2. Preocupaciones

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Tras un largo rato limpiando y ordenando el que ya era nuestro nuevo hogar, me senté en el sofá del salón y sintonicé el partido de los Lakers que ponían en el Canal 5. Estaba rendido. Habían sido 11 largas horas de viaje desde Nueva York y mi cuerpo necesitaba descanso.

Casi terminando el tercer cuarto del partido, mi padre se sentó a mi lado en el sofá: - ¿Qué te parece la nueva casa? - preguntó.
- La casa está muy bien, pero estoy un poco preocupado por todo lo demás...
- ¿Por todo lo demás?
- Sí, ya sabes... La nueva vida, la nueva escuela... ¿Qué voy a hacer aquí si no conozco a nadie? Todos mis amigos están en Nueva York.
- No te preocupes, George. Es normal que, al principio, todo nos parezca un mundo. En unas semanas seguro que estarás completamente adaptado a la nueva ciudad y tendrás nuevos amigos. Anda, vamos a cenar. He preparado pizza, que sé que te encanta.

Se levantó del sofá y se sentó en la mesa, ya lista para la cena.
Aquella conversación me entristeció sobremanera. Hasta ese momento, aún no había sido consciente de todo lo que dejaba en Nueva York. Jamás había valorado lo suficiente a mis amigos. No había disfrutado del tiempo con ellos. Pensaba que nunca se acabaría. Empezaba a echarlos mucho de menos.

- ¡Vamos, George! Te estamos esperando. - dijo mi madre.

Me dirigí a la mesa y me senté.
Tras darle un par de mordiscos a un trozo de pizza, mi madre interrumpió al comentarista del Canal 5 y dijo:
- George, mañana comienzas las clases en tu nuevo Instituto, ¿Vale?
- ¿¡Cómo!? - pregunté sorprendido. - Pero si acabamos de llegar, mamá. Aún no conozco la ciudad, ¡No sé ni dónde está el Instituto!
- Tienes que empezar cuanto antes, George. Las clases hace dos semanas que comenzaron y no puedes perder más tiempo. El Instituto está a menos de 10 minutos andando desde aquí.
- No te preocupes, yo te acompañaré mañana para que no tengas ningún problema en llegar. - irrumpió mi padre.
- Bueno... - respondí agachando la cabeza.

No estaba nada convencido. Tenía mucho miedo a conocer gente nueva. No se me daba bien. Temía caer mal. Soy una persona muy insegura, y creo que es algo que salta a la vista cuando alguien habla conmigo.
Apuré aquel trozo pizza y me levanté de la mesa.

- ¿Dónde vas, George? - preguntó mi madre, algo preocupada.
- No tengo hambre, me voy a mi cuarto.
- ¿No vas a ver el partido? ¡Los Lakers ganan de 3! - insistió mi padre, tratando de buscar una sonrisa cómplice.
- No, mañana lo veré en redifusión.
Cabizbajo, abandoné el salón ante la atenta mirada de mis padres.

Al comenzar a subir las escaleras de vuelta a mi cuarto, oí hablar a mi madre y no pude evitar pararme a escuchar:
- Mark, ¿Crees que George será feliz en Indianápolis?
- Eso espero, Katherine. Es una pena que, ahora que había conseguido asentarse en su grupo de amigos, hayamos tenido que marcharnos de Nueva York. Pero, seguro que en una semanas habrá conocido a gente nueva.
- No estés tan seguro, Mark. George es un chico muy tímido. Hasta hablar con sus amigos de Nueva York, a veces le costaba. ¿Y si se ríen de él?

