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 "Ok, ok, entiendo lo que estás diciendo, pero no creo que sea suficiente." Escuché mi risa como respuesta. Inmediatamente supe en donde estaba. Era el verano de mis veintiún años. Caminaba por las calles de la Ciudad de México con Isaac, uno de mis compañeros de la Universidad. Sus ojos, café oscuro, eran de esos que sonreían aún más que su boca. Vestía una camiseta azul y unos pantalones de mezclilla, y su pelo negro estaba todo desmarañado.

El aire caluroso y contaminado se sentía rasposo en mi garganta, y mis pies se quemaban de caminar tanto sobre el concreto caliente. Estábamos jugando a ver quién podía pensar en lo más bizarro posible, una de las tantas cosas que nos inventábamos para pasar el rato.

"¿Disculpa? – respondí, cuando pude parar de reír – ¿Qué tiene de malo una jirafa con gafas de botellas en un trapecio?"

"No mucho. Tal vez eso sea parte del problema. Necesitas abrir tus horizontes, expandirte a lo impensable y un poco más allá." Mientras decía esto, gesticulaba dramáticamente, provocando miradas de todos los transeúntes. En un manotazo casi le tumbó el sombrero a una señora, que exhaló en desaprobación. Le sonreí amablemente a manera de disculpa, intentando no reír.

"Bueno, tu turno, ¿qué sugieres?"

Sonrió pícaramente. "Un trasbordador espacial que sólo lleve piernas humanas cortadas en la última semana al Sol, como un incinerador... pero, pero, aún no termino... las piernas tienen conciencia, y creen que van a un planeta tropical, así que llevan sombreros de paja y calcetines hawaianos, porque no pueden usar camisas. Es lo primero que se quemará."

"¡Eso es triste!" respondí.

"Sí, pero no es algo que te imaginarías en un domingo por la tarde. Para tu suerte, yo sí lo hice- sacó una hoja doblada de su bolsillo, y la abrió. La escena anterior estaba plasmada en un dibujo a lápiz. Con su estilo, en verdad parecía algo que pudiera acompañar a la palabra "bizarro" en el diccionario – es tu regalo de despedida".

Sonreí. "Gracias".

"No puedo creer que ya te vayas... ¿de verdad tiene que ser hoy? ¿no puedes acompañarme a una última fiesta?" jaló mi brazo como niño pequeño. Lo solté bromista.

"Por más que me encantaría emborracharme hasta olvidar en qué año vivo, tengo que irme hoy o no podré tomar el vuelo, mucho menos cruda. Sería autosabotaje en toda su gloria."

"Sí, sí, sí, lo sé... hasta me echaré un viajecito en tu honor- cuando le di una de mis miradas (como él las llamaba), se retractó- ¿Qué, muy pronto?"

Dejé de reír.

"Pensé que la rehabilitación sería suficiente para que dejaras de usar."

"Y lo fue. Soy un hombre nuevo. ¿Drogas duras? Ni en sueños. Pero la marihuana, ella es otra cosa. ¿Sabes lo difícil que es morir de sobredosis? ¿Sus efectos medicinales?.." no lo dejé terminar.

"Tú no estás enfermo."

"Bien podría estarlo."

"¿Lo estás?"

Suspiró. "Lina, sólo digo que no tienes que preocuparte por mí. No quiero que sea yo en lo que estés pensando mientras estás cumpliendo tu sueño... ¿un programa de medicina en Alemania? ¿no es lo que has querido desde niña?" me golpeó el hombro jugando.

"Sí - sonreí – pero no quiero que te pase algo mientras no estoy."

"Estaré bien. Se necesita más que un porro para acabar conmigo."

Con eso cambiamos de tema. Seguimos hablando hasta que llegamos a la estación del metro.

"Bueno, – dijo – aquí nos separamos. No me olvides cuando te hagas famosa por salvar tantas vidas."

"Du bist verrüctk, mann, aber ich werd' dich vermissen."

"¿Qué?"

"Que estás loco. Y que te voy a extrañar." Lo abracé, sin saber que sería la última vez que lo haría... o eso creía.

En ese momento, dejó de ser un recuerdo. Mis manos otra vez sentían su cuerpo, y podía oler su perfume. Mientras nos separábamos, miré a mi alrededor: volvía a existir en este momento. Tomó todas mis fuerzas no echarme a llorar y decirle cuánto lo había extrañado.

"Sabes, - dije, algo sorprendida por oír mi voz – creo que sí quiero ir a la fiesta contigo."

Sus ojos se abrieron, sorprendidos. "¿De verdad? Pero, ¿y tú avión?"

"Se soluciona con que tome poco, y así no me duele madrugar mañana. Lo haré funcionar."

"¿Esto no es por lo de antes, verdad? Porque si es así, en serio, no tienes que..."

"No, no – interrumpí – es que quiero salir contigo una última vez. No volverá a pasar en mucho tiempo, ¿no crees? Será una buena anécdota en unos años: '¿te conté de la vez que Lina se quedó a una fiesta y se tuvo que ir en friega para no perder el avión a Alemania?' Eso es algo que tus nietos tienen qué escuchar."

Volvió a sonreír. "Está bien. Hagámoslo."

La otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora