Capítulo 1

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Si me hubiese dado cuenta que el problema era yo, y no ninguno de mis allegados, sí solamente no le hubiese hecho caso a padre y no lo hubiese dejado pasar podría haber parado lo que en breves momentos empezaría. Frente a nosotros el ejercito de mi hermano junto a la persona que le había corrompido durante todos estos años, esa persona que se esconde tras una máscara con un corte que le traspasa de lado a lado y dos orificios que dejaban a la vista esos ojos llenos de avaricia. Pero lo mejor es que empecemos por el principio.

Año 365. Reino de Kyanka.

Era más de media noche y la reina continuaba en su intento de dar a luz a su segundo hijo. El rey, impaciente por saber el sexo de la criatura, no paraba de dar vueltas de un lado para otro dibujando un ocho en el suelo, tras las paredes de su despacho podía escuchar los lamentos de su mujer y en un determinado momento, el llanto de un bebé. Salió corriendo y sin esperar que el médico le permitiera la entrada, abrió la puerta de par en par viendo una escena que le dejó sin palabra alguna:

—Lo sentimos su majestad —dijo el médico, mientras quedaba a la vista el cuerpo, ya sin vida de la reina.

El rey se acercó poco a poco y le acarició el pelo, viendo su hermoso rostro iluminado por la escasez de luz que proporcionaban las velas. Quería guardar en su memoria por última vez aquellos cabellos de color negro, aquellos ojos color verde que le cautivaron la primera vez que los vio. Pero sobre todo esa sonrisa que le alegraba todos los días, que le hacía querer terminar todos aquellos papeles que le llegaban, porque sabía que cuanto antes los acabase, antes vería a la persona que tanto amaba. Tras inclinarse y dar un beso en la frente de su esposa se giró sobre sus talones y fue en dirección al médico que estaba con la criatura en sus brazos, envuelta en una manta de color blanquecino dejando ver uno de sus pequeños pies:

—¿Cuál es el sexo del bebé? —preguntó.

—Es una niña su majestad, una saludable y hermosa niña —respondió, mientras extendía a la pequeña hacia el monarca.

—Con que una niña —susurró para sus adentro mientras la cogía en brazos— Andra será tu nombre, Andra, princesa de Kyanka e hija de Edward y Miru reyes de este.— Tras escuchar su nombre, la niña abrió sus ojos y una pequeña risa salió de su garganta.

Unos metros más atrás una pequeña figura se asomaba por la puerta, un niño de unos seis años de cabellos marrones que no le sobrepasaban las orejas y unos ojos azules mar, donde cualquiera que los viera quedaba hipnotizado. Miraba el cuerpo de su madre tumbado en la cama y a su padre con un pequeño bulto entre sus manos, no queriendo ver más y con la sutileza que le permitían sus pequeños pies corrió a encerrarse a su habitación.

Sangre no significa familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora