92 días después 1:30 pm

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El cielo despejado parecía bramar a los mortales que aquel día podían esperar una señal del universo y dejar que las cosas simplemente sucedieran. No habían árboles meciéndose contra el viento ni aves trinando en las alturas y sin embargo, la pacífica luminosidad del mediodía brindaba un aura difícil de rechazar, sin importar si se enfrentaba al ser más realista en la vida o al más intrépido de los pesimistas. Brillantes rayos de un sol de invierno se colaban por los ventanales del aeropuerto, manifestándose para todo aquel que percibiera esa poderosa energía, e impidiendo que Atsumu pudiera leer con facilidad las notificaciones de su teléfono, inclusive con el realce aumentado al máximo. Porque bueno, tal vez era él una excepción en la quietud de ese día. Quietud doblegada por el sonido de los aviones cruzando los aires y su mal humor por no ser capaz de visualizar nada en la pantalla de seis pulgadas.

Gruñía mientras la acercaba a su rostro y entornaba los ojos.

Al cabo de un buen rato no fueron necesarios más intentos cuando oyó una desganada voz que se le hizo familiar, llamándole por el apellido que ahora compartían.

—Oi, Miya.

Y ahí estaban, sus tórtolos favoritos.

Eran incontables las ocasiones en que había visto a Rintarō ocultar las manos en los bolsillos, como encubriendo sus planes macabros de conquistar el mundo cibernético con el arma de última generación siempre predispuesta desde su escondrijo a cumplir con los deseos de ese zorro maquiavélico; hoy, empero, el detalle de ver que era la mano de su hermano —sangre de su sangre, mugre de sus uñas y el eterno grano en su trasero— la que era sostenida desde el escondite de tela en su cortaviento, le otorgó por fin la esperada calidez del corazón que lograba combinar con el día que hacía allá afuera, en pleno agosto.

Por supuesto que no iba a admitirlo en voz alta.

Miya Rintarō sería causante de que Samu ganara la maldita apuesta y lo sabía, pero a la vez, le hacía feliz.

Parecía que era su destino contemplar desde su posición cómo otras vidas alrededor de la suya lograban encontrar la dicha y bendición de ser amados; mientras él, bueno, al menos tenía salud. Al menos aún era capaz de sentir el amor y la felicidad que lo circundaban, ya sin envidias de por medio, volviéndolo consciente de cuánto merecían ese afecto. Pero por sobre todo, le recordaba que no debía olvidar de agradecer que permanecieran con él, aunque ahora fueran a estar a kilómetros de distancia.

—Qué, ¿llorarás en tu despedida? —Su hermano lo sacó del ensoñamiento en que parecía haberse sumergido.

—¡Cállate, idiota! Estuve esperando mucho rato, ¡y ahora tengo que ir a registrar las maletas!

Los tres Miya caminaron en silencio hacia la zona de embarque, la joven pareja ayudando a Atsumu a gestionar todo el asunto este de los papelitos grapados sobre las tres amplias maletas que se llevaba a Sudáfrica. No necesitas chaquetas, le había dicho Samu la tarde en que su gemelo empacaba, convencido gracias a Wikipedia de que el clima en ese extremo del continente africano distaba mucho del que había vivido los veintisiete años de su especial existencia. De todas formas, y con referencias de Hinata sobre cómo era realmente el calor en Brasil, Atsumu había llenado hasta el tope las valijas con todas las camisetas y bermudas y sandalias que tenía, incluyendo ropas de baño de estreno, con la ilusión de poder disfrutar como debía de la costa sureña del Cabo de la Nueva Esperanza. No podía negar que la expectativa de jugar para una planilla extranjera alimentaba sus ansias de retornar a la cancha y formar parte del equipo de Boa Esperança.

Él la sentía. Un nuevo comienzo. Un reinicio que esperaba, funcionara.

—¡Atsumu-san!

De entre el mar de gente, la cabellera naranja de su ex compañero de piso emergía y se apresuraba en acercarse a la sala de embarque en que se encontraban. El rubio ladeó la cabeza, esbozando una sonrisa de asombro; habían pasado algunas horas desde que se hubiera despedido de su querido Shōyō, no imaginaba que él tuviera la urgencia de volver a verlo tan pronto. Quién sabe y considerara quedarse si el rayito de sol le daba una oportunidad.

Basado en hechos reales | Sakuatsu  [Haikyuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora