Parte 2 / VIII.

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PARTE II.
PRIMAVERA
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Los martes podrían ser catalogados como tranquilos y poco productivos.

Y es que el habitual ruido que se lograba escuchar los fines de semana era apagado por los murmullos de los martes, era como un zumbido mezclado de canciones en tono bajo y conversaciones a oreja. Todo aquello no dejaba más que una puerta abierta para buscar maneras de deshacerme del aburrimiento, y la que más me gustaba recorrer era escuchar música.

Las canción del momento se reproducía en tono bajo, pero lo suficiente para elevarse dentro de las cuatro paredes que me rodeaban, la tonada llegaba hasta mí, intensa y satisfactoria que me llenaba de felicidad y lograba que golpeara con las yemas de mis dedos sobre mis muslos en un intento absurdo —y nada parecido— de seguir el ritmo de la canción.

Entre mis golpeteos y la sensación de aburrimiento en conjunto con las ganas de perderme en mí misma, las palabras que había utilizado Megumi para completar mi teoría llegaron de nuevo a mi cabeza.

Conexiones rotas. Un momento en el futuro, un enlace que aún no estaba fabricado por las decisiones que faltaban por tomar.

Y eso solo desataba un pensamiento en mí.

¿Cuántas conexiones más tendría en la vida?

Estaba segura de algo. Conocería más personas, más lugares, más colores y olores. Y así como conocería a nuevas personas, también rompería otras relaciones.

—¿Quieres que sea cupido ahora?

—Que mierda —murmure tras el repentino salto que había dado por la voz de Megumi saliendo de la nada.

—¿Te asuste?

—Claro que lo hice —coloqué una mano sobre mi pecho, sintiendo como mis latidos iban rápido— ¿Cuándo entraste? Gran descubrimiento no me di cuenta.

—Toque muchas veces, pero no respondiste —recargó su mejilla en la palma de su mano, sentado en el sillón con una sonrisa inocente tratando de cubrir su arrogancia—, supuse que no me escuchabas por la música.

—¿Y por qué no me hablaste?

—Lo hice —de nuevo aprecié su sonrisa llena de burla—, pero estabas viendo el techo, murmurando mi nombre.

Una ola de vergüenza me inundó.

—Es mentira.

—No le diré a nadie que te sientas en la oficina a murmurar mi nombre —se encogió de hombros.

—No lo hice.

—No —sonrió—, pero ¿puedo imaginar que sí?

Lo observé, con una ceja en alto. Seguía sin entender porque lo señalaban como alguien introvertido.

—Libertino.

—Auch —llevó su mano izquierda hacia su pecho, cerca de su corazón—, ya te dije que no lo soy. Cree en mí.

No dije nada y él solo asintió para que después un aire de incomodidad nos rodeará. No sabía qué decir o hacer.

—Y... —Megumi rompió el silencio— ¿Por qué te veías triste?

Lo observé atentamente, parecía preocupado porque sus cejas estaban en esa posición que grita preocupación, después de nuestra conversación en la galería de arte de hace una semana todo había cambiado.

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⏰ Última actualización: Jun 03 ⏰

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𝗦𝘂𝗻𝘀𝗵𝗶𝗻𝗲 | Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora