Capítulo 4

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Cuando terminó de leer levanto su vista hacia Farah, que estaba igual de desconcertada que ella. Sin pensarlo dos veces le entregó un pergamino y una pluma.

—¿Y esto para qué es? —preguntó extrañada.

—Quiero que escribas otra misiva diciendo que iremos a su encuentro, no pienso dejar que este reino caiga —contestó mientras salía del despacho.

Seis lunas después

Ya era la hora de partir hacia la batalla. 200 mil hombres formaban y se dirigían a las montañas. Había pensado todas y cada una de las estrategias que podía utilizar su hermano, pero todas eran imposibles de realizar, ya fuese por el frío o porque no había lugar donde esconder a todo un ejército, por lo tanto, sería una batalla frente a frente.
Tras varias horas de trayecto llegaron a su destino, y sí, allí se encontraba en frente de ellos otro ejército de más o menos otros 200 mil hombres en una perfecta posición de ataque y en medio de ellos dos figuras, una de ellas con una máscara y la otra la conocía muy bien. Ese pelo más largo de lo normal tenía que ser él, Riuk.

Recorrió el frente de su ejército con su caballo de color negro, pronunciado las palabras que siempre quiso formular.

—Puede que estéis asustados y lo entiendo, pero, ¡no dejaremos que ninguna persona, ya sea amigo o enemigo, me da igual si es mi hermano o alguien de mi familia, haga que nuestro reino se vaya a pique! ¡¿Eso queréis?! —gritó

—¡No! —contestaron todos los soldados a la vez.

—¡¿Queréis que todo lo que nuestros antepasados hicieron desaparezca?!

—¡No! —volvieron a responder.

—Entonces proteged a vuestro reino de los intrusos —dijo colocando su caballo en dirección al ejército de su hermano.
Cuando terminó de hablar se escucharon los golpes de las lanzas y las espadas contra los escudos en símbolo de aprobación. Se colocó el casco, sacó su espada y arremetió contra el ejército enemigo.

Horas. Habían pasado horas y el enfrentamiento no terminaba, muchos soldados habían caído. Así que como último recurso arremetió contra su hermano.

—¡Riuk! —gritó chocando su espada contra la de él.

—Parece que tienes agallas de venir tu sola a enfrentarte contra alguien que te supera en fuerza —dijo sonriendo.

—¿Quién te dijo que había venido sola? Siempre sacando conclusiones precipitadas, hermanito —sonrió.

Tras Riuk, de la nada apareció Farah, dándole un golpe en la cabeza con la empuñadura de su espada, dejando a Riuk tendido en el suelo. Lo cogió y lo subió al caballo, tras esto se subió ella y todos los presentes dejaron de pelear para ver el cuerpo inconsciente de su líder. Nadie se había percatado de que antes de la batalla una sola persona se había desviado de la trayectoria del ejército y había rodeado a todo el ejército enemigo con la agilidad que le caracterizaba. Eso fue lo que la sorprendió la primera vez que vio a Farah, su agilidad para hacer las cosas sin que nadie la notase, y eso fue lo que le dijo antes de la batalla, que rodease al enemigo y, que cuando lo hiciera, corriese a su encuentro.

—Retirada —grito el hombre de la máscara.

A la llegada del ejército a la capital, fueron recibidos con aplausos y gritos de alegría procedentes de los ciudadanos.

—Llevadlo a las mazmorras, luego hablaré con él —le dijo a los soldados
Estos, tras la orden, cogieron al ahora despierto prisionero y le condujeron al subsuelo.

—Andra —una voz a sus espaldas hizo que se girase.

—¿Qué pasa Farah? —respondió.

—Esto es lo que tenía tu hermano en uno de sus bolsillos —dijo entregándole algo envuelto en un pañuelo.

Cogió el pañuelo y lo desenvolvió con cuidado. Cuando terminó, una expresión de sorpresa apareció en su rostro. Una tiara de margaritas y de las flores que le gustaban tanto a su madre, esas flores de las cuales nunca se acordaba del nombre. Inconscientemente una sonrisa apareció en su rostro, volvió a envolverlo y se lo guardó en uno de sus bolsillos. Tras esto se dirigió al subsuelo a habar con su hermano.

—¿Tanto me odias? ¿Tanto me odias como para querer destruir aquello que les costó tanto a nuestros antepasados? —preguntó con voz neutra y colocándose en frente de este.

—Tú no sabes nada, siempre apareciendo como si la vida fuese un cuento de hadas, siempre con esa sonrisa que tanto odio —respondió mirándola a los ojos con una expresión fría.

—No es mi culpa que todavía no hayas podido aceptar que madre ya no está con nosotros, pero he venido a otra cosa —respondió.

—Has cambiado mucho Andra —dijo cambiando su expresión de enfado a una de curiosidad.

—No me cambies de tema, ¿quién es del de la máscara? —preguntó inclinándose hacia su hermano.

—Sabes quién es, solamente no te acuerdas. Eras demasiado pequeña cuando lo conociste, pero esos ojos no se olvidan, una vez que los ves nunca los puedes olvidar.

—Riuk, no tengo todo el día —dijo con fastidio levantándose y dándose la vuelta dispuesta a irse.

—Tenías unos tres años cuando lo conociste. Parecías tan contenta con él que no sé porque padre le desterró —contestó agachando la cabeza— haz un poco de memoria, Andra.

Ojos verdes como el mar, tez blanca, sobrepasaba el metro setenta y cinco, pelo color pardo, bastante corto, a decir verdad, y con unos mechones que le caían sobre la zona superior de la máscara. Iba enumerando todos los datos que tenía de ese hombre, y solo una persona se le vino a la cabeza.

—Es imposible. Padre dijo que había muerto— dijo girándose rápidamente.

—Pues te mintió. Le desterraron por intento de golpe de estado contra padre. Andra, nuestro padre desterró a su propio hermano— respondió.

—Por mucho que me duela es culpa de nuestro tío por ir en contra de lo que, por años, ha estado establecido. Si piensas que te dejaré el trono para ti vas por un mal camino— contestó mientras se dirigía a la salida.

—Veo que sigues teniendo esos presentimientos que tanto te favorecen hermanita —masculló mientras intentaba esconder su mueca de desagrado.

—Con que eso era lo que pretendías. Querías darme pena, hacerte la víctima, intentar que con todo el cuento, que seguramente ya tendrías pensado, te cediese el trono. Pues te equivocas. No pienso dar mi brazo a torcer, esa fue la última voluntad de padre. Que yo, solamente yo, reinase —dijo saliendo de aquel lugar.

Iría tras el enmascarado, le daba igual si tardaba años en encontrarlo, daría con él y una vez que le encontrase terminaría con él. Le haría pagar por todo el daño hecho a su familia. Su padre fue tan generoso de dejarlo con vida, pero a su vez desterrarlo. Ella no sería tan amable. Cuando le encontrase, le quitaría la máscara, y le enseñaría a todo su pueblo lo que se hace con las personas que atentan contra su familia.

"Espera tío, muy pronto acabaré contigo y me encargaré personalmente de ser la última persona que tus ojos vean".

Sangre no significa familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora