𝒕𝒓𝒆𝒄𝒆

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Sydney

Finalmente el pelirrojo y yo logramos escabullirnos de los oficiales sin resultar heridos, al igual que los otros traficantes que allí se encontraban. Mientras nos dirigíamos a la mansión con las únicas bolsitas de drogas que habíamos obtenido sentía mi corazón latir exageradamente, el golpe de adrenalina seguía causando estragos en mí.

Incluso había empezado a mover mi pierna involuntariamente, una clara señal de que se me dificultaba estar quieta después del momento que había vivido. Además, estaba frustrada, porque prefería mil veces usar una navaja que disparar.

Cuando llegamos a la mansión me encontraba tan cansada que lo único que quería hacer era dormir y olvidarme del mundo, hasta que vi a Michael en el comedor, el cual empezó con sus típicos comentarios:

—¡Primor! Aunque estés sucia te quiero hacer cosas sucias— me guiño el ojo, recorriéndome de arriba a abajo.

Lo ignoré, pasando por la cocina para tomar un vaso de agua, pero allí se encontraban Steve y Liam.

—¡Sydney! ¡Escuchamos lo qué pasó! ¿Te encuentras bien? ¿Te hirieron? ¿Necesitas algo?— me interrogó apresuradamente Steve, preocupado.

—¿Y a ti que tanto te importa cómo ella esté? ¿Acaso te gusta?— lo confrontó Liam, evidentemente celoso, impidiendo que yo pudiera tranquilizar al rubio tatuado y decirle que todo estaba bien.

Ignorándolos, me dirigí exhausta hacia el piso de arriba, en dónde estaba mi habitación, y mientras me alejaba todavía podía escuchar a los dos tortolitos en su discusión de pareja, al igual que podía escuchar a Michael gritándole piropos a mi trasero.

Esta mansión me iba a enloquecer.

Sin embargo, como ya mencioné anteriormente, la vida es una jodida perra que me odia, por lo cual me crucé con Shark antes de poder poner un sólo pie dentro de mi habitación. Él estaba saliendo de su oficina, y al verlo me quedé paralizada, observando su cara.

—Entra— ordenó, señalando la puerta de la habitación por la que había salido.

—Estoy cansada— le contesté, esperando que me dejara ir. Me miró con su típica cara de "no me puede importar menos" y bufé frustrada, haciéndole caso.

No me sorprendí al ver que Edward ya se encontraba ahí, probablemente ya le había informado de todo lo qué pasó. Me senté a su lado, recostando mi cabeza sobre el escritorio, y escuché como Shark ordenaba que también subieran los dos tortolitos y el viejo pervertido.

—Bien, como todos ya saben la entrega de hoy fue un fiasco, alguien nos tendió una trampa. Creería que fue un soplón del otro bando si no fuera porque estuve haciendo ciertas revisiones y nos faltan drogas e incluso papeles importantes, por lo cual probablemente haya un infiltrado entre nosotros, robando nuestras pertenencias y divulgando información— nos informó cuando estuvimos todos juntos, hablando con su porte de magnate implacable.

—¿Por qué asumes eso? Quizá las drogas se extraviaron, o las robó algún adicto entre tus traficantes— respondió Michael, guiñándome un ojo. ¿Acaso este hombre nunca dejaría de coquetear conmigo?

—No. Hubiera sido notificado de inmediato, por lo cual la persona que robó la droga se esforzó en ocultarlo. Por eso me di cuenta hoy. Además, era imposible que la policía supiera dónde sería la entrega, porque siempre cambiamos de lugar, excepto que alguien se los haya contado— afirmó, pasando sus miradas por todos nosotros.

Lo que me faltaba; que empezara a verme como una sospechosa.

—Quizá lo de la falta de drogas y papeles sí fue por un infiltrado, pero no creo que la entrega de hoy haya sido saboteada por uno de los nuestros— argumentó Steve esta vez, pensativo.

S H A R KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora