6. Enemigos íntimos

6 2 1
                                    

A eso de las 21:30h, cuando ya mis padres habían terminado de limpiar y ordenar el desván, bajamos a cenar.

- George, he pensado que sería buena idea ir este fin de semana a algún centro comercial de la ciudad. Podríamos ir de compras, al cine... - propuso mi padre.
- ¿Puede venir Lewis con nosotros?
- ¡Claro que sí, cariño! Pregúntale mañana si le apetece.
- ¡Guay!

En Lewis había encontrado un amigo. Aunque hacía unas pocas horas que le había conocido, sentía que era diferente. Que no era como los demás.

Al acabar la cena, dije:

- Hoy estoy muy cansado, me voy ya a la cama.
- ¿Tan pronto? Pero si sólo son las diez y media. - Preguntó extrañada mi madre.
- Sí. Ha sido un duro día. Y quiero estar descansado para mañana.
- Como quieras. Que duermas bien, cariño.
- Igualmente vosotros.

La rodilla estaba dejando de dolerme. No quería dejar la oportunidad de descansar lo máximo posible y que se recuperase para el partido. No podía permitirme estar lesionado al día siguiente. Me sentía como LeBron James el día antes de la final de la Conferencia.

Subí a mi cuarto y me tumbé en la cama.

Al cabo de una hora, no conseguía dormir. La llamada. El partido. La rodilla. Todo comenzaba a colarse en mis pensamientos.

- ¿Por qué no existirán los comienzos fáciles?, ¿por qué no todo el mundo es como Lewis? - pensaba indignado.

Cogí mi reproductor de música, conecté los cascos y me los coloqué. Escuchar música me relajaba. Y esta vez no iba a ser menos. Me costó, pero mientras navegaba entre mis pensamientos y los acordes de aquel pop/rock británico que tanto me gustaba, conseguí dormirme.

El día había llegado. Eran las 8 de la mañana y no hizo falta que mi madre viniese a despertarme. Ya me había levantado.

Mientras bajaba las escaleras, sentía que mi rodilla estaba perfectamente. Le había venido bien el descanso. Ni el más mínimo dolor. Las esperanzas para el partido eran enormes. Teníamos que ganar. No sólo estaba en juego el honor de la victoria. También lo estaba mi reputación. La forma en la que me mirarían mis compañeros de ahora en adelante. Mi autoestima. No era sólo un partido.

Al acabar de desayunar, me acerqué a la puerta para poner rumbo al Instituto.
En ese momento, mi padre se acercó:

- George, hoy puedo recogerte a la salida del Instituto. Salgo antes del trabajo y me pilla de paso.
- De acuerdo. Cuando salga, te esperaré en la puerta. Adiós, mamá. Adiós, papá.
Abrí la puerta y salí hacia el Instituto.

Quizás fuese porque, al ser una persona tímida y no tan impulsiva, pensaba las cosasmás detenidamente que los demás y siempre trataba de buscarle el lado racional a todo. Pero, en aquel momento, no tenía miedo. Ni estaba tenso. Como si no fuese conmigo. Como si aquella montaña rusa de emociones que tenía a la vuelta de esquina, jamás fuese a suceder.

Sumido en aquel estado de relajación, llegué a clase y me senté en mi pupitre, al lado de Lewis, que ya estaba allí. Me sorprendió que, en el trayecto desde la puerta de la clase hasta mi asiento, nadie me dijese nada. Ni un simple saludo. El día anterior varios compañeros se me acercaron, me saludaron, me estrecharon la mano. Pero hoy, nada. Era todo muy extraño.

- Oye, Lewis. ¿Por qué ésta gente está hoy tan rara? - pregunté esperando que Lewis me iluminase.
- Eh... Bueno... Olvidé avisarte... - titubeó Lewis.
- ¿Cómo? No te entiendo, Lewis. ¿Qué olvidaste decirme? - pregunté molestado por su respuesta.
- A ver, en realidad, preferí no decírtelo. Aquí, cuando eres nuevo, eres el centro de atención. Todo el mundo viene, te saluda, habla contigo... Pero, al día siguiente, como ya no eres la novedad, pasan de ti. Preferí no avisarte ayer y que disfrutases del día al cien por cien.
- ¿En serio? Pensaba que había caído bien... - respondí decepcionado.
En aquel momento, entró la profesora Jasmine para dar comienzo a su clase.

Unas horas y varias clases después, llegó el recreo. El momento que estaba esperando. Había mucho en juego. Comenzar a labrarme una buena reputación, o vivir para siempre en el ostracismo de la derrota. He de reconocer que, en cuanto escuché el sonido de la sirena que daba comienzo al recreo, me puse como un flan. Las piernas me temblaban. Pero, mi rodilla estaba bien. No me dolía. Creía en ella. Y, armándome de valor, enfilé la puerta del patio y salí con el pecho hacia adelante sin miedo al fracaso.

En el patio había una pequeña grada, que estaba a rebosar. Había, incluso, gente de pie esperando para ver el partido. No sabía que aquí se vivían así los partidos. Quizás, aquel señor tenía razón: "Esto es Indiana...".
Seguí observando desde la distancia el terreno de juego, hasta que vi cómo Lewis venía corriendo hacia mí:

- George, acabo de ver a su equipo.
- Dímelo. Total, no voy a conocer a ninguno...
- Tom Parker, Kenny West, Darrel Long, Peter Karlsen, ¡Jake Murray!... Murray juega en las categorías inferiores de los Pacers. Siempre había dicho que este tipo de partidos le aburrían porque no había nivel. Le habrán convencido para jugar. Ahora sí que no tenemos nada que hacer. ¡Estamos perdidos!
- ¿Sólo son 5? - pregunté mientras recordaba que el día anterior me dijo que se podría hacer un cambio.
- Ah, sí. Me falta uno. Finn Maunt. Otra bestia. Él estará en el banquillo. Imagina cómo son los demás.
- Lewis, no hay que tener miedo. Dentro de la cancha, lo que cuenta es el equipo. Las individualidades pueden salvarte un punto, cinco, diez. Pero, no te ganarán un partido. Si jugamos como un equipo, todo irá bien. Por cierto, ¿quiénes son los nuestros?
- Por ahí vienen. Paul Ferdinand, Joe Simpson, Daniel Spencer y Logan Maxwell. Y nosotros dos, claro.
- Suena bien. Confío en ellos.

Comenzamos a saludarnos y a preparar alguna táctica para el partido hasta que llegaron nuestros rivales.

- Ahí vienen. Nuestros peores enemigos. - dijo Logan con temerosa mirada.

El público enloqueció. Gritos de: "Tom, Tom, Tom...", se intercalaban con otros de: "Jake, Jake, Jake...". El ambiente jugaría en nuestra contra desde el primer minuto.

Lewis, tratando de ocultar su preocupación y nerviosismo tomó la palabra:

- Chicos, tranquilos. No hagamos caso a la gente. No miremos a la grada. Logan, tú comenzarás en el banquillo, necesitaremos un jugador revulsivo para los minutos finales. Tenemos que estar concentrados en nuestro juego y trabajar en conjunto. Así, todo irá bien. ¡Vamos, equipo. A ganar!

Tal fue la motivación que Lewis nos inyectó, que salimos como leones hacia la pista. La batalla, estaba a punto de comenzar.

La Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora