III.

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Capítulo 2. Parte II

Siempre había creído que la vida era un conjunto de actos predestinados, actos que nos llevaban al punto donde debíamos estar. Que debía dejar la vida actuar porque todo se pondría en orden, que no debía moverme, porque el destino estaba escrito.
Pero exactamente en ese momento, donde el clima decretaba que solo se pondría peor, podría fácilmente decir que era mentira, la vida que estaba viendo frente a mis ojos y el sentimiento de paz que estaba sintiendo había sido porque había movido mis piezas, no era el destino, eran acciones creadas por mí misma. Era mi fuerza de voluntad creando mi nuevo mundo.
Y todo eso, me llevaba a mi momento de admiración a mi nuevo lugar.

El día iba a ser horrible.

El cielo estaba nublado, los rayos del sol eran más débiles de lo que habían estado hace unas horas y el viento que soplaba era frío. Todo eso combinado había provocado que cada cierto tiempo volviera a colocarme bien la ropa; ajustaba mi chaqueta, levantaba las medias que estaban por debajo de mis pantalones y que se caían porque el elástico ya no servía, me aferraba a mi gorro y me resistía a que mi bufanda golpeará mi cara.

El día iba a ser horrible.

No sólo porque el clima me había fastidiado hasta el cansancio, sino también por el hecho de que había pasado unos cuantos momentos con preguntas directas e indirectas, comentarios sarcásticos e irónicos, todo tipo de acto sucio para conseguir información, quería saber qué había detrás de todo, cuando los ojos le pesaban a Ren y Naoko parecía energética. Todo lo que había pasado y que no había entendido.

Lo peor, era que seguía sin entender, porque nada de lo que hice obtuvo resultados.
Ren se había encerrado en su habitación, terminando conmigo sola. Completamente sola en una ciudad que no conocía.
¿Y qué se hace en una ciudad en la que no conoces ni una sola calle?
Perderse. Claro.

La ciudad —tal y como había descrito Naoko con sus pobres habilidades descriptivas— era ruidosa, pero contenía cierto encanto del cual no podía escapar. A pesar de las temperaturas, las personas no dejaban de moverse, iban y venían de manera coordinada, como si todos supieran donde iban, como si tuvieran un lugar asignado. El moverse como persona apenas integrada en la escenografía era cansado y terrorífico, pero pude moverme con habilidad entre ellos.

Sin importarme si el viento soplaba fuerte, sin importarme que la punta de mi nariz estuviera congelada, yo no dejaba de ver todo. Porque a eso había venido, a sentir. A explorar. A conocer.
Así que con eso en la cabeza, vagué por la ciudad sin un rumbo fijo, yendo de lado a lado con la cámara de mi celular encendida. Tomaba fotos a todo lo que podía y se lo enviaba a Ren, aunque era un chat unilateral. Con mis pasos y suspiros dados porque el frío cada vez era peor, terminé frente a un gran edificio.

Entre árboles con troncos gruesos y escasos de hojas en sus ramas, se alzaba una estructura que no lograba asimilar del todo. Con paredes en un color arenoso, con ventanales enormes que no cumplían con su función porque estaban opacos, puertas dobles y columnas alzadas donde las figuras de distintas mujeres estaban esculpidas, estaba un edificio con letreros a los lados de sus puertas que invitaban a entrar por su exhibición de arte en nombre de un autor desconocido. Un pintor con el seudónimo de Kon.
Era una galería de arte.

Camine, totalmente hechizada por la idea de pasar algunos minutos dentro. El dibujo y la pintura me aburrían, era algo de lo cual podría pasar de largo contrario a mi amor hacia el teatro, pero al ver algo que nunca había visto me era inevitable el querer entrar, al igual, la idea de pasar las yemas de mis dedos por las columnas me embriagaba.
Y al estar frente a las columnas pude observarlas mejor, cada figura portaba algo diferente, haciéndola única. La más cercana a la puerta tenía entre su mano la cabeza de un hombre, sonreí y decidí acercarme a esa.

𝗦𝘂𝗻𝘀𝗵𝗶𝗻𝗲 | Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora