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"Vamos, vamos"

La gente en la parada del Metrobús me observaba de reojo. No los culpaba. Mi blusa estaba tremendamente arrugada, no me había molestado en peinarme, y sacaba pánico hasta por los poros. Había llamado 15 veces a Isaac, pero no entraba: decía que estaba fuera del área de servicio. "Tal vez cambió su número de teléfono" pensé, aunque, ¿por qué no tendría registrado el nuevo?

Antes de poder pensarlo más, entró una llamada a mi celular. El nombre en la pantalla decía "Virginia trabajo". Fue entonces que caí en cuenta que ni siquiera sabía dónde trabajaba. Respondí la llamada lo más calmada que pude "...¿Bueno?".

Unos susurros agudos contestaron del otro lado. "¿Amiga, dónde estás? ¿No vas a venir hoy? El jefe está haciendo preguntas que no sé contestar y ya no sé cómo cubrirte."

"Perdón, es que... me surgió algo.... en la familia. Ya sabes cómo son estas cosas."

"¿Tu familia? ¿están todos bien?"

"Sí, sí, sólo... te explico luego, ¿sí? Dile al jefe que lo siento mucho."

"Está bien – suspiró el otro lado – me debes una con todo el trabajo que voy a tener que hacer; es que, morra, faltar justo el día de la entrega de los informes... con unas chelas en la tarde donde siempre me conformo, ¿va? Adiós, cuídate, me tengo que ir antes de que me descu-" No pudo ni terminar la frase antes de colgar.

Una señora mayor a mi lado me miró con cariño. "No te preocupes, hija, que todo en esta vida se puede resolver... menos la muerte, eso sí que no." Le di una sonrisa forzada. Un Metrobús comenzó a acercarse, y la señora se levantó de su asiento. "Bueno, yo me subo en este. ¿Tú a dónde vas?"

Hasta ese momento no había pensado a donde ir, pero no fue necesario. La respuesta salió sola: "Voy con mi madre". Ella me sonrió. "Muy bien. Que Dios te bendiga."

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El timbre de la casa de mi madre seguía siendo el mismo de siempre: un botón negro con la pintura cada vez más descarapelada. Las paredes, que yo misma había ayudado a pintar en mi adolescencia, eran de color beige, manchadas en los bordes que colindaban en la puerta. Por un segundo, la nostalgia de estar en casa fue suficiente para desaparecer el hoyo en mi estómago, hasta que el sonido del cancel abriéndose me trajo de regreso a la realidad.

"¡Lina! ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿No deberías de estar-" la interrumpí con un abrazo.

"Ay madre- le dije- no sabes cuánto te extrañé". Ella me devolvió el gesto, extrañada, y se rio.

"¡Pero si viniste a comer el domingo! No han pasado ni cuatro días... ¿estás bien?" Nos separamos, y encontré su mirada preocupada.

"No lo sé, ma. Estoy muy confundida."

Ella exhaló hondo. "Pásale, ándale. Ahorita pongo café y me cuentas todo- se adelantó hacia la casa mientras terminaba la oración- y cierra bien el cancel, por favor, que luego los niños de la vecina lo agarran de columpio."

Sonreí. "Sí, ya voy".

En lo que debía ser la cochera, mi madre tenía su jardín. Desde pequeña me había dicho que no le veía sentido tener un auto en esta ciudad, si de todos modos se llegaba más rápido en metro. Así que llenó ese pequeño espacio de flores, plantas y un árbol de limones, que cuando entraba en temporada nos obligaba a ponerle su jugo a todas nuestras comidas "pa que no se echara a perder". Pasé mis dedos por sus ásperas ramas: estaba en casa.

Entré, pasando rápido por la sala hasta la puerta donde estaba mi madre, a sabiendas de que si miraba mucho no tendría fuerzas para irme. Me senté en la vieja mesa de madera, y mi mamá se volteó con la olla caliente. Mientras me servía, comenzó a hablar.

"La verdad no me sorprendí mucho cuando te vi llegar. Sé que estos días son difíciles para ti... todavía se siente como si hubiera sido ayer cuando fuimos a enterrarlo."

