Las pequeñas líneas que había dibujado en la pared frente a la cama ya estaban tachadas.
En algún momento, el mes restante había pasado y, por mucho que me costara terminar de creerlo, me reconfortaba saber que volvería a ver a Harry en unas pocas horas.
Aiden me había dicho que Alastor vendría a recogerme esa tarde, algo que me hizo sentir bien, aunque mentía si decía que no me había molestado que no apareciera en los dos meses que estuve allí.
Estaba claro que no era una visita que eligiera hacer, debía de estar demasiado molesto conmigo para ser así.
Si venía estaba más que claro que era porque debía hacerlo.
En cuanto a mis avances con las más recientes novedades, esas últimas semanas las había aprovechado para reforzar el poco aprendizaje que había hecho sobre la piedra, que ya sabía controlar a la perfección.
Además, me había pasado varias tardes imaginando la historia detrás de la daga.
Sinceramente, ninguna sonaba creíble, pero al menos así le daría sentido al misterio en el que me había metido.
La mañana del dieciocho de junio me levanté del colchón empezando a sentir la libertad que hacía tiempo no tenía.
O'Connor había logrado hacerme sentir lo menos presa posible, y aún así el sentimiento de ansiedad que abrazaba mi pecho al imaginarme pisando las calles de Londres era sumamente emocionante.
Ese día por fin me quité la ropa de reclusa, volvería a vestir la ropa del juicio que tanto me enorgullecía recordar.
Mi condena terminaba en tres horas.
Como siempre, el desayuno de Aiden aguardaba detrás de la puerta, a pesar de no estar allí para tomarlo conmigo.
Sonreí al percatarme de una carta escrita por él sobre la bandeja. Agradecía enormemente que no hubiera otro libro en ella, no soportaría otra Clarisse Aberdeen en mi vida.
Estaba feliz de irme sabiendo que mi relación con el auror había terminado en los mejores términos posibles, y me arriesgaba a decir que ambos preferíamos ser amigos antes que atarnos a un sentimiento que a ninguno terminaba por convencernos.
Entré la comida por debajo de la puerta y me senté a comer mientras desdoblaba la carta con cuidado.
No era muy larga, sus mensajes nunca lo eran.
"El día que tanto esperamos ha llegado al fin, para bien o para mal, pero aquí estamos, y me hace extremadamente feliz haber tenido la posibilidad de coincidir contigo, aunque el motivo, el lugar y el momento hayan sido poco favorables y tal vez culpables de que no logremos arriesgarnos a querernos de otro modo.
Dos meses contigo fueron una montaña rusa de situaciones y emociones que jamás creí tendría la (mala) suerte de vivenciar.
No me arrepiento de haber formado parte de esta locura, porque sé que cuando la cuente, nadie va a creer una sola palabra de lo que diga.
Será nuestro secreto, como siempre ha sido.
Te veo en unas horas, princesita.
Firma, tu idiota de la esquina."
Reí para mis adentros, lo extrañaría demasiado al abandonar Azkaban, pues no negaría que me costaba creer que ya no lo vería al despertar, que desayunaríamos juntos y pasaríamos el día discutiendo asuntos del Ministerio entre estupideces y abrazos.
Sin dudas, Aiden había sido parte de esa gran aventura, y no dejaba de convencerme de que querría formar parte de la inicial también.
No quería que dejara de formar parte de mi vida ahora que había vuelto a hacerlo después de tanto.
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obliviate--- (Sirius Black)
Fanfiction"-Soy la mujer que amas, pero no soy la mujer que quieres. -¿Y eso lo decides tú? -Eso lo dices tú." Había escuchado, alguna vez, que en el amor y en la guerra todo valía. Y Olivia McLaggen sabía de guerra todo lo que no de amor. ¿Quién iba a decir...