Confession

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—¿A qué ha venido? —Preguntó un hombre desde el confesionario—. Hace ya bastante tiempo que no lo veía por aquí.

Un hombre de complexión alta y fuerte, peliblanco y de ojos azules, frunció el ceño desde el otro lado del confesionario. La persona en el otro lado del confesionario tenía razón, habían pasado años de haber estado en esa iglesia.

—Entonces, ¿a qué ha venido? —Repitió el hombre—. Tiene que ser algo urgente para que decidiera venir justamente conmigo.

—Silencio, Suguru. Entre más hablas menos ganas tengo de hacer esto.

El hombre llamado Suguro carraspeó, molesto ante la falta de respeto del otro.

—Padre Satoru, le pido amablemente que muestre respeto. —Dijo con voz calmada—. Incluso si tenemos una amistad de años, seguimos siendo representantes de la iglesia.

Satoru rodó los ojos restándole importancia  a las palabras de su amigo. Tenía cosas mejores que decir en vez de mostrar respeto entre párrocos.

—Yo... —El peliblanco tragó saliva, dudoso de las palabras que estaban a punto de salir de su boca—. Ave María Purísima...

—Sin pecado concebida. —Completó Suguru—. El Señor esté en tu corazón para que puedas arrepentirte y confesar humildemente tus pecados.

—Hace 8 años que no me confieso, Padre. Es por eso que hoy estoy aquí, con usted y ante Dios para... —Su voz vaciló unos segundos—. Para admitir que me he enamorado.

—¿Se ha enamorado, Padre Satoru? ¿Ha caído por una mujer que llega a su iglesia?

—No... No es una mujer.

—Oh, entiendo. Prosiga, por favor.

—Me he enamorado de un chico que sólo tiene 20 años. Al inicio, creí que era un simple choque de energías, porque ambos compartimos aficiones. —Habló Satoru—. Pero hace unos días sucedió algo extraño. Estábamos solos en la iglesia, compartiendo el pan y de tanto verlo terminé tirando mi taza de café. Cuando me agaché para limpiar el desastre, él lo hizo también y por unos segundos nos vimos fijamente... —Respiró profundamente—. Habría jurado que él quería besarme. Sentí cada parte de mi cuerpo temblar cuando respiramos igual de nerviosos, estaba como en el cielo.

—Pero, ¿está escuchando lo que dice? ¿Enamorado de alguien menor que usted, y que encima es un hombre? —Cuestionó Suguru con molestia—. Nuestro Señor no te perdonará por esto.

—Nuestro señor ama al pecador, pero aborrece el pecado. —Corrigió Satoru—. No vaya por ahí diciendo cosas falsas, Padre Suguru.

—¿Ese es su único pecado?

—No. Desde que este amor nació en mí, he llegado a sentirme celoso de aquellos que lo rodean y por ratos deseo que todos desaparezcan. —Satoru revolvió su cabello—. Anhelo con toda mi alma que sólo estemos él y yo en este mundo. Quiero despertar un día sabiendo que estaremos solos, amándonos sin ser juzgados.

—¿Y Dios no los juzgará?

—Tal vez, Padre Suguru. Pero, ¿por qué mi creador me juzgaría por el simple hecho de haberme enamorado?

—Porque la homosexualidad es...

—¿Un pecado? La verdad es que ya no estoy tan seguro de eso. —Dijo Satoru—. Tomemos de ejemplo a Jesús, Padre Suguru. Jesús nunca excluyó a nadie por su raza, posición social e incluso por su sexualidad. ¿No cree usted que condenar a los homosexuales, es excluir a Jesús de nuestras vidas?

—Esas palabras son una herejía. Padre Satoru, espero que Dios se apiade de usted por sus pecados, pero en lo personal no pienso absolver nada de su confesión.

—Suguru, vine a ti porque creí que me entenderías, pero veo que aún sigues una doctrina mal interpretada.

Satoru estiró los brazos, preparándose para abandonar el lugar.

—¿Irás con ese chico? ¡¿Dejarás que ambos se condenen al infierno?! —Exclamó Suguru, quien salió abruptamente del confesionario.

—¿Y por qué no, Suguru? —Contestó Satoru, encogiéndose de hombros—. Hoy vine aquí a hacer una confesión, para demostrar ante ti y ante nuestro Señor que estoy dispuesto a soportar el fuego del infierno por ese chico. Eso, claro, en caso de que cuando esté ante él me diga que de verdad he cometido un pecado.

El Padre Suguru se persignó ante las palabras del hombre, susurrando una oración que con suerte podría ayudarlo a olvidar todo lo que vivió ese día con su amigo. ¿Y el Padre Satoru? Él se sintió feliz luego de aquello, porque más que una confesión, quería comunicarle a su amigo las buenas nuevas: Dejaría la iglesia e iniciaría una relación con ese chico llamado Itadori Yuuji.




Antología GoYuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora