Sentimientos de pertenencia

137 3 4
                                    

Las clases suelen terminar a las tres de la tarde pero hoy lo hacen un par de horas antes. Mañana es la Cosecha y es un día tan importante que muchos de los preparativos empiezan hoy.
No tengo mochila y lo único que traigo al colegio es un cuaderno pequeño y un lápiz, así que en cuanto lo cierro con la nota de expulsión dentro, me dirijo a la puerta, al mismo punto de siempre donde me reúno con mis primos. Tengo cuatro primas y un primo y vivimos todos juntos, con mi madre, su hermana, mi tía y el marido de mi tía. Tía Cerise es unos años mayor que mi madre y no le dio de lado cuando se quedó embrazada, sino que le dejó irse a vivir con ella, con su marido Berk Heath y con su primera hija, mi prima Diona, que es un año mayor que yo. Después fueron llegando todos los demás, las mellizas Rachel y Sally, que tienen quince años, Miles, el único chico, de trece y por último Viola, la pequeña, que tiene nueve. Mis primos y yo hemos pasado toda la vida juntos así que realmente somos como hermanos, y aunque sea horrible vivir nueve en una casa tan pequeña, no cambiaría ni un solo día con ellos.

— ¿Qué le vas a decir a tu madre? — me pregunta Diona mientras esperamos al resto.

— ¿Qué no lo haré más? — respondo encogiéndome de hombros.

— No sé, haz lo que quieras, el colegio es lo de menos, total, te queda un año. Pero creo que está harta de que cada semana te pelees con alguien. Mira como tienes la cara.

— No empiezo yo. Solo me defiendo.

— ¡Ya lo sé! Sabes que a mi me da igual lo que hagas, pero piensa en tu madre. — dice Diona poniendo los ojos en blanco. — Es mejor que le des ese papel hoy, con un poco de suerte tu madre estará más sensible teniendo La Cosecha tan cerca.

— ¡Así que es verdad! — exclama Miles, que se nos acerca corriendo con Rachel y Sally — ¡Te has pegado con Jayden Pears! — Miles estudia los golpes en mi cara y después continúa — No estas nada mal, dicen que le has roto la nariz y tu solo tienes un moratón en la mandíbula y el labio partido. ¡Búa, eres genial, te admiro tanto!

Empiezo a reírme hasta que Diona interviene.

— Miles, eres un bocazas, cállate. Si Johanna vuelve a pelearse le expulsarán.

— ¿En serio? ¡Que guay! Johanna, ¿Te unirás a las luchas ilegales? Ganarías seguro.

— ¿Miles estás sordo? Cállate.— le dice Sally.

Entonces llega Viola y cuando pegunta qué me ha pasado le decimos lo de siempre, que me he caído porque soy muy patosa. Es tan adorable que la pobre siempre se lo cree. Viola me da la mano.

— Ay, tienes que tener más cuidado, Johanna. — dice con cara de pena. — ¿Te duele?

— No. Nada de nada. — respondo.

Juntos, volvemos caminando a casa aunque decidimos pasar antes por la plaza del Distrito, donde ya estarán los equipos preparando el escenario de mañana. De camino me planteo la posibilidad de que realmente me expulsen del colegio. Mi madre se enfadaría mucho, pero es cierto lo que dice Diona, solo me quedaría un año de formación. Hasta los dieciocho no puedo empezar a trabajar de forma constante en los bosques cortando madera con mi madre, por ahora solo podemos hacerlo a partir de los catorce y siempre y cuando se necesite incrementar las cuotas de producción,  pero tal vez podría unirme a las peleas ilegales y ganar algo de dinero. Las peleas ilegales se celebran una vez a la semana en un almacén abandonado. Allí, te apuntas y luchas con quien te toque hasta que tú adversario se rinde. Por supuesto, hay apuestas y son casi más ilegales que las peleas en si, pero los agentes de la paz hacen la vista gorda porque ellos también participan. Los luchadores, si ganan, se llevaban bastante dinero, creo que el doble o incluso el triple de lo que gana mi madre rompiéndose la espalda cada día cortando árboles a hachazos. El problema es que hay muy pocas normas en las peleas y por supuesto, algunos de los luchadores han muerto.

Los Juegos de Johanna Mason Donde viven las historias. Descúbrelo ahora