1- La Orden del Fénix

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Los nervios me consumían.

Era una mañana realmente helada, el sol bañaba Londres con su cálida luz de un modo distinto aquel veintitrés de diciembre.

Las calles estaban teñidas de blanco; la nieve cubría veredas y tejados, jugando con la sintonía de la próxima navidad.

Me paseaba impaciente, en círculos, por el pequeño porche en el que me había aparecido minutos antes, esperando al viejo director.

Frente a mí, yacía el número 12 de Grimmauld Place.

Era un lugar horrible, de los que no había extrañado. Había pertenecido a los Black, y era igual de oscuro que cada uno de ellos. Magos tenebrosos, importantes allegados del asesino de mi hermano.

Quizás era eso lo que me inquietaba tanto.

Mi mente no podía dejar de pensar en la carta que había recibido el día anterior, Dumbledore me dijo que tenía que regresar a Inglaterra con urgencia, pero no me dio más detalles. Habíamos estado intercambiando cartas por años, pero su urgencia nunca había sido como aquella.

Sabía que muchas cosas habían sucedido en mi ausencia, y eso me ponía los pelos de punta. Y la forma de mi mentor de llevar las novedades importantes, lenta y parsimoniosa, no era de ayuda.

Tal vez por eso era incapaz de quedarme quieta.

Tan pronto como maldije, apareció a mi lado un hombre cuya barba plata caía reluciente sobre su larga túnica morada. Sus ojos azules me espiaron a través de sus lentes en forma de media luna y, con una cálida sonrisa, me alojó en sus brazos débiles.

-Pareciera que el tiempo no ha pasado- habló, y oírlo me removió todos esos sentimientos encontrados que me estrujaban el alma-. No sabes la falta que has hecho por aquí.

Lo miré por un momento, esbozando una sonrisa.

Sin previo aviso, abrió la puerta, dejando a la vista una gran sala igual de escalofriantes que el exterior de la casa. No me gustaba estar allí, traía recuerdos que había preferido sepultar.

Mi estómago se estrujaba cada vez más mientras avanzaba por el pasillo.

Me guió a la cocina al final del estrecho corredor donde, al menos, treinta magos y brujas lo estaban esperando sentados alrededor de una mesa eterna.

-Necesito que me esperes aquí, no quiero que te vean aún- asentí, sin queja alguna. Estaba demasiado nerviosa para contradecir a nadie.

El director entró en el lugar, cesando, consigo, cada mísero ruido audible.

Tenía una vista limitada desde allí, pero me conformaba con poder ver a mi mentor.

El anciano caminó hacia la silla ubicada en la cabecera de la mesa más lejana a la entrada. Lo seguí con la mirada, intentando descifrar algunos rostros conocidos o familiares. Para mi sorpresa, muchos funcionarios del Ministerio, y algún que otro mago o bruja de la antigua Orden, yacían en sus respectivos asientos.

Intentaba ver más allá cuando oí pasos en la entrada, viéndome obligada a ocultarme.

Busqué un escondite rápido y seguro, y lo encontré detrás de mí. Una escotilla, de un armario, supuse. Me daba mala espina, era algo oscuro y sabría Merlín que habría dentro, pero los pasos eran cada vez más cercanos.

Una bruja seguida de dos magos se hicieron visibles a través de la mínima rendija que me permití dejar entreabierta.

Los tres hicieron ademán de entrar al lugar, pero el último de ellos se detuvo en seco. El castaño se acercó a la puerta, amenazante, como un sabueso que olfatea algo desconocido.

obliviate--- (Sirius Black)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora