Capítulo 4

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Respondiéndole Palas Atenea, la deidad de los ojos de lechuza:

-“De todo esto voy a informarte circunstancialmente. Me jacto de ser Mentes, hijo del belicoso Anquíalo, y de reinar sobre los tafios, amantes de manejar los remos. He llegado en mi galera, con mi gente, pues navego por el vinoso ponto hacia unos hombres que hablan otro lenguaje: voy a Temesa para traer bronce, llevándoles luciente hierro. Anclé la embarcación cerca del campo antes de llegar a la ciudad, en el puerto Retro, que está al pie del selvoso Neyo. Nos cabe la honra de que ya nuestros progenitores se daban mutua hospitalidad desde muy antiguo, como se lo puedes preguntar al héroe Laertes; el cual, según me han dicho, ya no viene a la población, sino que mora en el campo, le atormentan los pesares, y tiene una anciana esclava que ole apareja la comida y le da de beber cuando se le cansan los miembros de arrastrarse por la fértil viña. Vine porque me aseguraron que tu padre estaba de vuelta en la población. Mas sin duda lo impiden las deidades, poniendo obstáculos a su retorno; porque el divino Odiseo no ha desaparecido aún de la fértil tierra, pues vive y está detenido en el vasto ponto, en una isla que surge de entre las olas, desde que cayó en poder de los hombres crueles y salvajes que lo retienen a su despecho. Voy ahora a predecir lo que ha de suceder, según los dioses me lo inspiran en el ánimo y yo creo que ha de verificarse, porque no soy adivino ni hábil intérprete de sueños: Aquél no estará largo tiempo fuera de su patria, aunque lo sujeten férreos vínculos; antes hallará algún medio para volver, ya que es ingenioso con sumo grado. Mas, ea, habla y dime con sinceridad  si eres el hijo del propio Odiseo. Es extraordinario tu parecido, en la cabeza y en los bellos ojos, con Odiseo; y bien lo recuerdo, pues nos reuníamos a menudo, antes de que se embarcara para Troya, adonde fueron los príncipes argivos en las cóncavas naos. Desde entonces ni yo le he visto ni él a mí.”

Contestóle el prudente Telémaco:

-“Voy a hablarte, oh, huésped, con gran sinceridad. Mi madre afirma que soy hijo de aquél, no sé más; que nadie consiguió conocer por sí su propio linaje. ¡Ojalá fuera vástago de un hombre dichoso, que envejeciese en su casa, rodeado de sus riquezas! Mas ahora dicen que desciendo, ya que me lo preguntas, del más infeliz de los mortales hombres.”

Replicóle Palas Atenea, la deidad de ojos de lechuza:

-“Los dioses no deben de haber dispuesto que tu linaje sea oscuro, cuando Penélope te ha hecho nacer cual eres. Mas, ea, habla y dime con franqueza: ¿Qué comida, qué reunión es ésta, y qué necesidad tienes de darla? ¿Se celebra un convite o un casamiento? Que no nos hayamos evidentemente en un festín a escote. Paréceme que los que comen en el palacio con tal arrogancia ultrajan a alguien; pues cualquier hombre sensato se indignaría al presenciar sus muchas torpezas.”

Contestóle el prudente Telémaco:

-“¡Huésped! Ya que tales cosas preguntas e inquieres, sabe que esta casa fue opulenta y respetada mientras aquél varón permaneció en el pueblo. Cambió después la voluntad de los dioses, quienes, maquinando males, han hecho de Odiseo el más ignorado de todos los hombres; que yo no me afligiría de tal suerte si acabara la vida entre sus compañeros, en el país de Troya, o en brazos de sus amigos luego que terminó la guerra, pues entonces todos los aqueos le habrían erigido un túmulo y habría legado a su hijo una gloria inmensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías; su muerte fue oculta e ignota; y tan sólo me dejó pesares y llanto. Y no me lamento y gimo únicamente por él; que los dioses me han enviado a otras funestas calamidades. Cuantos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zacinto, y cuantos imperan en la áspera Ítaca, todos pretenden a mi madre y arruinan nuestra casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias, ni sabe poner fin a tales cosas; y ellos comen y agotan mi hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo.”

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