La decisión

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Era sábado y la alarma de mi celular empezó a sonar fuertemente, lo cual me hizo despertar de golpe algo molesta.

Mire la hora, era la primera alarma, tenía exactamente 50 minutos para levantarme, alistarme, prepararme un buen desayuno e ir a trabajar.

Mi cuerpo me rogaba dormir un rato más. Así que decidí apagar la alarma, y descansar un rato más. Pero en un momento empezó a sonar la alarma de los 5 minutos después.

Mi hermana menor entro molesta a mi cuarto gritando que apagará esa cosa.

Me desperté molesta por los gritos y empecé a alistarme.

Llegue al trabajo y gire mi cabeza a la torre de papeles en mi escritorio.

El guardia de seguridad, un hombre de cabellera blanca y un poco regordete con una cara amigable se acercó a mí escritorio.

- ¿Otra vez te quedarás tarde, niña?

- Así es, Señor Raúl. ¿No le importa quedarse un rato más conmigo, verdad?

- Niña, soy un viejo de 48 años. No tengo nada más interesante que hacer. Pero tú eres una joven. ¿Apoco no tienes planes en sábado por la tarde?

- La verdad es que no. - Dije un poco apenada. - Y para ser sincera, creo que aunque los tuviera seguiría aquí.

- Que bárbaro. Deberías intentar disfrutar tu vida. - Decía el hombre mayor caminando hacia la salida.

Mire la torre y casi termina y solo me costó mi sábado pensé irónica.

Intentaba acomodar mis papeles, cuando mi celular comenzó a vibrar fuertemente.

- Ocupo verte, ¿Dónde estás? - Escuché la voz de mi amigo Enrique.

- Trabajo.

- ¿Sigues en el edificio?

- Así es.

- Voy a pasar por ti. Necesito tu ayuda.

- ¿Para que?

- ya lo verás.

Después de que me colgará empecé a buscar mis cosas para ordenar todo. Tome mi abrigo y baje las escaleras del edificio.

- Ay niña, perdiste casi todo tu día. Ve a descansar o disfrutar.

- Lo voy a intentar Sr. Ruiz, una disculpa por la hora.

- No te preocupes niña, que te vaya bien.

Me acerque a la banqueta poniéndome de puntitas para ver si miraba por ahí la camioneta de mi amigo.

- ¿Usted pidió un uber? - Pregunto Enrique acercando la camioneta a mi.

Solo sonreír subiendome a la camioneta.

- Tenemos agua, pan, pozole, menudo, capirotada, chocolate o galletas. También si gusta cambiar de música.

- Quiero un pozole y la calefacción.

- Ay, es cierto. - Dijo apresurandose a prender la calefacción.

- ¿Dónde estabas que no tienes frío?

- Con Fer.

Rei como tonta. - Eso explica mucho.

- Pero no hacíamos nada cochina, puerca, mal pensada.

- Ei. - Dije mirando por la ventana, ¿ya me dirás a dónde vamos?

- Iremos a ver unas casas. Quiero comprar una.

- ¿Es neta?

- Sip, Quiero pedirle la mano a Fer. Y pues tener nuestra casita asegurada.

- ¿Queeee? - Pregunté nuevamente sorprendida.

- Vamos a ver dos. Ya las tengo vistas.

- ¿Es en serio que ya te piensas casar?

- Claro que yes. - Decía mirando al frente. - Pa que te pongas a dieta pal bodorrio.

- ¡No manches! ¿Cuánto llevan de novios? ¿Un año?

- Que te valgaaa

- Pues me valeee

Llegamos a la primera casa o mansión cuadra le apodamos, literalmente era una cuadra, Enrique miraba emocionado. Yo solo me preguntaba cómo pagaría ese mini palacio.

Enrique se despidió amable después de que le dijeron el precio.

- ¿Y que te pareció? - Pregunté divertida poniéndome el cinturón.

- Que se vayan a la vrg. Está bien cara esa madre.

- ¿No que fiado hasta el tren?

- Pues si pero, es de maaas lo que piden. Óyeme ni que trajera incluida una Ranger con la casa.

Me dedique a mirarlo divertida mientras se quejaba.

- Vamos a tu segunda opción pues.

Cuando llegamos, era un poco más pequeña, en pocas palabras era una casa normal de dos pisos. A mí me parecía bien. Pero a Enrique parecía no convencerle, creo que busca algo... Un poco más lujoso.

Mientras nos poníamos los cinturones arrugaba la cara.

- Eres un creído.

- Discúlpame, pero puedo conseguir algo mejor.

- Pues a mí me gustó, me pareció muy bonita.

- ¿Quien va a vivir ahí, pues?

- ¿Quien me pidió mi opinión, pues?

Después de contestarle mi estómago empezo a rugir fuertemente.

- ¿Y eso? - Dijo riendo. - Parece que te comiste un león.

- Creo que olvide comer. - Dije sosteniendome el estómago.

- Que pendeja estás, neta. ¿Quien olvida comer?

- Alguien ocupada.

- Alguien pendeja, se dice.

Arrugue mi nariz molesta.

En eso suena el celular de Enrique, cuelga y me miró con una sonrisa.

- Tienes suerte, los plebes están en el sushi roll. Les vamos a caer.

Todos hablan, Nada sabenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora