V.

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PARTE I

El destino es una consecuencia, no un camino predilecto.
Eso es algo que aprendí poco a poco.
El destino estaba construido por pequeñas consecuencias dadas por las decisiones que se tomaban. Nada más. Nada místico detrás de eso.

Solo consecuencias.

Así que, comprendiendo eso, llegué a una conclusión: tomaba malas decisiones. Pésimas, en realidad.
Y una de ellas había sido aceptar el ser administradora de una cafetería que casi no había sido administrada, porque ahora, estaba con una tonelada de hojas sobre el escritorio y dos tazas que antes habían contenido café.

Lo único bueno, era la hora.

Eran las siete de la noche y con ello mi turno había finalizado, mi primer día.
Y con ese primer turno había tenido suficiente para una bienvenida; mis ojos ardían porque casi no parpadee, mi cuello dolía cada que lo giraba y mis muñecas cada que las movía. Nunca había tenido tanto dolor físico en mi vida.

Los golpes en la puerta hicieron que dejara de enumerar mentalmente mis malestares.

—¿Sí? ¿Qué sucede?

La puerta fue abierta por Yuuma. Tenía una sonrisa tensa sobre los labios y me sentí avergonzada por recordar nuestro primer encuentro.

—Perdón por interrumpir. Es solo que ya estamos por cerrar...

Dejó las palabras descansando en el aire. movía los labios, como si estuviera procesando que palabras debían seguir de la otra.
Eleve mis cejas a la espera de que siguiera hablando, cuando asintió y parecía satisfecho, fue empujado, terminando en el piso y dando un grito fuerte. Arrastré mi silla soltando un chillido por la impresión.

—Yuuma, ¿estas...?

—¡Te haremos una fiesta de bienvenida! —mis palabras fueron interrumpidas por una castaña que no había visto antes— ¡Vayamos a la terraza!

Antes de poder darle una respuesta, pasó por encima de Yuuma, corriendo, hasta llegar a mí y tomarme de la mano.

— ¡Vamos, Vamos! —tiro de mi y con su pie dio un pequeño golpe al costado de Yuuma— ¡Apúrate a limpiar esas mesas!

—¿Qué? ¡Espera, se supone que esta vez me ayudarías!

La castaña avanzó con rapidez mientras reía a carcajadas, y aún con sus risas estridentes rebotando por el aire, me cuestioné el hecho de que quien no me había ido a buscar había sido Ren. Con una firmeza que no sabía de dónde había sacado, la detuve.

—Espera, ¿dónde está Ren? Dime que no se ha ido, por favor.

—¿Ren? —preguntó— ¿La chica antipática?

—Sí, esa.

—Esa chica estaba más entusiasmada por la fiesta que nosotros mismos. No se fue. Está arriba.

Fruncí el ceño ante su respuesta.
¿Ren emocionada por una fiesta? ¿La misma persona que la última fiesta a la que había ido fue a los diez años?
Quizá no habláramos de la misma Ren.

—¿Estamos hablando de la misma mujer de cabello negro, delineado creativo y maquillaje cargado en tonos oscuros? ¿La misma?

—Segura —asintió repetidas veces—, se llama igual que Panda, pero jamás podría confundirlos. Panda no maldice cada cinco minutos.

—Entonces si hablamos de la misma persona.

—Que sí, venga, ya vámonos.

La seguí por la escalera en forma de caracol, esta vez sin detenerme, o más bien un intento de eso, porque fueron más las veces que había resbalado por los angostos escalones que de lo que avanzábamos, pero al final ambas logramos llegar a la azotea. Ilesas.

𝗦𝘂𝗻𝘀𝗵𝗶𝗻𝗲 | Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora