Capítulo XXIII

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—He notado que en "Whispers House", pese a la preponderancia de enormes ventanales, los ambientes resultan demasiado oscuros —observó Miss Clarke, que se encontraba en el Salón Principal de la mansión, en compañía de Mr

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—He notado que en "Whispers House", pese a la preponderancia de enormes ventanales, los ambientes resultan demasiado oscuros —observó Miss Clarke, que se encontraba en el Salón Principal de la mansión, en compañía de Mr. Dominick y sus pupilos.

La pequeña Miss Aurore yacía sentada frente al ornamental piano de cola, enfocada en aprender la partitura que le había encomendado la institutriz, mientras su hermano, tendido a sus pies, garabateaba en una libreta indescifrables diseños.

A pesar a la rotunda negativa de Mr. Andrew de habilitar las chimeneas, la mujer había conseguido que autorizara el uso del Gran Salón y del mencionado instrumento para "fines académicos". Aunque no estaba satisfecha con la concesión, que poco contribuía en aumentar su estima por el caballero, las sospechas sobre su participación en los ominosos rituales se habían alejado.

Un sentimiento de insondable pavor se había manifestado en los orbes del heredero ante la posibilidad de que mineral infernal, que había llevado a la ruina familiar a extremos inimaginables, volviera a preponderar en la mansión. Resultaba imposible, entonces, que estuviera involucrado en la convocación de los espíritus de los difuntos mineros. Al contrario, su más ferviente deseo era cerrar aquella puerta al pasado y arrojar la llave muy lejos.

Miss Clarke, por otro lado, sabía que era imposible deshacerse del pasado, pues este siempre reaparecía: en el reflejo de un recuerdo, en forma de un fantasma o incluso en un simple objeto. Bastaba mirar el elemento que el niño Robbie utilizaba para hacer trazos en la hoja de dibujo, mismo que teñía sus manecitas de un tinte bruno, para darse cuenta de que el mineral que atormentaba a Mr. Bradley cobraba nueva forma en las barras de carboncillo artístico.

—Debe ser por la niebla, se adhiere en los cristales como el moho a la piedra, impidiendo el paso de luz natural —indicó Mr. Dominick.

Hasta ese momento yacía absorto, deleitándose con los progresos de su sobrina predilecta, pero bastó una simple frase para que su atención se entrara por completo en la virtuosa artífice de férvidos anhelos, sentada en el sofá a su lado.

—La niebla solo afecta el exterior Mr. y hablo también de una lobreguez interior —puntualizó la governess—. Si me da permiso, podría solicitar un cambio de apariencia en algunos espacios comunes —peticionó.

Tenía la esperanza de que este ayudara a purificar el ambiente. Con suerte hasta podría alejar a Miss Keira.

»Prometo que no le costará dinero —aseguró—. Simplemente añadiría mayores luminarias, quitaría algunas alfombras y mantas que cubren el mobiliario. Las piezas de madera de la mansión son excepcionales, de una calidad única y un matiz exquisito, pero parecen sepultadas bajo el exceso de tapicería. Además, podría añadir algunas flores que otorgarían color y fragancia a la estancia. ¿Qué piensa? —interrogó, expectante.

—Que equivocó usted su profesión Miss. Debió dedicarse a la decoración de interiores —bromeó su Señor, esbozando una sonrisa encantadora.

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