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Era hora.

Tras apearse del auto, se acomodó los lentes de sol. Esperaba obtener su cometido, pasar desapercibido y llegar al 301 sin llamar la atención de nadie o ser reconocido. Tenía esperanzas en el conjunto de buzo que vestía, la capucha que ocultaba su cabello y la mascarilla negra sobre su rostro.

Subía las escaleras.

El bullicio de unos niños llorando en uno de los departamentos del segundo nivel lo asustó tanto que se paralizó en su lugar, solo unos momentos hasta identificar que el sonido provenía de dentro de alguno de esos apartados y recordando también que los escolares todavía estaban de vacaciones de mitad de año. Lo único que lo obligaba a considerar estas cosas era el hecho de saber que tenía sobrinos en algún lugar de Osaka, aunque no los había visto durante mucho tiempo pero... no era el momento de ponerse a pensar en esa familia.

Antes de tocar la puerta, inhaló con fuerza e identificó pop en inglés sonando fuertemente tras la madera. Él temblaba: temores, confusiones, las palabras de Komori cuando tuvo que sincerarse con él en busca de consejo, admitiendo que sí se estuvo revolcando con el mayor de los Miya, llenaban su mente en ese instante.

Ya déjalo, Kiyoomi. Ya le hiciste mucho daño.

Probablemente haya sido la primera vez en la vida de ambos que Sakusa no hizo caso.

Tras dos suaves toques, dio un paso hacia atrás y esperó. El volumen con que la voz de Rihanna se hacía escuchar disminuyó hasta ser un susurro de fondo y la puerta abierta le dejó ver a un Miya en pijama y cabello despeinado, el par de pupilas miel dilatándose como si hubiera impactado contra un fantasma.

El fantasma de un capítulo que él luchaba por no dejar a medias.

—Puedo... ¿puedo pasar? —Preguntó con timidez, retirando los lentes de sol de su rostro.

Porque había más de una razón por la que Sakusa estaba saliendo de su zona de confort y se estaba metiendo en la guarida del zorro.

Estos días habían sido un infierno, uno muy grande y muy miserable. Lo único en lo que no había impactado al cien por ciento era en los entrenamientos del equipo y aún así, contrariamente a lo que él creía, sus compañeros ya habían empezado a superar la ausencia de Miya al iniciar las prácticas con el armador suplente. Pases que solo y solamente Atsumu podía lograr.

Y ante las burlas y cuestionamientos de tipos como Meian o Barnes sobre lo feliz que debía sentirse ahora que no estaba el pelotudo del cabello teñido para sacarlo de sus casillas, no le quedaba más que mantener la cara de póker o simular la más falsa de las neutrales sonrisas sin develar que por dentro la culpa, el dolor, el remordimiento lo estaban invadiendo como un conquistador inglés pisando tierras latinoamericanas.

Con violencia, con ímpetu, demoliendo todo a su paso y logrando que Sakusa Kiyoomi tomase consciencia del impacto que producía en su estabilidad emocional y habilidades de juego, el hombre que ahora se encontraba frente a él, la única persona por la que su usual estilo ácido para producir frases y lanzarlas a diestra y siniestra sin consideraciones estaba siendo reemplazado por una serenidad contenida que en realidad solo estaba acaparando dolor tras ese tono bajo de voz.

—Claro, Omi-Omi. Pasa, toma asiento, ¿quieres tomar asiento? ¿O deseas tomar algo? Je, ¿café? Ah, cierto, que estabas intentando dejar la cafeína. Uhm, ¿puedo ofrecerte un té de cebada? No te preocupes que todo está limpio, yo solo ahm...

Miya iba hablando de espaldas a Kiyoomi, quien cerró la puerta tras él y lo siguió hasta detenerse entre la pequeña sala y la isla de la cocina. No le interesó ver la caja de cereal acompañar a un bowl con contenido a medio consumir sobre la mesa de centro, lo tomó del brazo y lo obligó a girar, enfrentándose a su oscura mirada.

Basado en hechos reales | Sakuatsu  [Haikyuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora