Capítulo 33

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Luego de aterrizar, Artemisa, Thalia y Fransie se apresuraron a vendarle las heridas pero no tenían ninguna medicina para ayudarla a curar sus heridas. Incluso en la oscuridad, se veía que Zoë no tenía buen aspecto. Tiritaba y el leve resplandor que siempre la acompañaba se iba desvaneciendo.

—¿No puedes curarla con algún recurso mágico? —le preguntó Percy a Artemisa—. O sea... tú eres una diosa.

Ella parecía muy agitada.

—La vida es algo frágil, Percy. Si las Moiras quieren cortar el hilo, poco podré hacer. Aunque puedo intentarlo.

Fue a ponerle la mano en el flanco, pero Zoë la agarró por la muñeca. Miró a la diosa a los ojos y entre ambas se produjo una especie de entendimiento.

—¿No os he... servido bien? —susurró Zoë.

—Con gran honor —respondió Artemisa en voz baja—. La más sobresaliente de mis campeonas.

La expresión de Zoë se relajó.

—Descansar. Por fin.

—Puedo intentar curarte el veneno, mi valerosa amiga —dijo la diosa.

Fransie comprendió en ese momento que la profecía no se refería a ella como había estado pensando, sino a Zoë, que aun sabiendo que iba a enfrentar a su padre, emprendió aquella peligrosa búsqueda, salvandola a ella y a su hermano en el camino.

La cazadora miró a Thalia y tomó su mano.

—Lamento que discutieramos tanto —le dijo—. Habríamos podido ser hermanas.

—Ha sido culpa mía —respondió Thalia, al borde de las lágrimas—. Tenías razón sobre Luke. Sobre los héroes, sobre los hombres y todo lo demás.

—Quizá no todos —murmuró Zoë, y Le dirigió a Percy una débil sonrisa—. ¿Todavía tienes la espada, Percy?

Percy sacó el bolígrafo y ella lo sostuvo con satisfacción.

—Dijiste la verdad, Percy Jackson —prosiguió Zoë—. No te pareces en nada a... Hércules. Es para mí un honor que lleves esta espada.

Fransie no entendía nada, pero no era momento para preguntar.

— Fransie... —la llamó la cazadora con la voz suave, como un suspiro— No fue tu culpa, ya sabes.

Los ojos de la chica se anegaron en lágrimas mientras tomaba la mano que Zoë le ofrecía.

— Son nuestras decisiones las que guían nuestro camino, mis decisiones me han traído hasta aquí, igual que a ti... igual que a Bianca.

Fransie soltó un sollozo. —No, fue mi maldición, si me hubiera unido a las cazadoras antes...

—No hubiera cambiado nada, mi querida amiga, porque aun siendo cazadora, Bianca te amó, unirte a nosotras no te quita la capacidad de amar.

Zoë sonreía, como si aquello fuera una charla cualquiera a la luz de la luna.

—Estrellas —murmuró—. Las veo otra vez, mi señora.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Artemisa.

—Sí, mi valerosa amiga. Están preciosas esta noche.

—Estrellas... —repitió Zoë.

Sus ojos se quedaron fijos en el cielo y ya no se movió más.

Artemisa hizo un cuenco con la mano y cubrió la boca de Zoë, al tiempo que decía unas palabras en griego antiguo. Una voluta de humo plateado salió de los labios de la cazadora y quedó atrapada en la mano de la diosa. El cuerpo de Zoë tembló un instante y desapareció en el aire.

Artemisa se incorporó, pronunció una especie de bendición, sopló en su mano y dejó que el polvo plateado volara hacia el cielo. Se fue elevando, centelleó y se desvaneció por fin.

Durante un momento no ocurrió nada. Entonces Annabeth ahogó un grito. Todos levantaron la vista y vieron que las estrellas se habían vuelto más brillantes y formaban un dibujo que Fransie nunca había visto antes: una constelación rutilante que recordaba la figura de una chica... de una chica con un arco corriendo por el cielo.

—Que el mundo aprenda a honrarte, mi cazadora —dijo Artemisa—. Vive para siempre en las estrellas.

Hija de los Mares (Percy Jackson Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora