Capítulo XXV

2.8K 435 56
                                    

Ms Paige no recordaba exactamente cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había visto resplandecer a "Whispers House"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ms Paige no recordaba exactamente cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había visto resplandecer a "Whispers House". Sus recuerdos parecían aletargarse, más que por el avance de su edad, por el deterioro mismo de aquella casa a la que estaba arraigada de manera intrínseca.

Sacudió sus telarañas mentales y una antigua reminiscencia emergió desde el fondo de aquella tumba memorial: el casamiento de su niña, Elizabeth.

Sus deslucidos orbes se iluminaron frente a la feliz evocación. Pensó que resultaba extraña, incluso irrisoria, la manera de actuar del destino. En ocasiones era tan reiterativo que ciertos eventos podían llegar a predecirse.

En esa oportunidad, aunque la historia no era idéntica tenía muchas similitudes con el pasado: la estancia brillando bajo la cálida flama de los antiguos candelabros y las magnánimas arañas de destellantes caireles, la música suave brotando del Gran Salón, las notas vibrando hasta los cimientos mismos de la propiedad y todo en pos de una nueva boda.

Incluso Mr. Dominick, que en esa ocasión resultaba ser el futuro novio, tenía la misma expresión de abatimiento que en el pasado.

"¿Alguna vez conseguirá alcanzar la felicidad el joven Bradley?" Se preguntó, deseando con todo su corazón que así fuera. Pero, si los grandes acontecimientos se empeñaban en perdurar a lo largo del tiempo y, cuando se sentían olvidados, hallaban una nueva oportunidad para girar la rueda del destino a su favor, retornando, así fuese con ligeras variaciones, el devenir del caballero estaba signado por una larga racha de infelicidad.

Deshaciéndose del recuerdo, Ms Paige apaisó su uniforme de gala, al que le había bordado un nuevo diseño: un delicado y sobrio collarín de rosas blancas en mangas y cuello y se dispuso a continuar con sus labores.

Tenía que ubicar cuidadosamente la tradicional vajilla familiar de porcelana y la plata-reservada para ocasiones especiales- a lo largo de la impecable mesa donde tendría lugar el banquete, antes de que llegaran los invitados; un viejo arte de etiqueta que solo sus diestras manos comprendían a la perfección.

En ese punto cuestionó si acaso aquellas costumbres formales se extenderían a lo largo de los años.

Tras inspeccionar el comportamiento de sus jóvenes compañeras de oficio, que apenas usaban de forma correcta dos (o tres) cubiertos y poco se preocupaban por constatar si su vestuario era apropiado para la ocasión (mucho menos corroborar que el largo de su falda cubriera la totalidad de sus tobillos), supuso que no.

A las futuras generaciones les aguardaba una vida más sencilla y despreocupada, libre de tanto protocolo ceremonial y hábito formal, pero ciertamente menos misteriosa y mágica.

Le contentó la idea de que al menos, sus cansados ojos, podrían vislumbrar un evento de esa categoría una vez más porque, independientemente de su poca simpatía hacia Miss Kirby o de la tristeza que le causaba la infortunada situación de su Señor, no todos los días tenía la oportunidad de coordinar una velada a la que asistiría parte de la crema innata de la sociedad londinense, miembros selectos de la gentry y la aristocracia inglesa (principalmente familia y amigos íntimos de los Kirby). Además, Miss Keira se había asegurado de que la invitación le llegara a algunos periodistas íconos de la prensa inglesa, como los que integraban "The Times", con la esperanza de ver alguna noticia de su compromiso en la sección social.

Whispers HouseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora