los polos opuestos se atraían, mientras lo observaba renegar porque él quisiera tomarle de la mano una tarde de domingo. Y él callándoselo todo, creyendo que esforzarse y soportar eran su deber en lo-que-sea-que-tenían como relación. No pueden vernos juntos, gruñía Kiyoomi, o empezarán a hablar. Odio las habladurías.

Dieciocho meses.

A través de las lágrimas, los gritos internos de Sakusa colmaban todos los rincones de su ser. Había perdido, lo entendía. La oportunidad de tener cada amanecer acurrucado en su pecho a ese niño de metro ochenta y siete, refiriéndose a él con dulces sobrenombres, divagando entre caricias sobre las próximas vacaciones que podrían tomar juntos o el viaje a Hyogo para cenar con su hermano; todo eso estaba perdido. Planes que nunca realizarían, fechas a las que nunca llegarían. Tiernas confesiones espontáneas que lo sorprendían desde la primera noche, en el cumpleaños de Komori, en que sucumbió ante sus muestras de afecto por primera vez, seguro de que se trataba de algo efímero, producto de esa tensión extraña que surgía entre ellos desde que eran solo un par de adolescentes. Un encuentro fugaz que creyó no tendría consecuencias a futuro. Una compenetración tan natural, que supuso que lo correcto era negarse a someterse desde el primer instante, negarse también a cooperar en lo-que-sea-que-tenían como relación. Priorizando sus temores por sobre la oportunidad de disfrutar del primer querer sincero en su vida.

Dieciocho meses.

Que su lamento fuera silencioso volvía todo más real. Los dedos de su mano derecha encargándose de esos ríos inestables que atravesaban sus mejillas. Susurró un lo siento con los ojos hacia el techo, parpadeando rápidamente, sin saber bien qué más podía añadir a su deplorable exhibición de sentimientos.

—De veras lo siento, Atsumu. Hice todo mal... espero que me perdones, en serio. Lo- lo siento tanto...

Y el rubio intentando dominarse para no saltar sobre sus brazos, por más que quisiera, por más que estuviera a punto de quebrarse por su propio llanto, necesitaba escapar.

—Yo... Debo irme; le prometí a Hinata cuidar de él si bebía...

Dos, tres, cinco pasos hacia la puerta y sin mirar atrás. La figura de Sakusa ahora de espaldas al espejo y sus rodillas impactando contra el frío suelo. Una corta risa lastimera atajando las lágrimas que descendían, sintiéndose el ser más patético de la historia, sabiendo que ni él mismo se perdonaría el modo en que había perdido a su primer amor. El último chance de exteriorizarlo, quizá hasta de decir adiós.

Atsumu no volvería a su vida.

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tranqui, que ya el domingo acaba.


m.

Basado en hechos reales | Sakuatsu  [Haikyuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora