Capítulo VI

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—Lamento si la asusté Miss

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—Lamento si la asusté Miss.

La desconocida voz provenía de un tupido seto de rosas.

Miss Clarke empalideció aún más, al punto que casi suelta los libros a causa de la conmoción. No fue hasta que el responsable mostró su rostro que logró tranquilizarse.

Se trataba de un joven de unos veinte años, vestido con uniforme de trabajo propio de la jardinería. Algunas espinas de rosal habían quedado enganchadas de sus guantes y parte de su indumentaria y llevaba hojarasca seca entremezclada en su enmarañado cabello cobrizo.

—No me ha asustado usted, o bueno... ¿Estaba cantando o tocando un instrumento acaso?—inquirió, confusa. Algunos acordes fantasmales seguían resonando en sus oídos.

—Yo no sé cantar y el único instrumento que he tocado con destreza en mi vida son esas tijeras Miss —señaló la mencionada herramienta que reposaba en el interior de un cesto rebosante de flores mustias—. Disculpe por no haberme presentado formalmente. Soy Jareth Gardener, me encargo de la jardinería en "Whispers House". Pero, seguramente ya lo ha adivinado a estas alturas...—acotó, ruborizado.

—Lo he hecho, ciertamente—corroboró la aludida—. Es un placer Mr. Gardener. Mi nombre es Ava Clarke y fui contratada como governess para la educación de los niños Bradley— se presentó extendiendo su mano, como era habitual en ella.

—Le estrecharía, pero ya sabe...—señaló sus guantes espinosos—No quisiera que manos tan delicadas acabaran lastimadas. El placer es todo mío—añadió, desviando un poco la mirada del agraciado rostro de la muchacha.

Era un hecho que la timidez le brotaba al chico por los poros, como a los rosales los carmesíes capullos.

—Comprendo y le agradezco—asintió ella, con una sonrisa cordial—. Ha hecho usted un gran trabajo con este lugar. ¡Son unos rosales muy bellos!—elogió, para retribuir sus atenciones.

Y en verdad lo eran, el paisaje resultaba un espectáculo visual y olfativo, de pérgolas fragantes y setos frondosos y coloridos.  

—Muchas gracias. Aunque confieso que hay mucho por hacer. Mi padre se encargaba de los jardines de la propiedad, pero ya no puede. Los estragos que la artritis le hace al cuerpo con la edad son calamitosos. Tanto como la mala cizaña —mencionó con pesar.

—Lo lamento... —dijo sincera. Lo que menos deseaba con su comentario era ponerlo triste— ¿Ha dicho antes "los jardines"? ¿Hay más de uno? —cuestionó, cambiando de tema.

Miss Clarke solo había alcanzado a ver ese en su recorrida por la mansión y lo había hecho de forma fugaz, porque Ms Paige había estado más enfocada en mostrarle el interior de la casa. Pero, pensándolo con cuidado, con semejante propiedad, era lógico que hubiera más de una parcela dedicada a la botánica.

—¡Por supuesto! y todos tienen nombre. Este, por ejemplo, se llama "Lyre Garden" y era el favorito de Miss Elizabeth Bradley. Descanse en paz —se persignó—. Usted me la recuerda un poco ¿sabe? tiene la misma sonrisa amable —acotó embelezado.

—Se lo agradezco —musitó la aludida, ahora sonrojada —. Los niños mencionaron el nombre del jardín —indicó, retornando al tema central.

—Oh... pero, de seguro no le contaron la historia —señaló, optimista—. Se dice que el lugar era tan hermoso que se asemejaba a un vergel celestial y que por eso antaño los ángeles bajaban del cielo y venían aquí a cantar y tocar sus instrumentos. Era un espéctaculo digno de oír y ver. Aunque solo los puros de alma podían hacerlo —admitió, encogiendo sus hombros —. ¿A eso se refería antes con su pregunta? ¿Acaso los oyó?

—Bueno, no podría afirmar si los acordes y las melodías provenían de seres celestiales, pero estoy segura que oí algo —manifestó la chica.

Dicho en voz alta, y después de escuchar aquella historia, el asunto le pareció absurdo. Quizá todo había sido producto del viento que arrastraba los sonidos del bosque.

"A mi hermano no le gusta estar cerca del bosque. Dice que las voces lo desconcentran" Rememoró.

—Bueno, yo he estado aquí desde el alba y no he oído nada. Lamento no poder ayudarla con eso... Aunque ha decir verdad, creo que la historia está errada, suele ser un sitio bastante silencioso por lo general —dijo, rascándose la cabeza pensativo—. ¡Auch! ¡Por todos los...! —exclamó de pronto, tras haberse arañado el cuero cabelludo con las espinas —. Lo siento Miss. Males del oficio. Si me disculpa iré a lavarme —arguyó.

Una delgada línea sanguinolenta comenzaba a asomar por los mechones de su frente a causa del descuido.

—Vaya usted con calma —alcanzó a musitar, a modo de despedida.

La súbita partida de Mr. Gardener incentivó a Miss Clarke a recorrer con libertad aquel enigmático lugar. Sobre todo cuando recordó que aquel armonioso sonido no venía del entorno sino que había surgido del interior mismo del jardín. Aunque encontró allí poco más que malogradas estatuas de ángeles, ninguno portador de instrumentos, y algunas piezas de cerámica desvencijadas, desperdigadas por aquí y allá.

La institutriz pensó que podía tratarse de los miembros faltantes, puesto que algunos alados carecían de brazos. Lo que no había devorado el paso del tiempo, lo habían hecho los herbajes salvajes que cubrían gran parte de sus pétreas figuras mutiladas. Se detuvo un momento a contemplarlas. Aquellos ojos ciegos llegaban a ser penetrantes después de un rato de fijar la vista en ellos, algunos parecían llorar salvia incluso.

De pronto, tuvo una sensación extraña que le causó escalofríos. Volvió a evocar la melodía en su mente, era gloriosa sí, pero sonaba triste... Se dio la vuelta con intención de marcharse. Los niños ya se habían demorado bastante. En el trayecto se enredó los zapatos con una zarpa espinosa y en su esfuerzo por quitarsela de la falda terminó arrastrando toda la planta, para descubrir con asombro lo que esta ocultaba.

Bajo el follaje yacía una pieza totalmente integra. Se trataba de un brazo de loza que sostenía un instrumento musical semejante a una lira. 






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