𝒅𝒊𝒆𝒄𝒊𝒏𝒖𝒆𝒗𝒆

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Sydney

Supe que estaba jodida en el momento en el cual Shark llegó con sus guardias. No estaba exagerando; su mirada hacia mí trasmitía tanta furia que perfectamente podría haberme perforado la cara.

Y empeoró cuando vio el cuerpo herido de Arthur Junior a mi lado, junto a los cuerpos muertos de los otros hombres.

Muertos gracias a mí, por supuesto.

En esta jodida mafia parecía que yo era la que hacía todo. Y ni siquiera era una mafiosa.

—¿Quién mierda es él?— el tiburoncito preguntó, dominante, señalando a Arthur Junior.

Debía admitir que su faceta de macho alfa siempre provocaba cosas en mí, cosas que hubiese preferido no sentir.

—Es el culpable de la bomba y de nuestro accidente de tránsito— contesté, orgullosa. Esperaba que por lo menos demostrara un poco de admiración hacia mí, por haberlo atrapado sola.

Sin embargo, Shark siempre reaccionaba de maneras impredecibles.

—¿Y de dónde mierda lo conoces? ¿Cómo sabes que es él?— me interrogó, aproximándose lentamente hacia mí— ¿Acaso me estás engañando, gatita? ¿Acaso esto es una trampa?

—¿Esta es tu forma de agradecerme por capturar al hombre que nos quiso matar?

—No evadas mis preguntas, perra. ¿Este es tu noviecito e idearon ponerlo a él como el culpable para que tú sigas de infiltrada en mi casa sin levantar sospechas?

—Tanto whisky ha matado todas tus neuronas, realmente— le contesté, manteniendo mi mirada fija en la suya. Si él no desviaba sus ojos entonces yo tampoco lo haría— Cree la mierda que quieras creer. Si no fuera por mí todos seguiríamos en peligro, que tú no puedes hacer tu jodido trabajo no significa que debas tratar de hacerme quedar a mí como la enemiga.

Nuestras miradas continuaron en una guerra silenciosa, y por un segundo sentí que todo lo que nos rodeaba desaparecía.

Estaba cansada de querer ayudarlo, mejor dicho, ayudar a su bando en general, y que el muy imbécil todavía siguiera dudando de mí.

—Hagan que los cuerpos muertos sean desmembrados y tírenlos por diferentes partes— Shark le ordenó a sus hombres, todavía observándome a mí— En cuanto al que todavía está vivo, déjenlo en el maletero de la camioneta. Tenemos una charla pendiente.

Y sin más se alejó, rumbo al vehículo que nos llevaría a la mansión. Por algún motivo supuse que su última frase también era dedicada a mí.

Y si él quería tener una jodida charla, entonces la tendríamos, porque no había nada que deseara más que ubicar a ese jodido bastardo prepotente en su lugar.

Durante el camino los dos estábamos muy tensos, y yo estaba esperando la mínima falta de respeto de su parte para atacarlo.

La guerra de poderes era mi guerra favorita.

Al llegar él ordenó que llevaran a Arthur Junior a una de las habitaciones de tortura, justo al lado de la de Marc. Con todo lo que había sucedido, yo me había olvidado por completo del bastardo que había intentado propasarse conmigo.

El tiburoncito me exigió que fuera a su oficina, y lo obedecí, preparando mentalmente todos los insultos que le diría. Sin embargo, cuando él me preguntó tranquilamente cómo fue que descubrí al enemigo, traté de aplacar mi necesidad de discutir con él.

—Recibí unas cartas en la puerta de mi habitación, y no sé cómo llegaron hasta ahí. Sospecho que alguien de aquí ha estado trabajando junto a Arthur Junior y su bando. Hice que Michael las leyera— empecé explicándole— Ese chico estaba buscando venganza porque, cuando vivía en la calle, maté a su padre.

S H A R KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora