[Chapter 1]

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Todo empezó ese día, un lunes en la mañana donde todo parecía indicar que sería un día maravilloso. Los chicos vestían sus uniformes de colegio, con sus camisas muy blancas y sus corbatas bien anudadas, dando una imagen de perfección. Las calles agolpadas de gente que sin ver a su alrededor se amontonaban como gusanos, yendo a cualquier parte sin mirar a los demás, esclavos de sus trabajos y sometidos al simple hecho de conseguir dinero.

El mundo estaba hecho una mierda, la tecnología estaba extendiéndose hasta el más insignificante rincón de la tierra.

Chad veía pasar a todos desde su ventana, estaba indeciso, no quería ir al colegio, pero desobedecer a sus padres era un fastidio. De seguro lo tendrían con sermones sobre la obediencia y respeto por más de un mes. Al final, decidió bajar a la calle y simular que se dirigía a clases. La señora Hunter, la empleada de la casa lo siguió con sus ojos de halcón acechante hasta que dobló la esquina. Chad sonrió ante la facilidad con que burlaba a la pobre mujer, Dios, era molesta, al parecer sus padres no tenían una empleada de servicio sino un escolta para Chad, al final del día, cuando sus padres llegaban a casa después de un exhaustivo día de trabajo, la señora Hunter informaba todos los movimientos de Chad, hasta el más mínimo detalle, desde el simple hecho de patear una puerta hasta el saltar por la ventana de su habitación.

Ese día, la mujer no lo había seguido hasta la entrada de la preparatoria como lo hacía siempre que podía. Ese día parecía ser diferente. Todo estaba demasiado tranquilo, no habían muchas nubes y aún así, el sol aún no dejaba ver su cálido rostro. Hacía frío, demasiado en realidad. Chad subió el cierre de su chaqueta no sin antes acomodar la incómoda corbata.

Por enésima vez, Chad se preguntó si en verdad quería entrar a clases, odiaba las matemáticas, más que cualquier otra persona, no era malo en ellas, su rendimiento era aceptable, no obstante, el ver tantos números juntos, le daba ganas de dormir. Aunque gran parte de su odio por aquella materia, era culpa de su maestro; el señor Massey. Un grandísimo idiota con cara de comemierda y sonrisa retorcida, lo único que había en su cabeza eran números y eso le impedía pensar. Era tan irracional como un puto asno y tan terco como nadie, un maniático del orden y alguien obsesionado con la ciencia ficción.

Podría pasar días enteros hablando sobre aritmética, álgebra y demás ecuaciones y operaciones matemáticas si la campana no lo sacaba de su trance. A la mitad de su clases, la mayoría de los alumnos ya habían desertado, el único entre los que se quedaban, era Chad, la pasaba durmiendo, pero permanecía dentro del aula y eso lo ayudaba a que sus exámenes no fueran un desastre. Entre sus siestas dentro de clases, lograba oír la ronca y molesta voz de su profesor, y aunque no estuviera viendo, podía imaginarse que estaba haciendo el desgraciado, ya que explicaba hasta el más mínimo detalle.

Después de mucho pensarlo, decidió entrar y sentarse en uno de los asientos de atrás, donde la vista del redondo hombre cubierto de vello no alcanzaba a ver con total claridad.

—Llega tarde, señor Peterson— Chad giró los ojos e ignoró el regaño del hombre — el primer día de clases de este semestre y llega tarde— el corpulento hombre iba a seguir dándole sermón a Chad, pero se contuvo y siguió garabateando números en el tablero.

Ser estudiante de último año lo tenía harto, trabajos y más trabajos lo estaban dejando seco. Chad se sentó de mala gana en su silla y dirigió su mirada hacia afuera. Allí, el viento estaba meciendo las ramas florecidas de los árboles cobijados por ya una muy avanzada primavera. El sol seguía sin brillar con toda intensidad y las ventanas estaban comenzando a llenarse de pequeñas gotas de rocío.

E.P.I.C.N.EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora