𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒆

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Shark

Las personas iban y venían por todo el pasillo de las habitaciones de tortura. Arthur Junior antes de morir había dado muchos nombres pertenecientes a la gente con la cual él había trabajado para atacarnos, y todos eran integrantes de la jodida mafia italiana.

Mis guardias y yo nos estábamos encargando de sacarle la mayor información posible a cada uno de ellos. El plan era ese, derrotar a los enemigos y descubrir quién de la mansión era el infiltrado.

Lo mejor para lo último.

Mis tres bestias favoritas, es decir mis perros, eran los que se encargaban de finalizar las torturas. Cuando los enemigos daban los datos suficientes mis perros se encargaban de despedazarlos, justo como estaban haciendo ahora.

—Estos monstruos me dan escalofríos— comentó Steve aterrado, refiriéndose a los animales, mientras observaba la situación junto conmigo.

Se había ido de viaje con Liam, y regresaron antes de tiempo al enterarse de los atentados. Estaba actuando de manera extraña, aunque trataba de disimularlo se notaba que no era el mismo Steve de antes, pero yo no tenía intención de cuestionarlo al respecto.

Tenía problemas más importantes que resolver, y uno de esos problemas llevaba el nombre "Sydney". Cada vez que nos cruzábamos en algún rincón de la casa ella se encargaba de provocarme, de jugar conmigo, y era muy difícil mantener mi autrocontrol.

Me tentaba con sus palabras y sus gestos, me enfurecía pero también me excitaba a la misma vez, y esa combinación sólo lograba que mis fantasías de dominarla fueran cada vez más grandes.

Quería castigarla por ser una jodida rebelde desobediente; se estaba metiendo en la boca del lobo, y no le faltaba mucho para ser devorada. Jodida mierda, detestaba admitirlo pero ella me hacía sentir débil.

Mientras caminaba hacia el comedor pensaba en sus ojos traviesos, y luego la vi sentada en un sillón, sonriendo dulcemente mientras observaba un programa. No pude despegar mi mirada de su cara, ni siquiera cuando Steve le habló. Entablaron una conversación a la que no le presté atención, porque mi cerebro se distrajo pensando en algo que no había notado hasta el momento.

Steve estaba actuando demasiado bondadoso con Sydney.

Mi amigo era únicamente amable y carismático con su novio y conmigo, con el resto era un hijo de puta. Pero desde que la gatita había llegado a la mansión la había recibido con los brazos abiertos, lo cual me extrañaba demasiado.

Si estaba ocurriendo algo raro lo descubriría; a mí no se me escapaba nada.

Decidí dejarlos solos y hablar con Liam en mi oficina sobre lo que verdaderamente importaba: la jodida rata inmunda que estaba de infiltrado en la mansión.

—Joder, señor, no lo sé. Aquí trabajan y viven muchas personas que saben que les conviene estar de su lado, no se me ocurre nadie que sea tan estúpido como para ir contra usted— murmuró, pensativo, mientras yo sólo me dedicaba a escucharlo. Siempre que estábamos solos se esforzaba en hablarme respetuosamente; él me tenía miedo porque sabía lo que yo era capaz de hacer— Además, no puede ser alguien cualquiera de la mansión. Debe ser cercano a usted, para poder recolectar más información. Steve es su mano derecha, así que definitivamente no. Michael es su socio, y aunque está enterado de todos nuestros planes, sabe que lo descubrirías enseguida si llegara a ser un infiltrado. A Edward lo tienes amenazado, es consciente de que no puede traicionarte. Y Sydney...

—¿Sydney qué?— cuestioné, intrigado.

—Hace un tiempo atrás le hubiese dicho que Sydney es la principal sospechosa, pero la realidad es que nunca ha demostrado ser desleal. También la intentaron matar a ella en el accidente de tránsito, y no tendría sentido que sea la traidora.

S H A R KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora