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— ¡Bienvenido a los glaciares dorados! — Esben se veía sumamente animado de mostrarlo algo tan importante a una persona tan importante en su vida.

Rubén observaba con sorpresa el enorme tamaño de las paredes de hielo azulado que tenía justo delante, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, un camino se abría paso en medio de ellos, lo que sea que se encontrase dentro de los glaciares ya había sido explorado.

— ¿Dorados? Yo veo el hielo azul — Esben soltó una carcajada ante el comentario, tomando el brazo de su hijo para llevarlo al recorrido.

— Estos glaciares aparecieron solos hace un año — Rubén escuchaba atentamente — Dicen que una luz dorada salió de aquí la noche que fueron creados. Era peligroso acercarse, así que esperamos unos meses para empezar la investigación —.

— ¿Por eso los caminos aquí adentro no son peligrosos? — preguntó, habían avanzado bastante, puesto que no veía el lugar por donde habían entrado. Era como un laberinto.

— Así es, lo único peligroso del lugar es lo qué hay en el centro exacto de los glaciares. Perfectamente centrado —.

El recuerdo fugaz de Vegetta cruzó por su cabeza.

— ¿Qué hay en el centro? — preguntó curioso.

— ¿Estas listo? — supo que estaban en el centro, pues podía ver un amplio pasillo a espaldas de su padre que giraba a la derecha.

— Siempre —.

Esben sonrió orgulloso. Le alegraba ver que las palabras de ayer no le habían afectado en lo absoluto al héroe protector de Karmaland.

— Entonces... — sin preámbulos de hizo se un lado para dejarle pasar primero.

Rubén camino nerviosamente, entrando a lo que parecía una habitación entera, sin embargos no tenía muebles y estaba hecha de hielo completamente vacío. Excepto por el centro del lugar.

Era una columna de hielo, pero a diferencia de todos los glaciares azulados, este hielo era completamente transparente, casi parecía hielo. En su interior había lo que parecía un huevo del tamaño de un brazo, completamente blanco con detalles dorados y oscuros en él, parecía como si hubiesen sido pintados con un pincel. Era muy bonito.

Rubén caminaba hipnotizado hacia él. Tenía una belleza y una luz radiante y atrayente.

— ¿De qué es? — preguntó, sin dejar de mirar las lineas de colores.

— Aún no estamos seguros, nuestras sospechas son la de un huevo de dragón de hielo. Pero tiene sus contras. — explicó, entendía la reacción del chico, era un huevo sumamente hermoso e irreal.

— ¡Señor! — Esben se giró al escuchar que le llamaban, sonrió alégreme al ver de quien se trataba.

— ¡Voy en un momento, Frank! Ahora vuelvo, hijo, no te muevas de aquí —.

Rubén realmente no había escuchado sus palabras, sentía que su vida dependía de mirar aquel huevo. Su pálida mano se alzó para dirigirla hacia la capa de hielo, tembló ligeramente cuando las yemas de sus dedos sintieron el helado tacto.

Solo fue cuestión de un parpadeo para encontrarse en otro lugar.

Parecería que el tiempo había sido deteniendo, pues todo a su alrededor era completamente gris, excepto él y el huevo delante suya.

Dio unos pasos hacia atrás, absolutamente aterrado, no entendía que estaba pasando. Especialmente cuando el huevo comenzaba a emitir una luz dorada.— ¡Rubén Doblas! — se giró rápidamente, tratando de buscar de dónde provenía aquella voz. Era imposible que viniera del huevo, ¿verdad? — ¡No te asustes, héroe de Karmaland! —.

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