Era una granja solitaria, probablemente en un apartado del noroeste escocés. Me preguntaba cómo había terminado allí, aunque no me quejaba. Era excelente para pensar.
Un valle silencioso entre colinas verdes y minadas de pequeños charcos a consecuencia de las lluvias. No había nada a kilómetros más que vegetación propia del lugar y un pequeño granero que sobresaltaba en el pintoresco paisaje. De este lado el cielo se veía de varias tonalidades de gris, aunque el sol amenazaba con salir por detrás de las espesas nubes oscuras.
Caminé con inseguridad rumbo a la única ventana en la modesta construcción de débiles paredes de madera, ennegrecida por culpa del sarro. Temía que se derrumbara con el viento, pero no parecía tener intenciones de hacerlo. Al menos eso esperaba. Espié dentro algo perturbada, me sentía molesta, con el estómago revuelto.
Suspiré y me concentré en lo que aguardaba dentro del cuartucho.
Heno, barriles y semillas secas con los años.
Estaba claro que había sido abandonado tiempo atrás, lo suficiente como para que la frescura de un lugar tan húmedo lograse secar las plantaciones y alimento ganadero que reposaban contra las paredes. Mi mano encontró el pestillo de la puerta destartalada y lo corrió permitiendo que un insoportable chirrido retumbara haciendo eco a mi alrededor. Siempre pasando tan desapercibida, ironicé para conmigo a la vez que mis botas pisaban la paja esparcida por el suelo.
Me acerqué a ver con mayor claridad las marcas en la madera, algún caballo malhumorado debía de haber sido residente por algún tiempo, sus pezuñas estaban dibujadas en la parte baja de la pared más cercana a la entrada y una placa de plata colgaba unos metros más arriba con el nombre de Sir William Cardiff. Su nombre me era conocido de alguna parte, debía de haber leído acerca de él en uno de los libros de Albus.
Me dejé caer sin ganas en uno de los cubos, por alguna razón sentí mis músculos distenderse y mi cabeza se dejó caer hacia atrás.
Seguía preguntándome cómo había llegado allí, no tenía recuerdos en esa granja ni había sentido alguno para que la imagen se hubiese formado en mi mente. ¿Había estado en ese lugar antes?¿Por qué me traje a un área de la que no tenía memoria? Quería concentrarme, encontrar respuestas, pero el olor a humedad no me dejaba pensar con claridad, y las delgadas gotas de lluvia me obligaban a cerrar los ojos bajo el encanto de la melodía que protagonizaban.
Ignis flameaba en mi pecho enfurecida, pero el cansancio era demasiado para batallar. Necesitaba dormir, no había nada más en lo que pudiera pensar, nada que me diera la fuerza de voluntad para salir de allí.
Una voz inundó mis oídos. Me desperté en aquel granero, sola, más todo estaba igual a excepción del cielo. Oscura, casi negra, la tormenta afuera era impresionante. Las gotas rompían con violencia en el techo, y los rayos dividían las nubes cada tanto, seguidos por estruendosos truenos que me ensordecían. Y, sin embargo, la canción llegaba a mí, la escuchaba como si quien la cantaba estuviese detrás mío.
Me levanté ajena a mi cuerpo y abandoné el resguardo. Me mojaba, segundos pasaron antes de que estuviera empapada, pero no me importaba. No sentía nada, a excepción de la necesidad de alcanzar la silueta de la mujer que me daba la espalda al final del camino.
-¡Espere!
Su voz me abrazaba, y no tardé en unirme a ella. La conocía, solo eso podía explicar la facilidad con la que las palabras abandonaban mi boca, con la que la melodía acariciaba mi garganta.
Sus pasos se detuvieron y sus labios se sellaron, a diferencia de los míos que citaban cada estrofa mientras me acercaba parsimoniosa a su encuentro. No se volvió a mí. Su figura se alzaba imponente, alta y esbelta, siendo cubierta por el largo cabello azabache que ondeaba hasta su cintura. Mi mano se posó en su hombro, algo me decía que la canción estaba por terminar. Mis dedos se cerraron delicados pero firmes en el aire, se había ido.
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obliviate--- (Sirius Black)
Fanfiction"-Soy la mujer que amas, pero no soy la mujer que quieres. -¿Y eso lo decides tú? -Eso lo dices tú." Había escuchado, alguna vez, que en el amor y en la guerra todo valía. Y Olivia McLaggen sabía de guerra todo lo que no de amor. ¿Quién iba a decir...