PRÓLOGO

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Hace un buen rato que dejé de tener hambre pero sigo comiendo de forma compulsiva. Vacío los platos uno tras otro, y cuando lo hago, no necesito pedir que vuelvan a llenarlo, los avoxes aparecen con otro que lo reemplaza.
Asados, tartas, frutas recubiertas de azúcar... acabo con todas las existencias de forma voraz, llevándome la comida a la boca con ambas manos y manchándome toda la cara. ¿Qué es lo mejor de haber ganado Los Juegos del Hambre? Que voy a comer todo lo que me dé la gana, hasta explotar. Una vez mi escort del Capitolio dijo que como como una salvaje, pues bueno, seguramente tiene razón, pero ahora que soy una vencedora no creo que le importe a nadie.

Estoy rebañando los huesos del ala de un ave que no había comido jamás cuando la puerta se abre y oigo unos pasos en dirección a la mesa. Me da igual, doy por hecho que es otro avox así que ni siquiera miro. Cuando termino con el ala, cojo un trozo de tarta y me lo meto en la boca de golpe.
Mientras intento masticar con dificultad, me doy cuenta de que esa persona que ha entrado sigue ahí, observándome al otro lado de la mesa. ¿Por qué narices no se va? Levanto la vista con el ceño fruncido y para mi sorpresa, me con la famosa mirada felina de Finnick Odair, que me observa atentamente.

Se limita a sentarse frente a mi sin decir nada, y tengo la boca demasiado llena como para poder ser yo la que dice algo, así que sigo masticando como si nada aunque su presencia me impone. Finnick Odair es uno de los vencedores más famosos de Los Juegos, no solo por lo joven que era cuando ganó, sino por su atractivo físico, el cual le ha hecho ganarse una reputación que todo Panem conoce. Espero que no haya venido a mostrarme todo su repertorio de encantos porque es verdad que es infinitamente más guapo que en la televisión, y que no puedo dejar de mirarle, que tiene unos labios preciosos que se está acariciando muy despacio con las yemas de los dedos, y noto que me falta el aire, y que me siento cada vez más pequeña a su lado y... ¿Qué demonios me pasa? ¿Puedo dejar de pensar estas tonterías? ¡Céntrate, Johanna! Finnick Odair no es nadie, solo es un chico más, no tiene nada de especial, no seas como esos inútiles del Capitolio que han perdido la cabeza por él. Me remuevo en la silla intentado recomponerme mientras me trago el último trozo de tarta y después me limpio la boca (y la mitad de la cara) con una servilleta por primera vez desde que empecé a comer.

— Oh, sigue comiendo, no quiero interrumpirte. — la voz de Finnick Odair es tan envolvente que estoy a punto de preguntarle que qué ha dicho, porque me he perdido en algún punto entre su tono de voz y su acento del Distrito 4. "Johanna, te está mirando" me digo. Creo que espera que responda, di algo, descerebrada. ¡Lo que sea, algo!

— No tengo más hambre. — enseguida me arrepiento de dar una respuesta tan simple, pero él parece satisfecho porque sonríe con sus dientes perfectos.

— ¿Cómo sienta la victoria? — ronronea.

Di algo ingenioso. Algo irónico.

— Sabe mejor con pan. — o simplemente di una estupidez, estúpida. Finnick se rie mientras niega ligeramente con la cabeza. "Estas quedando fenomenal, Johanna" me digo.

— Nos has engañado a todos. El Capitolio está tan sorprendido como encantado.

— No ha sido muy difícil — respondo intentando hacerme la interesante — Esos idiotas con los que te llevas son más simples que una piedra. — en cuanto lo digo se me ocurre que igual no le sienta bien mi comentario pero me parece que vuelve a sonreír. Nadie puede culpar a esa panda de ridículos por estar locos por Finnick Odair.

— Tienes razón.

Ya. ¿Y qué? ¿Ha venido hasta aquí para esto? Ni de broma. Si Finnick Odair a venido a verme al hospital del Centro de Entrenamiento y está malgastando su valioso tiempo aquí conmigo es porque tiene que haber algo más, de no ser así seguro que estaría en compañía de alguien mucho más influyente que yo. Todos sabemos lo que hace.

— Oye, mira, yo no me cargué a tus tributos, ¿Vale?

— Lo sé. — dice con seriedad. Sus labios pierden su habitual sonrisa para convertirse en una expresión tan seria que me asusta. Sin duda así resulta mucho más intimídate que antes. — No te preocupes. No vengo para culpare por su muerte.

— ¿Entones qué quieres?

— Quería verte. No eres como los otros vencedores, Johanna Mason. — me observa con el ceño ligeramente fruncido, como si me estudiara, y aunque me da rabia tener la sensación de que sus ojos verdes pueden leer todas las cosas que quiero ocultarle, un escalofrío me recorre cuando escucho como dice mi nombre, como si las letras se le deslizaran por los labios y automáticamente mi resistencia cae. ¡Céntrate descerebrada! — Has sido astuta, ingeniosa, mentirosa y sangrienta. Pero no eres como ellos. — lo dice muy despacio, muy suave, tanto que casi soy yo la que se junta a él de forma inconsciente para escucharle porque necesito hacerlo. Él hace que lo necesites.

Sus palabras me dan un vuelco al corazón. Finnick Odair se acerca tanto a mi que incluso puedo olerle antes de que se me corte la respiración. ¿Qué me está haciendo? ¿Es así como funciona? ¿Hace que le desees sin que ni siquiera te des cuenta? Pues no. Le he pillado y no pienso dejar que lo consiga. No es más que un mujeriego, un seductor, y si se piensa que va a salir de aquí llevándose mis bragas blancas de hospital, se equivoca, porque yo jamás me rebajaría así.
Pero sus ojos verde mar, su ceño ligeramente fruncido, sus labios entreabiertos y su voz suave pero firme me impiden apartarme.

— Puede que te haya salido bien fingir que eres una pobre chica inocente, pero que se te haya dado tan bien me hace pensar que es porque en el fondo lo eres. Eres pura e inoncente.

Cazada. Me ha calado hasta el fondo. Los ciudadanos del Capitolio no ven más allá de lo que no quieren, pero él no tiene nada que ver con ellos. Finnick Odair puede pasarse el día perseguido por sus admiradores y estar en todas sus camas, pero está claro que a fin de cuentas es el vencedor más joven y no se le escapa una.
Me pongo nerviosa. ¿Hasta donde cree que sabe de mi? O ¿Cuanto sabe de mí? Se me acelera la respiración y él debe de notarlo, porque ladea ligeramente la cabeza con una sonrisa burlona.

— No me equivocaba. ¿Verdad, Johanna?

¿De verdad he engañado a todo Panem excepto a Finnick Odair? Quiero responder, pero no me salen las palabras. Además tampoco sé exactamente que decir. Dice que soy inocente. Supongamos que lo era, que lo fui. ¿Se puede seguir siendo inocente después de ganar Los Juegos del Hambre? No, lo dudo mucho. Pero, ¿Realmente antes de Los Juegos era tan inocente como él supone?
Intento dar marcha atrás en mi cabeza y volver a mi propia vida antes de esto. No ha pasado tanto tiempo desde que dejé el Distrito 7 pero la sensación es totalmente opuesta. ¿Como era mi vida, como era yo antes de esto?

El primer momento que se me viene a la mente es la mañana antes de la Cosecha. Lo recuerdo como si fuera ayer.

Los Juegos de Johanna Mason Donde viven las historias. Descúbrelo ahora