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POV AARON

Terminé de lavar la última copa que quedaba en la mesa, aunque sabía que pronto volverían a ser diez. Y luego otras diez. Y así toda la noche.

No era un gran trabajo, pero era lo que había conseguido para poder largarme de la casa de Bernard.

Apreté mi mandíbula como de costumbre al pensar en aquél viejo desgraciado.

-Tranquilo guapo, te vas a romper los dientes- murmuró una muchacha a mi lado. La miré intrigado y descubrí que era la camarera que llevaba toda la noche lanzándome miradas insinuantes.
Era linda, si, pero no era mi tipo.
En realidad no sabía bien cual era mi tipo, pero algun día lo descubriría. No tenía apuro. Mientras tanto, me divertía.

Le sonreí en respuesta, dispuesto a conocerla.
Y antes de que pudiera responderle, el jefe de nuestro turno la llamó. La mujer rodó los ojos y se fue.

Continué enjuagando la copa mientras canturreaba por lo bajo la canción que sonaba en el club.

De pronto alguien gritó al otro lado de la barra.

-¡Medio Mundo!-

Me giré ante la voz femenina que exclamaba las dos palabras mágicas.

Maldición, hacía dos días trabajaba aquí. Me habían explicado eso del trago, pero no sabía que tenía que hacer si sucedía.

-¡Quiero el trago Medio Mundo!- volvió a gritar desesperada.

Tenía su largo cabello castaño alborotado, las mejillas coloradas y sus ojos verdes destilaban miedo.

Por un momento quise protegerla a pesar de que no la conocía.

Entonces reaccioné. Si me pedía ese trago era porque alguien la estaba molestando.

Dejé la copa a un lado y hablé fuerte.

-Ven conmigo- y me dirigí a abrirle la barra para que pudiera pasar.

Caminé, sin saber muy bien porque, hacia el depósito.
No tenía ni idea hacia donde debía llevarla o qué tenía que hacer, pero sabía que aquí atrás nadie la encontraría.

Una vez que nos detuvilos, me dí vuelta y le dije:

-Quédate aquí, ahora regreso- apenas pude verla a los ojos, que estaban abiertos por la incertidumbre.
Pero no dejé que hablara. No era bueno  para socializar y ésta situación me incomodaba un poco.

Volví corriendo a la barra y fui hacia mi jefe.

-Charles, tengo un Medio Mundo.- hablé agitado por la adrenalina.

Él me miró sorprendido.

-Esos malditos bastardos... Cada vez más seguido. ¿Dónde está?-

-En el depósito- respondí nervioso -Fue el primer lugar que se me ocurrió-

Asintió.

-Está bien. Llévala a un lugar que te pida-

Lo miré confundido.

-¿Que la lleve...?-

-Sí, sácala de aquí. Y luego no vuelvas, tienes la noche libre.- agitó su mano.

Asentí tragando grueso. Estaba feliz de que mi jornada laboral terminaba...
Pero tendría que llevar a una desconocida en el auto.
Carajo. No podía ponerse más incómodo.

Volví caminando claramente tenso, al depósito, pensando como le diría a una extraña que la llevaría a su casa.

Cuando entré, bajo la poca luz que había, estaba la muchacha caminando de un lado a otro, con desesperación.

Mi corazón latió de más al verla, era muy hermosa.

-Hey- murmuré al ver que estaba muy  concentrada en sus pensamientos.
Giró sobresaltándose  -Vamos, te llevo a donde quieras-

Me miró confundida.

Bien, no había sido la forma correcta de expresarme. Quizá tendría que haberla tratado con más paciencia, teniendo en cuenta que estaba asustada.
Pero ésto era nuevo para mí, y se sentía raro.

-Puedes confiar en mí- insistí, como si eso pudiera ayudar en algo...

Finalmente asintió.

Salimos por la puerta hacia el callejón donde estaba estacionado mi auto. Me subí a éste y esperé que entrara.

Una vez que lo hizo, prendí el motor y salimos de allí.

-¿A dónde te llevo?- pregunté dubitativo.

Murmuró su dirección y al instante se tensó.

Entonces pude salir de mis pensamientos y reconocer que para ella ésto también era difícil. No me conocía. No tenía más opción que confiar en alguien desconocido.

Entonces me giré y en un intento de hacer que se sienta cómoda, hablé:

-Me llamo Aaron.-

Asentió visiblemente agradecida.

-Soy Alice- sonrió.

Era jodidamente linda, y me hacía sentir emociones encontradas, que estaba dispuesto a ignorar.
Tenía un rostro angelical, pero a la vez una mirada audaz, que podría poner de rodillas a cualquier hombre, sin duda.

En ese instante, me prometí que iba a alejarme de ella. Todo a su alrededor gritaba problemas, y era lo último que necesitaba. Apenas podía con los míos...

Ahora la llevaría a su casa y luego nunca más la vería.

Un par de cuadras más tarde, y luego de un silencio bastante molesto, me detuve en la dirección que me había dado.

Nos miramos por instinto y esperé que hablara.

-Muchas gracias Aaron, no sabes cuánto me has ayudado. Te lo agradezco y disculpa si fui una molestia- murmuró lo último apenada.

-No te preocupes - mi tono salió más duro de lo que quería así que continué -Espero que estés bien-

-Yo también lo espero...- susurró y se bajó del auto con prisa.

Me quedé inmóvil, sin dejar de pensar en esa última frase.

Medio MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora