Ya no sabía qué día era, aunque así lo prefería.
Mi rutina se había vuelto imposible de mantener de lo repetitiva que era, y empezaba a costarme trabajo acatar órdenes de la pobre mujer que seguía haciendo tiempo en su agenda para monitorear mi avance cada ocho horas.
Despertaba, aumentaba la dosis de suero, tomaba los primeros tres medicamentos que me había tomado el trabajo de ordenar por color, y aguardaba a por el desayuno que alguno de los elfos domésticos traía para mí cerca de las nueve. Habían habido unas pocas excepciones en las que Minnie o Albus se habían encargado de ese trabajo, pero desde que las clases empezaron a cobrar ritmo y las cosas en la Orden se volvieron más movidas, les era difícil pasar a visitar. Eso era parte de mi aburrimiento en gran parte. Las únicas personas que sabían de mi estado no tenían tiempo ni oportunidad de hacerme compañía, y me había cansado de hablar con las paredes.
Ese día el almuerzo estuvo mejor, tal vez porque habían dejado de usar tanta pimienta o solo por el inmenso cambio que había tenido mi estado de ánimo desde que me sentía con más vida. No estaba recuperada pero ya tenía fuerzas y las defensas donde debían.
Según Madame Pomfrey, ya solo faltaban unos pocos días para que pudiera continuar con mi vida normal. Eso, claro, mientras fuese lo suficientemente responsable para atenerme a una dieta estricta, y a una rutina de sueño decente. Había sido muy enfática en la facilidad que implicaba recaer, y no me fue difícil convencerla de que lo deseaba menos que ella.
Cuando dejé el tenedor sobre la bandeja, el reloj marcaba las dos de la tarde. Esa era otra de las cosas que había notado en ese mes conociéndome. Llevaba dos horas comiendo un simple plato de pescado con calabaza, y no porque me diese problema la comida, pero porque no tenía la fuerza de voluntad para poder mantener mi atención en el plato por más de diez minutos, ni a mi estómago quejumbroso en la tarea de probar bocado tras otro. Dejé los trastes a un costado, ya me había acostumbrado a no moverme demasiado por la dependencia con el suero, así que solo me extendí y los apoyé en el suelo junto a la cama.
Del primer cajón saqué el libro de texto de mi asignatura, lo había estado leyendo para marcar los textos más importantes y dar orden de importancia a lo que planeaba enseñar en cada año.Primer año debía empezar con los hechizos básicos, nada referido al desarme, ataque o resistencia, quería introducirlos a la magia, demostrarles lo más lindo de nuestro mundo, no asustarlos ni presentarles una realidad cruda que no estaban preparados para asimilar. Era consciente de que muchos hijos de magos estaban al tanto de lo que estaba pasando en el mundo mágico, pero los niños de muggles recién estaban adentrándose a nuestra comunidad, estaban emocionados de descubrir sus identidades, de verse diferentes. Y no quería arruinar eso. Con unos varios hechizos bonitos y algunas criaturas e historias alcanzaría para ese año.
En cuanto a segundo, había pensado en dedicarme estrictamente a criaturas mágicas, dónde encontrarlas y cómo lidiar con ellas, el año anterior había descubierto lo mucho que eso les interesaba y quería mantener su curiosidad.
Tercero era un curso más activo, preferían conocer y utilizar sus varitas, por eso había pensado en darles hechizos y encantamientos de utilidad extra escolar, que incluyera pasar tiempo en los jardínes, teniendo más espacio y libertad para explayar sus potenciales.
Ya de cuarto en adelante, mis planes dejaban de ser tan optimistas y coloridos. No más criaturas de las necesarias, ni información o conocimiento ajeno al accesible en caso de una guerra. Dementores, inferi, hombres lobo y duendes, Azkaban, Ministerio y allegados, y, lo que más me importaba poder enseñarles, defensa y ataque. Si esos niños tendrían a la muerte a unos metros de sus pies, entonces que al menos fuesen capaces de acecharla era lo mínimo que pretendía de mi trabajo.
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obliviate--- (Sirius Black)
Fanfiction"-Soy la mujer que amas, pero no soy la mujer que quieres. -¿Y eso lo decides tú? -Eso lo dices tú." Había escuchado, alguna vez, que en el amor y en la guerra todo valía. Y Olivia McLaggen sabía de guerra todo lo que no de amor. ¿Quién iba a decir...