A penas podía respirar.
Me dolía tanto el pecho que parecía que tenía una bala incrustada en él pero, a decir verdad, parecía que tenía balas incrustadas en todo el cuerpo. Era como si un ejército de cien hombres me estuviese bombardeando con miles de esas dichosas balas y yo, en vez de morir, simplemente soportaba los golpes.
Y a pesar de todo, continuaba moviéndome.
Mi cerebro me decía que no me quedaba fuerza ni para pensar, pero había otra parte de mí que se negaba a dejarme parar, y esa pequeña parte era mi ego. No es que quisiera darle a entender a los diez hombres que luchaban contra mí, ni a ninguno de los emocionados espectadores que nos observaban, que yo era superior a ellos, pero si quería que supieran que yo no era fácil de vencer.
– ¡No dejes de pensar en tus enemigos! - me gritó Bernard desde lejos -. ¡Puede que algunos estén detrás de ti pero si te concentras ni siquiera necesitarás verles para ganarles!
Traté de seguir sus instrucciones y conseguir concentrarme en mis contrincantes, en todos y cada uno de ellos, pero era tan difícil. En particular, quería aprender a visualizar a los que tenía detrás incluso sin verles, sin embargo, me costaba hacerlo si los que tenía delante trataban de desmembrarme con sus afiladas armas. Bernard había hecho que todos los que participaran en la pelea, incluida yo, debían llevar un arma diferente al resto, y eso era, con perdón de la expresión, una auténtica mierda.
Y es que tenía que esquivar una daga, una alabarda, un alfanje, una espada, una falcata, una katana de madera, un látigo, un machete, un mandoble, un puñal, un tessen y una alabarda. No es que no estuviese satisfecha con mi arma, un par de sais, pero a pesar de todo resultaba demasiado complicado.
– ¡Los que están esperando! - gritó Bernard, esta vez no a mí -. ¡Observad detenidamente! Cuando tengáis el nivel necesario seréis vosotros los que estéis ahí en medio.
Con aquello, mi curiosidad se elevó casi nada, ya que quería saber quiénes me tendrían que observar detenidamente, pero fue suficiente para que uno de mis contrincantes me alcanzara. La katana de madera me golpeó fuerte en la pierna, provocando un grito de dolor por mi parte mientras caía al suelo de rodillas, y haciéndome entender que, hasta cuando era de madera, la katana podía hacer mucho daño.
Todos con los que había estado luchando se pararon, aunque mantuvieron la postura de ataque, y yo traté de ignorar el dolor. Intenté llevar mi atención a mis manos, que estaban apoyadas en el suelo y todavía sostenían mis armas. Me mordí el labio cuando mirar mis manos no funcionó y unas repentinas ganas de llorar me abordaron.
– ¿Vas a llorar? - preguntó Bernard, a quien no había sentido acercarse -. Estás sangrando.
– Lo sé - mis palabras fueron claras, pero estaban ahogadas entre mis intentos por contener las lágrimas.
– ¿Tanto te duele? - siguió preguntando él -. ¿Tanto como parar querer llorar?
Sofoqué un sollozo que se escuchó en todo el gimnasio y me levanté. Mi ojos seguramente estarían vidriosos y mi labio algo morado por haberlo mordido. La pierna me sangraba y me dolía. Tenía un aspecto espantoso y aun así no me importaba que los demás me viesen en aquel estado.
– Contéstame sí o no - dijo Bernard -. ¿Te duele?
– Sí - dije tragando las lágrimas.
– ¿Por eso has estado a punto de llorar?
– No- fue mi respuesta.
Él me miró con los ojos entrecerrados, tratando de evaluarme y descifrarme.
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Herida. Wounded. [INTERRUMPIDA TEMPORALMENTE]
VampiroDaniela tiene una vida complicada. A sus diecisiete años ha vivido más de lo que desearía y pocas de esas cosas eran agradables. No era nada fácil ser la hija de dos cazadores de vampiros profesionales y menos cuando estos querían que ella fuera uno...