Lo que se dice de Johanna Mason

85 5 0
                                    

Rara. Lesbiana. Bollera. Esas son algunas de las cosas que me llaman en clase, o más bien, esas son las cosas más flojas. A veces dicen otras como "A Johanna Mason le gustan tanto los chicos como a las chicas, es rara" o "Johanna es tan fea que como no liga con los chicos tiene que intentar ligar con las chicas". Cuando era más pequeña este tipo de comentarios me afectaban mucho. Por supuesto que les pedía a mis compañeros de clase que me dejaran en paz pero no servía de nada y al final siempre terminaba llorando como una idiota. Ahora me da igual. Tienen razón, me gustan los chicos y las chicas, sí, ¿Y qué?

Ya no lloro cuando me hacen un comentario hiriente porque sencillamente, me da igual. Lo que dicen es la verdad así que ¿Por qué iba a importarme? De todas formas, muchos de mis compañeros han dejado de molestarme. No porque se hayan arrepentido de hacerme la vida imposible, sino porque un día, hace más o menos dos años, me cansé. Algunos chicos y chicas me persiguieron a la salida del colegio gritándome todas esas cosas. Corrí hasta no poder más, pero al final me pillaron. Era un grupo grande, seis si no recuerdo mal, y uno de los chicos, Kendrick Porsh me dio un tortazo tan fuerte me hizo tambalearme y me dejó el odio pitando un buen rato. El resto se reía y le animaba a que me diera otro o incluso apostaban por cuanto tiempo tardaría en echarme a llorar. No sé que me pasó, pero el dolor que me habían hecho sentir con sus insultos durante todos esos años se transformó en rabia de golpe, avivado por sus risas, y sin que pudiera darme cuenta esa rabia se extendió por todo mi cuerpo con tanta fuerza que incluso me temblaban las manos.
Antes de que el idiota de Kendrick volviera a coger impulso para darme otro bofetón, me lance sobre él con todas mis ganas y nos hice rodar por el suelo forcejeando hasta que me puse encima de él y empecé a pegarle con todas mis fuerzas gritándole que no me volviera a tocar. El resto, al principio se quedaron tan sorprendidos que tardaron un par de minutos en reaccionar, y cuando quisieron hacerlo ya era tarde. Kendrick no dejaba de sangrar y por mucho que me pedía que parara yo era incapaz de hacerlo. Sus amigos intentaron separarnos, pero no fueron capaces y se asustaron tanto que salieron corriendo a llamar a los agentes de paz. Por supuesto que ellos sí que pudieron separarme de Kendrick, que estaba casi inconsciente, aunque les costó bastante.
Los agentes la de paz me llevaron a casa y dos de ellos esperaron a que mi madre volviera de trabajar para contarle todo lo que había ocurrido. Ella se enfadó muchísimo pero me dio igual. A ese chico nunca le importó como me hacían sentir todas la humillaciones por las que él y sus amigos me hacían pasar, así que no había motivos para preocuparme por lo que yo le había hecho a él, además, la cosa me salió bien. Al día siguiente todo el colegio se había enterado de lo que había pasado porque los amigos de Kendrick le habían contado a todo el mundo lo mala que era, y cuando dos días después Kendrick volvió a clase, tenía la cara tan morada que no hacía más que confirmar que la historia era cierta, así que mis compañeros decidieron que era mejor dejarme tranquila si no querían acabar como él.
Me había creado una reputación.

Ahora, con diecisiete años, las cosas son algo diferentes. La gran mayoría no me dice absolutamente nada, ni para bien ni para mal. Algunos hablan de mi a mis espaldas, pero en cuanto les digo que me repitan a la cara las cosas que han dicho me piden perdón, y otros, aunque cada vez menos, se empeñan en seguir insultándome, aunque ahora me defiendo con sarcasmo o a golpes, depende del día.
Hoy me defiendo de la segunda forma, además, me viene bien porque así me libro un poco del estrés que me provoca el hecho de que mañana es el día de La Cosecha.

Estoy tan tranquila sentada en el suelo de gravilla del patio cuando veo a Jayden Pears y su grupito de descerebrados venir hacia a mi y por las sonrisitas estúpidas que llevan algunos, está claro que vienen a tocarme las narices.

— Eh, Mason, ¿Es cierto que mañana habrá veintinueve papeletas con tu nombre en la urna? — dice con sorna.

— Sí.— respondo cortante fingiendo que no me importa lo más mínimo.

Los Juegos de Johanna Mason Donde viven las historias. Descúbrelo ahora