Capítulo 2

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Fransie corrió rápidamente dentro de la casa y se cambió de ropa –no se había dado cuenta hasta ese momento que aún tenía puesta su pijama de la pantera rosa y que la había llevado todo el tiempo en frente del magnífico espécimen afroamericano que la había salvado. Su rostro se puso rojo como un tomate mientras se ponía un par de desgastados jeans, un suéter y un par de tenis cómodos–. Tomó su libreta de dibujos del suelo en donde había caído y la metió rápidamente en la mochila que Adele le había dado, sin mirar siquiera el resto del contenido. Al salir, miró su casa por última vez, sin saber si podría volver a ella alguna vez.

Fueron a la calle más cercana y tomaron un taxi (en el que quedaron tremendamente estrechos). Clarisse y Beckendorf se adueñaron de las ventanillas del automóvil, por lo que Fransie quedó atrapada entre Annabeth y el muchacho afroamericano (quien a leguas se veía que era el que más incómodo iba de los cinco). Lo más extraño de todo era que el taxista no parecía preocupado porque su copiloto tuviera pezuñas en vez de pies.

Annabeth, que observaba el ceño fruncido de Fransie, le dedicó una sonrisa con la que intentaba hacerla sentir mejor.

– Sé que estas confundida, –le dijo–, pero en cuanto lleguemos al campamento tendrás las respuestas que necesitas, te lo aseguro.

Fransie la miró.

– ¿Por qué no ahora? ¿Por qué esperar hasta llegar allí?

– Sería... peligroso.

– ¿Por qué?

– ¡Joder! ¡Es tan preguntona como tú! –Dijo Clarisse dirigiéndose a Annabeth– no me sorprendería que perteneciera a tu cabaña, chica sabia.

– ¡Ya cállate, Clarisse! –Exclamó Annabeth– no le hagas caso, Francesca, Clarisse no soporta pasar un minuto sin intentar armar un pleito.

– Mira, listilla, no te atrevas a hablarme como si...

– ¡Ambas guarden silencio!

La voz de Beckendorf resonó en el pequeño espacio del taxi haciendo que el conductor pusiera mala cara.

– No es el momento para una de tu peleas, Clarisse, así que cállate.

Esta vez, la muchacha no fue capaz de replicar y el resto del viaje transcurrió en silencio, por lo que Fransie se entretuvo mirando entre las cosas que había en la mochila. Había una pequeña bolsa de pana amarrada con un cordoncillo dorado, un par de mudas de ropa (de tela resistente y totalmente desconocida para ella), una cantimplora, un sobre de color azul marino y, para sorpresa de Fransie, cinco boletos de primera clase en el vuelo Barcelona – Nueva York de las 23:30. Le pasó los boletos a Annabeth sin decir palabra, y ella aspiró rápidamente por la sorpresa.

– ¿Estaban en la mochila que te dio la ninfa?

Fransie asintió

– Pues esto soluciona el problema de que Clarisse haya tirado los nuestros.

– No es mi culpa que ese ciclope de mierda se haya llevado mi mochila. –se defendió Clarisse, pero todos la ignoraron.

– ¿Es allí a donde vamos, a Nueva York?

Annabeth asintió.

Fransie estuvo a punto de llorar. Estaba a punto de irse a un continente de distancia de lugar en donde había crecido, de su madre y de su hogar, con cuatro desconocidos que, a pesar de todo, hacían que se sintiera segura.

Se bajaron en el aeropuerto de Barcelona, pero antes de hacerlo, Beckendorf le pasó un pantalón holgado y un par de zapatos a Regie, con los que cubrió sus extraños pies de los ojos de los curiosos. Llegaron justo a tiempo para montarse en el avión, y en cuanto se montaron (Annabeth se sentó junto a Fransie, detrás de ellas estaban Regie y Beckendorf, mientas que Clarisse se sentaba sola al otro lado del pasillo), Fransie pidió una Coca–Cola con hielo y se puso a dibujar en su libreta. Plasmó cada detalle de la primera batalla de su vida; la mirada furiosa de Clarisse al enfrentarse al harapiento ciclope, Beckendorf con sus impresionantes músculos tensionados antes de lanzar un mandoble hacia las piernas del monstruo, Regie (barrigón y con sus peludas piernas de cabra) preparado con su arco para atravesarle un ojo al ciclope en el momento que se necesitara. También dibujó al chico de su sueño, con su cabello negro despeinado por la brisa marina y sus ojos (lástima que hubiera dejado sus lápices de colores) mirando hacia la mujer (la cual no había dibujado), y sonriendo mientras el sol se escondía tras él entre la oscura línea del mar. Por último, dibujó a Annabeth con su rostro sorprendido mientras miraba a Fransie a los ojos. Estaba pensando en sí debería dibujarse a sí misma –cosa que nunca había logrado– o si simplemente debería dejar el espacio en blanco cuando Annabeth le habló.

Hija de los Mares (Percy Jackson Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora