SEATTLE Y JILL.

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"Somos producto de nuestro pasado, pero no tenemos por qué ser su prisionero"
- Rick Warren.


- Eres fuerte chico, mantente así, lo necesitarás al reconocer los cuerpos, no me gustaría obligarte, pero es la única manera de confirmar los hechos. – Soltó el policía con escasa empatía.
- Solamente voy para demostrarle que está equivocado, mis padres no responden el teléfono, pero ellos están a salvo, espero regresar a tiempo, no quiero que se preocupen por mí. – Respondió Dan.
- Espero estar equivocado yo también, no es la parte favorita de mi trabajo.
- Lo está, eso ya quedó claro.
- Bien, llegamos, ¿Estás listo?
- ¿Listo para demostrar que está equivocado? Sí.
Ambos bajaron de la patrulla y se dirigieron a la morgue, dentro del hospital principal de Washington.
- Buenas noches, el chico viene conmigo. – Se dirigió el oficial a la seguridad del lugar-
Daniel tuvo una horrible sensación al pasar seguridad, sintió como si todo su cuerpo se comenzara a entumir, sintió vómitos y mareo.
- Chico, ¿Estás bien? – Preguntó el Oficial.
- Sí … creo.
- Podemos esperar unos momentos más, no debe de ser de inmediato.
- Entremos, estoy listo.
Ambos se dirigieron al cuarto donde se almacenan los cuerpos recién llegados, al entrar caminaron hacia donde se encontraban dos camillas separadas.
- Vuelvo a preguntar, ¿Estás listo? – Preguntó el Oficial.
- Sí, lo estoy. – Respondió confiado San.
- Bien, voy a destapar el primero, lentamente, ambos estaban en el mismo coche, así que de reconocer un cuerpo no será necesario revisar el otro.
- Entiendo.

Muy dentro de Dan sabía que sus padres se encontraban a salvo, tal vez ya habían llegado a casa, ¿Era bueno que viera un cadáver por primera vez de esa forma? ¿Era ortodoxo?, de pronto se vino un pensamiento que paralizó a Dan, ¿Y sí son mis padres?

El Oficial comenzó a destapar el primer cuerpo, lo hizo lentamente, abrió la bolsa poco a poco y cuando llegó a la mitad, escuchó un lamento, eran Dan llorando en el piso, desconcertado, confundido, destrozado, no hizo falta destapar más del cadáver, ni preguntar al chico si eran sus padres, se había confirmado por la reacción de Daniel.

- Chico, necesito que te calmes. – Se dirigió el oficial hacia Dan.
- No me toques, te odio, ¿Por qué?, ¿Por qué ellos? – Respondía Daniel mientras daba patadas al policía en el suelo para evitar que se acercara a él.
El oficial intentaba llegar a Dan para “abrazarlo” y evitar que siguiera golpeando todo a su alrededor.
- Te dije que me dejes en paz, no me toques. – Gritó Dan con desesperación.
- Chico, te vas a lastimar, por favor trata de guardar un poco la cordura. – Exclamó el oficial con las manos enfrente para mostrar que era inofensivo.
- Nooo, ¿Por qué, por qué? – Seguía pateando Dan, mientras lloraba destrozado ……..

De pronto todo pasó en cámara lenta, en silencio, el oficial seguía intentando calmar a Daniel, mientras él se defendía y seguía gritando.

- Señor, hemos arribado, todos los pasajeros han bajado, ¿Se encuentra bien? – Preguntó el chofer del autobús.
- Sí, perdone. – Reaccionó Dan después de despertar.
- Le tengo que pedir amablemente que abandone el autobús, pronto llegará el siguiente y tengo que desocupar el lugar, ¿Ya tomó su equipaje?
- Solamente traje ésta mochila, gracias, bajaré.

Daniel bajaba del autobús desconcertado del sueño que acababa de tener, hace mucho no tenía pesadillas relacionadas con la muerte de sus padres y esa noche ya habían sido dos, no era coincidencia una segunda pesadilla, después de todo estaba de regreso en el lugar donde ocurrieron los hechos.

La casa de Jill se encontraba a 10 minutos caminando de la terminal de autobuses, tenía años de no verla en persona, mantenían contacto únicamente por llamadas telefónicas y mensajes de texto, ¿Reconocería a su mejor amiga después de tantos años?

Luego de 15 minutos de caminata a paso lento arribó a la casa de Jill, observando a personas de negro entrando y otras fuera fumando. Entró a la casa, buscando a su amiga, se dirigió a la sala principal y comenzó a buscar a su amiga con la mirada, hasta que vio a aquella chica rubia, de ojos verde claro y cara nostálgica sentada alado del ataúd de su madre, tomó unos minutos antes de que sus miradas se cruzaron, entonces Jill lo observó fijamente y se levantó para darle un fuerte abrazo.

- Lamento muchísimo tu pérdida Jilly. – Susurró Dan al oído de su amiga mientras la abrazaba.
- Lo sé, muchas gracias por haber venido de tan lejos, no puedo creer que estés aquí. – Respondió Jill.
- ¿Cómo lo estás tomando?
- Es difícil tener a una persona enferma, pero es aún más difícil tener a una persona con cáncer terminal, ya no tienes esperanza de que algún día podrá curarse, cualquier día podría ser el último, duermes con la intriga de saber si al otro día se podrá levantar, y llega un día en el cual ya no abre más los ojos, la extraño Daniel.
- Lo sé, comprendo, no hay palabras para consolarte, en serio lo lamento.
- Gracias, no sabes cuánto lo aprecio, si no estuviera tan triste podría decirte que te ves muy bien.
- Bueno, llevamos años sin vernos Jilly, las personas crecen, al igual que tú, ahora eres toda una mujer, una muy bonita por cierto.
- Diría que tenemos mucho de qué platicar, pero no es así, hemos sido cercanos, lo único que diferencia las llamadas a esto es que estás frente a mí y puedo ver tus expresiones. – Comentó Jill.
- Así es, me alegro de verte, muchísimo.
- ¿Tienes dónde quedarte?
- Pensaba quedarme en algún hotel barato de por aquí.
- Tonterías, te puedes quedar aquí, no eres un desconocido.
- Lo aprecio, gracias.
- Ahora si me permites, la gente no para de llegar, estoy harta de que me den el pésame.

Jill era una mujer rubia, de estatura promedio, ojos verde claro y facciones finas, tenía la misma edad de Daniel y lo conocía desde los 13 años al ser su compañera de proyecto en clase de ciencia. Jill era soltera, desde que su madre fue diagnosticada con cáncer dedicó su tiempo a ella, no tenía padre, fueron abandonadas cuando Jill tenía apenas 5 años, y a pesar de tener muchos pretendientes nunca quiso formalizar algo, su madre siempre fue su prioridad.

Las personas comenzaban a irse, pasaban los minutos y la casa se iba vaciando, hasta que no quedó nadie, excepto Daniel y Jill.

- ¿Qué haces? – Preguntó Jill.
- Acomodando mi cama. – Respondió mientras ponía unas sábanas sobre el sillón.
- No seas tonto, dormirás conmigo … “No muerdo, lo prometo”

TRES DIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora