La última Cosecha

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Me encanta la sensación de estar limpia. No solemos ducharnos todos los días por la parafernalia que hay que hacer; primero recoger el agua en la fuente pública, ponerla a hervir por tandas y esperar hasta que esté caliente y por último administrarla muy bien para que no se enfríe o no tengas suficiente. El proceso es largo para una persona y se hace aún peor cuando se trata de familias grandes, como la nuestra.

Bañarnos se ha convertido en algo que solo hacemos cuando es estrictamente necesario o en ocasiones especial. La Cosecha es una ocasión más que especial, así que incluso me lavo el pelo. Cuando termino, totalmente limpia, me siento tan agusto que lamento que una sensación tan agradable esté reservada al día más asqueroso del año.

Intento secarme el pelo frotándolo contra la toalla pero lo tengo tan largo que no consigo secarlo del todo, solo quitarle la humedad. Después intento desenredarlo con un peine pero al frotarlo con la toalla lo he dejado tan enmarañado que me cuesta horrores. No tengo paciencia para esto. Entre eso y lo mucho que me tiemblan las manos por los nervios, a los pocos minutos acabo estrellando el peine en el suelo.

— ¿Te ayudo? — pregunta mi madre. Siento y ella me pide que me siente en una de las dos únicas sillas que tenemos. — Johanna, pero ¿Qué te has hecho? — se queja mientras intenta arreglar con el peine el estropicio que he hecho. Aún así, me da menos tirones de los que me he dado yo misma.

— Lo siento.

Mientras mi madre termina, escucho a mi familia ir de un lugar a otro por la pequeña casa. La mañana de La Cosecha romper es un caos. La ropa que nos queda pequeña, los nervios, estar listos a la hora prevista para que nos dé tiempo a llegar al centro del Distrito... lo odio absolutamente todo.
Además, hay personas que cuando cuando están tienen miedo o nerviosas se ríen o no dicen nada, yo en cambio soy de las que están de mal humor y la verdad es que no me soporto ni yo. Sé perfectamente que soy muy desagradable en días como este pero mi familia no tiene la culpa, realmente nadie tiene la culpa salvo el Capitolio, así que intento guardarme mi mal humor, por mucho que intente salir a la luz por la cosa más mínima.

— ¿Te recojo el pelo? ¿Te hago una coleta? — pregunta mi madre cuando ha terminado y yo asiento. Si he lanzado el peine por los aires a los dos segundos no me quiero imaginar cuanto voy a tardar en desesperarme haciéndome la coleta.

Mi madre tiene bastante paciencia para este tipo de cosas. No sé cómo, pero a la primera consigue recogerme todo el pelo en una perfecta coleta alta que me roza hasta más de la mitad de la espalda. Después me deja el pequeño espejo de mano que tenemos. Está un poco roto pero aún así puedo apreciar lo bien que lo ha hecho.

— Estas muy guapa. Me encanta tu pelo. — dice, me da un beso en la mejilla. Me obligo a sonreír. Mi madre sabe que no se me puede pedir mucho más en días como hoy y lo respeta siempre y cuando me porte bien.

Les recoge el pelo Diona y a Rachel y después, todas peinas, cogemos la ropa que vamos a llevar y nos vamos todas a la cocina a vestirnos, que es la única estancia separada del salón.
Mis primas consiguen vestirse con alguna dificultad. Estiramos la ropa al máximo y vamos heredándola entre nosotras a medida que vamos creciendo, así que es bastante normal sentirnos un poco apretadas en los vestidos. El problema es que el mío no me cabe. He llevado este vestido durante dos años seguidos. Era de mi madre y aunque el año pasado pensaba que me iban a estallar las costuras laterales, conseguí aguantar. Sin embargo, este año simplemente no puedo. Soy más alta que ella y aunque estoy delgada también tengo más espalda y caderas.

— ¡MAMÁ! — grito.

Es tía Cerise quien viene e intenta arreglarlo pero no lo consigue, así que a falta de ropa, no me queda más remedio que apañarme con un vestido amarillo con estampado de flores de Diona que a ella tampoco le vale. Consigo ponérmelo aunque amenaza con estallarme por la parte del pecho en cualquier momento, haciendo que los botones salgan disparados.

Los Juegos de Johanna Mason Donde viven las historias. Descúbrelo ahora