Oír a mis padres teniendo esa conversación me hizo estallar y marché corriendo a mi cuarto. Cerré la puerta y me senté llorando encima de la ropa que había dejado sobre la cama. El mundo se me vino encima. Intentaba pensar en el futuro pero no podía. No me veía siendo feliz en Indianápolis.
Pasados unos minutos, y después de recuperarme de aquella vorágine sentimental, conseguí levantarme de la cama y sacar todo lo que quedaba de mi maleta. De allí salió, entre otras cosas, un reproductor de música que apenas usaba, pero que en aquel momento podría servirme para evadirme y escapar un rato de la cruda realidad.
Conecté el reproductor y me tumbé en la cama.
Aquel que debería haber sido un día esperanzador por el comienzo de una nueva etapa de mi vida, se había tornado en mi peor pesadilla, de la cuál, no podía escapar.
El día 1, estaba llegando a su fin. Y entre el cansancio acumulado y la dulce melodía de "How Deep Is Your Love" de Bee Gees, consiguieron sumergirme en un profundo sueño, del cuál, si tuviese la oportunidad de elegir, sin duda escogería no despertar hasta pasados unos días.

- George, despierta, es tarde. - anunció mi madre llamando a la puerta de mi cuarto.

La noche había pasado en un suspiro. Pensaba que seguía soñando. Mi cerebro aún no había asimilado tantas emociones vividas el día anterior, cuando me vi inmerso en un nuevo día. Y no uno cualquiera. Era mi primer día de Instituto en Indianápolis.

- Ya voy, mamá. - respondí frotándome aún los ojos.
Levantándome de la cama, me percaté de que el reproductor de música aún seguía sonando.
- Tú te vienes conmigo. - dije mientras cogía el reproductor y lo guardaba en mi mochila.

Bajé las escaleras y cogí mi desayuno de la cocina.
- ¡Gran partido de los Lakers en el Madison Square Garden. Ganaron en el último suspiro gracias a esta canasta del estadounidense LeBron James! - retumbó en la televisión mientras rellenaba mi tazón de cereales.
En ese momento, mi padre bajó las escaleras, entró en el salón y dijo:

- George, voy a ponerme los zapatos y salimos, ¿vale?
- Vale, papá.
Desayuné a toda y me acerqué a la puerta principal.
-;George, tranquilo, ¿vale, hijo? Verás cómo todo irá bien. - dijo mi madre en un claro estado de nerviosismo.
- ¡Allá vamos! - exclamó mi padre mientras cruzábamos la puerta de salida.

Tras andar un par de minutos y, mientras observaba mi nuevo camino a clase, dije:
-Oye, papá. Déjame ir sólo.
- ¿Sólo? - respondió sorprendido.
- Sí. Este rato me vendrá bien para despejarme.
- Y, ¿cómo piensas llegar? ¿Sabes dónde está el Instituto?
- Tú sólo dime la dirección y me guiaré con Google Maps.
-;Como quieras... - asintió mi padre, mientras sacaba un pequeño trozo de papel donde tenía apuntada la dirección.
- Tienes que buscar el número 3 de Youth Avenue. El Instituto se llama "St. Patricks High School".
- De acuerdo. - asentí mientras apuntaba la dirección en mi móvil.
- Ten cuidado, ¿vale, hijo? - dijo mi padre, visiblemente preocupado.
- No te preocupes, papá. Como me dijiste anoche, todo irá bien. - le sonreí mientras comenzaba mi solitario camino hacia el Instituto.

Al cruzar la primera esquina, recordé que, en mi mochila, había guardado el reproductor de música. Y, mientras lo sacaba, comenzó a sonar la primera canción que escuché la noche anterior. De nuevo, "How Deep Is Your Love", de Bee Gees. Sus primeros acordes volvieron a cautivarme. Y, conectando mis auriculares al reproductor, continué la marcha. Esta vez, a un ritmo mucho más pausado. Disfrutando de la música.
A los pocos minutos, llegué a la puerta del Instituto con esas dulces notas aún retumbando en mi cabeza. De repente, me temblaban las piernas. El silencio que se palpaba en aquella de solitaria puerta era más estremecedor que cualquier sintonía de terror. Sólo se conseguía oír cómo, dentro, charlaban y reían algunos de los que serían mis nuevos compañeros de clase. Y allí estaba yo. Solo. Frente a la puerta. El momento había llegado. En aquel preciso instante, recordé una mítica frase de Michael Jordan: "Si te rindes una sola vez, se convierte en un hábito. Nunca te rindas". Y, armandome de valor, de una sola zancada, crucé la puerta que me conduciría a mi nueva vida.

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