Qué diría ella

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Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano con la vista fija en el suelo, en un intento por dificultar que las cámaras puedan grabarme y continuar retransmitiendo lo patética que soy. Además, cuando entremos en el Edificio de Justicia tendré una hora para despedirme de mi familia. Sé que es muy probable, por no decir seguro, que está sea la última vez que nos veamos y aunque dudo que sea capaz de evitar llorar durante tanto tiempo, no quiero malgastar de esa forma el poco tiempo que nos queda.

Las enormes puertas de madera rojiza del Edificio de Justicia se abren y arrastro los pies hacia ellas como puedo cuando un grito me sorprende.

— ¡No! ¡No os vais a llevar a mi niña!

Mi madre viene corriendo hacia el escenario. Quiero pedirle que pare, que no empeore las cosas, pero cuando abro la boca solo puedo volver a llorar mientras niego con la cabeza.
¿Qué pretende? No puede hacer nada y ella lo sabe. Van a llevarme a Los Juegos y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. ¿Por qué está haciendo esto?

Aún así, mi madre continúa. Cuando pone un pie en las escaleras que suben al escenario distingo su rostro lleno de rabia y las lágrimas cayéndole por las mejillas. 

— ¡Johanna! — grita.

Es en ese momento cuando dos agentes de la paz se le echan encima e intentan detenerla sujetándola por los brazos, pero ella se resiste.

— ¡Dejadme! — grita mientras forcejean.

Nadie hace nada. ¿Qué podrían hacer? A nadie le intereso lo bastante como para luchar contra los agentes de paz, y aunque lo hiciera, el precio a pagar sería demasiado alto. Muevo los labios en un intento de pedirle a mi madre que lo deje, sé perfectamente lo que le pasará si sigue así, pero no me sale la voz. Ni siquiera puedo moverme.

— ¡Quieta! ¡No puedes subir, es una orden! — le grita uno de los agentes de paz a mi madre, dándole un empujón, pero ella continúa resistiéndose.

— ¡NO ME TOQUES! — chilla.

— ¡Quieta, es una orden! — vuelve a gritarle él. Entonces mi madre consigue liberar uno de sus brazos y le da un bofetón con todas sus fuerzas en el caso.

Ahogo un grito y aunque no puedo apartar la mirada de mi madre, veo la reacción de algunas personas de la multitud, que se tapan la boca con los labios, sueltan chillidos ahogados o murmuran.
Esto es definitivamente lo peor que podría haber hecho.

El agente de paz se recompone. Aunque mi madre le ha pegado con todas sus fuerzas el casco ha cumplido su misión de protegerle del golpe, así que como si nada, coge impulso para devolverle el bofetón a mi madre, estampándole la mano en la cara con tanta fuerza que la tira al suelo.

— ¡MAMÁ! — grito. Por fin me sale la voz. Intento correr hacia ella pero alguien me sujeta por los brazos y me arrastra hasta el interior del Edificio de Justicia.

Me resistirme con todas mis fuerzas mientras grito para que dejen a mi madre sin mucho éxito. Antes de que las puertas de madera se cierren la escucho volver a gritar mi nombre. Veo como los agentes la levantan del suelo, forcejeando, y escucho como el jefe de los agentes de paz anuncia que le darán veinte latigazos públicamente.

De no ser porque otro agente de paz me empuja por la espalda para que avance, estoy segura de que no sería capaz de hacerlo. Me lleva hasta una sala y después de indicarme que pase, cierra la puerta. Temblando, me siento en uno de los elegantes sofás. No puedo dejar de pensar en lo que ha pasado. No me saco de la cabeza la imagen de mi madre abofeteando a un agente de la paz, ¿Cómo ha podido hacerlo? Me tapo la boca con las manos pensando en lo mucho que le dolerán los veinte latigazos. No me puedo creer que esto esté pasando. Las lágrimas empiezan a nublarme la visión cuando la puerta se abre y mis primos y mi tía cruzan el umbral.

Los Juegos de Johanna Mason Donde viven las historias. Descúbrelo ahora