VII.

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Los fines de semana parecían ser de los más agitados en la cafetería, lo había presenciado desde ayer, viernes. Montse había caminado de un lado a otro, algunas veces paraba para tomar aire o sentarse unos segundos, había visto como Ren iba detrás de ella, ayudándola, pero aun así, Montse no paraba.

Lo bueno de los sábados es que había más personas para atender las mesas desde temprano, pero aun así los clientes salían y entraban sin parar, el negocio de Eiji era exitoso a pesar de que él no supiera cómo llevarlo.

Unos golpes ligeros se escucharon en la puerta.

—¿Puedo pasar? —era la voz de Megumi.

—Claro, pasa.

Pasé mis dedos entre mis cabellos, en un intento torpe de hacerme ver presentable.

—Perdón si te interrumpí.

—No te preocupes —sonreí mientras me paraba de la silla y me estiraba—. De hecho, fue bueno, no me había dado cuenta que ya era hora de parar.

—No trabajes demasiado —sonrió—. Aunque lo entiendo, Eiji es malo en esto, quién sabe cuánto trabajo tengas que hacer.

—No sé qué decir ante eso, es mi jefe —reí y él también lo hizo—. Entonces ¿Ya nos vamos?

—Sí, ya hay que irnos ¿Quieres ir caminando o en mi auto?

—Creo que caminando, la galería no queda lejos además de que mis piernas me lo agradecerán.

Ambos nos dirigimos hacia la salida de la cafetería, despidiéndonos de todos solo con un leve movimiento de mano, estaban ocupados.

Al salir, caminamos en silencio durante un tramo, donde pude perderme de nueva cuenta en observar la ciudad, escuchar cada sonido y evitar respirar en ciertas zonas, pero al haber cruzado una calle y solo faltando otra para llegar a nuestro destino, Megumi inició la conversación, tal vez estando un poco incómodo por el silencio entre nosotros.

—¿Qué tal tu primera semana en esta ciudad?

—Ha sido genial —respondí mientras trataba de esquivar a las personas que pasaban a un lado de mi—. Aunque aún no me acostumbro al ritmo que tienen todos aquí.

—Supongo que en unos meses más serás toda una citadina.

Lo observé, en su rostro estaba su sonrisa altanera. Un gesto que había comenzado a comprender que era burla. Decidí responderle de la misma manera.

—Y quizá tu dejes de ser un libertino —ambos paramos en el cruce, esperando a que se nos diera el pase.

—Auch, ¿aun crees eso de mí? —me tomó del codo para avanzar, observando ambos sentidos para poder cruzar—. Creo que las cosas no se dieron como deberían ser.

—Es solo que tienes la pinta.

Cruzamos la calle y nos detuvimos, recibiendo algunos insultos por estrobar, pero a él ni siquiera le importaba, solo levantaba la mano, agitando los dedos cada que nos decían algo.

—¿Qué es lo que hace un libertino? Desde tu perspectiva.

—Pedir números para salir cuando no conoces a la otra persona es una de ellas.

—Bien —asintió—, ¿qué más?

—Hablarle con demasiada confianza a una chica que solo has visto contadas veces.

Nuestra caminata se reanudó. A pesar del ruido, se mantuvo atento a mi, escuchando mi crítica hacia él.

—Pensé que ya éramos amigos —se encogió de hombros—, pero dime que más.

𝗦𝘂𝗻𝘀𝗵𝗶𝗻𝗲 | Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora