Eighteenth

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Sus padres no le habían permitido conocer a sus abuelos hasta que cumplió los trece años. Chenle siempre se había preguntado por qué no le habían dicho nada sobre ellos, mas había una historia demasiado triste detrás para que él la supiera.

Aquella mañana en que los vio por primera vez, no pudo evitar verse reflejado en el mayor, se parecían tanto. Y no se arrepentía nada de haber desobedecido a su madre y escapar para ir hasta el hogar de los Zhong.

Cuando se presentó, la primera en abrazarlo y llenarlo de elogios fue aquella dulce mujer de cabello platinado. Desde entonces no había encontrado un cariño más reconfortante que el suyo.

Desde que vio el trato que se tenían y la manera en que se miraban, supo que el amor no se acababa al llegar a los setenta.

Supo que no quería alejarse de ellos cuando lo miraron con amor antes que se fuera, porque querían que los recordara de esa manera si es que ya no podían reencontrarse.

Chenle comenzó a escaparse cada jueves para ir a casa de sus abuelos, siempre les llevaba una semilla. Hicieron un pequeño pacto, no dejarían que la distancia quitara las raices de su cariño; así nacieron las primeras flores y los problemas.

Su madre se enteró de la relación que habían establecido y se sintió decepcionada de su hijo, quien sin saberlo había preferido a las personas que más la habían herido. No fueron los mejores padres, en cambio, sí los mejores abuelos y ni Chenle ni su mamá lo comprendían.

Todos merecen una segunda oportunidad; no nos separen, por favor, se los suplico; no me hagan escoger; nos amo, pero me voy.

Ese día el menor sintió un gran vacío, no entendía por qué no podían ser una familia unida, él creía que lo hacían porque no querían hacerse cargo de sus abuelos; no entendía por qué justo en ese momento estos habían renunciado a él, ellos querían lo mejor para todos.

Un día recibió la noticia sobre la mudanza de los mayores a Corea, meses después que habían abierto una florería y tras unos años que su abuela estaba gravemente enferma.

Chenle no lo pensó más, tomó las cosas que necesitaría, dejó una carta a sus padres diciéndoles que estaría bien, y tomó el primer vuelo que estaba disponible para ir al país vecino.

Ocho meses más en los que los pudo amar y cuidar, en que disfrutó cada segundo de aquel par de sonrisas, en que sus ojos brillaban al verlos bailar y plantar, cuando le pedían ayuda y él sólo las sabía regar.

En ese tiempo conoció a Jaemin, un chico residente del edificio de enfrente, quien consintió en todo a la señora Zhong y los acompañó durante su luto compartido, luego de eso el coreano intentó compensar el espacio que había quedado con su personalidad cálida, casi adoptando aquella esencia maternal de la difunta. Eran una familia extraña, mas finalmente había conseguido que estuviese unida.

¡Bienvenido a la Florería Zhong!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora