[Chapter 10]

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1

La noche cayó sobre la ciudad cubriendo el cielo con su oscuro manto, las estrellas parecían haber desaparecido, las nubes grises y cargadas de nieve continuaban allí sin dar paso a cualquier destello de luz. Ya no estaban los típicos sonidos de la noche, el estruendo de los autos en su afán por ser los primeros, las risas de las personas en las aceras, la música en las discotecas, las voces de los niños jugando en el parque, el sonido de las charlas al aire libre, ya nada de eso estaba presente, ahora solo había nieve y el molesto silvar del viento pasando a través de los cristales rotos, ramas desnudas, edificios manchados de sangre.

En una estación de tren se encontraban reunidas las últimas personas que al parecer habían sobrevivido a la primera tormenta que había traído consigo el mortal virus. En la cuidad ya no había más que cuerpos por doquier, cubriendo las calles, manchando el blanco de la nieve.

El invierno había llegado a mitad de la primavera.

Las horas fueron pasando, la tormenta se retiró de a poco dejando una gruesa capa de nieve que hacía difícil el andar.

En el otro extremo de la ciudad un enorme grupo de personas infectadas empezaban a avanzar de nuevo hacía el centro de la misma, sus cuerpos casi congelados estaban sufriendo cambios, el virus había empezado a mutar, algo que sus creadores no tenían previsto, las pruebas no mostraron nunca una mutación, sin embargo, el frío intenso estaba obligando al biológico a mutar para poder sobrevivir, el parásito destruyó la racionalidad de las personas y su hambre se intensificó, ahora no eran simples infectados por un virus que podía controlar sus mentes, ya no quedaba humanidad en ellos, ¡Se habían convertido en zombis!.

Los primeros convertidos estaban atacando a los que aún no lo estaban, alimentándose de su carne y de su sangre, dejando solo sus huesos o cuerpos mutilados que luego empezarían a tomar formas desagradables de ver, aquel parásito era mucho más poderoso de lo que podían imaginarse aquellos que alguna vez pensaron controlarlo.

2

Allí estaba otra vez ese olor, ese maldito aroma a laboratorio, a medicamentos, a ese desagradable líquido para remover la sangre seca de losas del piso, ese olor tan malditamente molesto y aterrador, y de nuevo, las visiones, aquellas imágenes tormentosas cubiertas de sangre casi coagulada y las voces, esas voces que harían temblar a cualquiera.

Las había empezado a escuchar hacía más de un mes antes de lograr escapar de ese infierno, eran niños o eso parecía, todos pedían ayuda, iniciaban lento e iban aumentado el ritmo hasta convertirse en verdaderos gritos de terror; como si los estuviesen desmembrando vivos.

Ayúdanos Randall, por favor, queremos salir de aquí.

Se repetía una y otra vez en su cabeza aquella frase, tan suplicante al principio, hasta podría sentir el dolor de ellos, sin embargo, para el final las voces se habían transformado en gritos que te harían vomitar del miedo, Randall ya de había acostumbrado un poco a ellas, pero no podía quitarse ese olor de su nariz, era molesto y aterrador, le recordaba los días en ese laboratorio, resistiendo todas y cada una de las pruebas que quisieran hacer con el y después, en las noches, cuando todos estaban dormidos, llegaba él con su bata de doctor manchadas de sangre y apestando a cigarrillos, siempre esperaba a que él estuviera totalmente dominado por la droga y se durmiera. Siempre despertaba con un terrible dolor en el trasero, se sentía pegajoso, asqueado pedía usar las duchas y mientras se bañaba, trataba de recordar lo de la noche anterior, jamás pudo hacerlo hasta ese día que logró escapar. El maldito lo había convertido no solo en un conejillo de indias, sino que también en su juguete sexual.

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⏰ Última actualización: Mar 29, 2021 ⏰

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