"¿A enterrarlo?" le respondí. Ella me miró como si se me hubiera caído un tornillo.

"Sí, a Isaac. Mañana es el aniversario de su muerte... ya serán unos 10 años."

Sentí mi corazón bajar hasta mi estómago. Eso no podía ser. Mientras ella regresaba la olla a la estufa, miré al calendario en la pared: junio de 2022. Hace diez años yo estaba en Alemania, cuando apenas habían pasado unos dos meses de la fiesta donde él... pero se supone que yo lo había salvado. Lo había cambiado. Él tenía que estar bien.

Tragué saliva. "¿Y Alemania?"

Ella frunció el entrecejo: "¿Cómo que '¿Y Alemania?'? Nunca fuiste. Ni siquiera te subiste al avión. ¿Estás drogada otra vez?"

"No mamá, no estoy... ¿cómo que otra vez?"

"Bueno" levantó las manos "ya fue hace mucho tiempo, y ya hemos discutido mucho por eso, no quiero volver a pelear. Pero me refiero a ese día, cuando tenías que subir al avión. Te fuiste a una fiesta con Isaac, y tuviste una reacción a unas pastillas con alcohol que te dejaron casi muerta. Ay, el susto que me diste cuando él me llamó y me dijo que estabas en el hospital... ¿en serio no lo recuerdas?"

Estaba tan conmocionada que mi voz salió en un susurro. "Lo acompañé para cuidarlo de lo que pudiera encontrar. Alguien necesitaba cuidarlo, mamá, él estaba usando de nuevo."

"Lo sé, hija. Eso fue lo que lo mató. No sé qué esperaba, yendo a fiestas en su recuperación..."

Así que había tirado el sueño de una vida por salvar a alguien que moriría dos meses después, de la misma manera que habría muerto si no hubiera intervenido. ¿Y todo lo que pasó después de él? ¿Dónde estaban las personas que conocí? ¿El trabajo que hice? ¿Los lugares que visité? Se esfumaron por completo, de la misma manera que esta yo se esfumaría en poco tiempo. De pronto me sentí mareada.

Mi madre suspiró, y tomó mi mano. "Entiendo que te sientas así... es sólo que en estas cosas no puedes buscar culpas. Lo intentamos ayudar demasiadas veces sin que alguna funcionara, ¿y podría haber funcionada la siguiente vez? Sí. Pero eso no significa que fuera a hacerlo, significa que tenemos que aprender a vivir con esa posibilidad. ¿Está bien?"

Respiré hondo. "Sí, creo que sí."

"Perdónate, Lina. Te lo mereces."

Jaló mi cachete como cuando era pequeña. Le sonreí.

"¿Por qué no te quedas a comer? Sirve que me cuentas cómo le va a Virginia. ¿Ya le descubrieron su venta de dulces de contrabando?"

¡Virginia! ¿Cómo es que iba a verla si ni siquiera sabía a dónde ir? Pensé rápido, y dije, rogando que mi madre me ayudara:

"Bueno, de hecho nos íbamos a ver hoy para hablar un rato, en donde siempre."

"¡Ah! ¿la sigues llevando a ese bar cerca de Reforma?" (¡bingo!)

"Sí, sí, de hecho debería irme, no quiero hacerla esperar. Te prometo que otro día vendré a comer." La abracé rápidamente antes de que hiciera más preguntas. Ella sonrió.

"Sí, está bien, hija. Tal vez te haga bien."

Me acompañó a la puerta, recorriendo de regreso el mismo camino que cuando entramos. Miré a mi alrededor, intentando empaparme de todo, sin saber cuándo sería la siguiente vez que regresaría. En la puerta, me dio la bendición.

"Cuídate, hija. Nos vemos pronto."

Mientras me iba, me volteé para gritarle "¡Te quiero mucho, ma!". Ella me miró, cerrando el cancel, y me aventó un beso. Apresuré el paso hacia la estación del metro más cercana, dispuesta a tomar un tren.

La otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora