¿Cuándo conocí a los chicos?

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Creo que esta es una buena pregunta para empezar.

Lo mejor, siempre, es empezar por el principio.

Como saben, con los chicos nos conocemos hace muchísimos años. Más de los que me gustaría admitir.

Todo empezó el primer día de clases del secundario...

Fue el día más terrorífico de mi vida. Bueno, no sé si tanto como terrorífico, pero digamos que estaba cagado en las patas. Compañeros nuevos, muchos profesores, en fin, otro mundo.

Mi vieja me dejó en la puerta del colegio y después de saludarme con besos como si me fuese a la guerra, me empujó hacia adentro del colegio. Cabe decir que la mayoría de los que estábamos ahí por primera vez, estábamos en la misma situación. Como dije antes, cagados en las patas.

Una señora grande —y cuando digo grande me refiero a muy vieja— con cara de Bull dog, nos esperaba en la puerta del colegio y a medida que íbamos acercando, nos hacía ir a un patio enorme, lleno de chicos y chicas más grandes que nosotros, en su mayoría.

Me acuerdo que me transpiraban las manos y me dolía el estómago de susto que tenía. Así que entré como vaca al matadero y me escabullí entre los chicos más grandes que yo. Me paré en un rincón contra la pared del fondo, lejos de todos y desde donde podía observar todo lo que pasaba. En ese momento no era lo que soy ahora, era tímido y la cuarta parte del tamaño que tengo ahora. Era tan tiernito.

Así que ahí estaba yo, parado en un rincón con ganas de salir corriendo, cuando escucho la voz de un chico que me dice:

—No sé vos, pero yo me quiero ir a la mierda.

Cuando miro hacia donde viene la voz me encuentro con un chico casi tan alto como yo y desgarbado; tiene el pelo morocho y la piel dorada por el sol, su cara está llena de granos y uno enorme par ojos azules.

—Estoy igual. Me quiero ir a la mierda. —le digo volviendo a mirar la multitud de chicos.

—No da para que nos escapemos el primer día de clases ¿no? —me dice. Lo pienso por un momento y le contesto.

—Hoy no, mañana vemos. Por cierto, mi nombre es Jonathan.

—El mío Damián. —ambos chocamos el puño.

Desde uno de los extremos del patio, la misma vieja de la puerta nos arrea como ganado para que nos formemos.

Después de un larguísimo discurso aburrido, nos libera y nos vamos cada grupo a su aula.

Es un alivio darme cuenta que Damián está en la misma división que yo, eso está bueno ya que me cayó más que bien y por lo menos no estoy solo.

—Che boludo, ¿nos sentamos juntos? —le pregunto caminando a su lado, o mejor dicho le suplico.

—Si no hay nada mejor... —me contesta el salame.

Nos sentamos en el fondo junto a la pared, como diría mi vieja el lugar de los quilomberos.

Delante de nosotros se sientan un chico rubio, que casi al instante comienza a dibujar en una hoja de la carpeta. Tiene el pelo largo, así que no logro verle la cara.

Damian también arranca una hoja de la carpeta y comienza a hacer un avioncito. Lo miro, a ver cuál sabe hacer.

—¿Vivís cerca? —me pregunta sin mirarme.

—Sí, diez cuadras más o menos. ¿Vos? —le contesto mirando lo que hace.

—A tres.

Damián termina su avión y lo mira con orgullo.

Tal para cual... A.M. (Antes de Mara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora