𝒅𝒊𝒆𝒄𝒊𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆

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Sydney

Apenas abrí la puerta del lavarropas salté encima de la persona que tenía en frente, creyendo que era Marc que me había descubierto.

Rasguñe, grité y realmente casi lo muerdo, hasta que escuché a Shark hablándome.

¿Shark? ¿Había venido?

—¡Maldita sea, Sydney! ¡Soy yo, cálmate!— me gritó, tratando de separar mis manos de su cara— Mierda, tranquilízate. Te prometí que nadie se propasaría contigo, y lo estoy cumpliendo.

Al escucharlo decir eso inevitablemente empecé a llorar, sintiendo sus brazos rodeándome mientras yo me refugiaba en su pecho. El estrés y el miedo me habían puesto al límite, y necesitaba desahogarme aunque me sintiera como una frágil estúpida.

—Dime, gatita, ¿qué ha pasado? ¿En dónde está Marc?— me preguntó, acariciando mi cabeza. Jamás lo había visto tratarme y hablarme con tanta suavidad y cuidado, lo cual en el momento, extrañamente, me reconfortó.

—M-me descubrió robándole y trató de v-violarme... No sé en dónde está, apenas me libré de él vine a esconderme aquí— le contesté, tratando de no sonar tan vulnerable como me sentía. Evidentemente fallé en mi propósito, porque en mi voz se notaba que estaba asustada.

—Shark, lo encontramos. Está a un par de cuadras, probablemente vio que habíamos llegado hasta aquí y decidió escapar pero no llegó muy lejos— informó Edward entrando al baño, clavando su mirada en mí con su cara de indiferencia.

Con esas palabras todo el miedo se me quitó, y le dio paso a la rabia. Mataría a ese jodido hijo de puta apenas lo volviera a ver.

—Por ahora no hagan nada, sólo enciérrenlo y que no se escape de ninguna forma. Yo me ocuparé de él— murmuró Shark, sin quitar su mirada de mis ojos.

—No. Yo me encargaré de hacerlo pagar. Merezco darle su merecido— le respondí de forma determinante. No dejaría que nadie me arrebatara mi venganza.

—Sydney...

—Me importa una mierda lo que digas, lo voy a hacer aunque no estés de acuerdo.

—Bien. Vámonos a la mansión y ahí harás lo que te plazca— aceptó rendido.

¿El tiburoncito dejándome ganar una discusión? Podría acostumbrarme a eso.

Mientras estábamos siendo llevados a la mansión me permití a mí misma relajarme. Había pasado situaciones parecidas, pero nunca me había sentido tan indefensa.

—¿Por qué decidiste no entregarme a él?— le cuestioné a Shark, mirando por la ventana de la camioneta. Estábamos nosotros solos, sentados uno en frente del otro.

No me sentía preparada para mirarlo a la cara sin explotar en lágrimas. Después de tanto tiempo sin haber llorado, ahora sentía que absolutamente todo me pondría sensible. Jodida mierda.

—No te iba a entregar— respondió, dejándome sorprendida.

—Pero en la llamada él dijo...

—Ya sé lo que dijo— me interrumpió— Fue una trampa que le tendí para que no te secuestrara y te llevara a otro lugar.

—¿Por qué mierda haría eso?— pregunté, confundida.

—Porque es un lunático que piensa que cualquier mujer hermosa le pertenece hasta que encuentra a otra, sin importar las consecuencias.

Me reprendí a mí misma por haberme sonrojado cuando insinuó que yo era hermosa, ¡vamos, Sydney! No actúes como una jodida adolescente estúpida. Están hablando de un demente que te quería encerrar para hacerte lo que deseara sin tu consentimiento, concéntrate.

S H A R KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora