29 de marzo-2026
Como ratas cuya madriguera se incendia, corríamos con pánico y premura por dar con un lugar seguro. Un parqueadero subterráneo fue el único lugar que juzgamos adecuado. Tenía columnas muy anchas y sobre él reposaban dos pisos de apartamentos pequeños para estudiantes. Tras cuatro horas de llanto y desesperación, llegaron brigadas de rescate que nos guiaron a un refugio en la plazoleta de eventos de Corferias.
Era un espacio enorme con varios pabellones en los que se estaba improvisando un refugio para las víctimas. El lugar estaba repleto. Seguía siempre a quienes estaban frente a mí, pues no entendía ninguna instrucción. Nos guiaron primero al pabellón de atención médica.
Mientras esperaba mi turno, las personas parecían discutir. Muchos insistían con sus móviles buscando respuestas en las noticias. No se cuál era mi expresión, pero sabía que en cualquier momento empezaría a gritar. Sin embargo, un socorrista lo notó y me pasaron de inmediato a una improvisada tienda de atención médica. Con desesperación le indiqué al doctor que no podía oír. No sé si realmente salía voz de mi garganta o sólo sílabas incoherentes, pero mis gestos y mi incapacidad de responder a lo que fuera que él me comentaba debieron indicarle que algo estaba mal con mi audición. Examinó mis oídos y llamó a un asistente que me acompañó a una camilla. Me pasó un formato y subrayó los espacios en los que yo debía anotar los datos de mi familia e información de contacto. Sólo cuando tuve que anotar sus números telefónicos, me percaté de que no tenía mi celular. Realmente nunca me he aprendido un número telefónico diferente del mío. Miré preocupada al asistente y le hice un gesto de negación mientras indicaba con el dedo el espacio que no podía llenar. Me miró preocupado y se llevó el documento. Pasaron varios minutos y entendí que no volvería en un buen rato. Quise creer que si me dormía, al despertar nada de esto estaría pasando, despertaría en mi habitación y me diría que no me vuelvo a acostar enojada y sin cenar. Quizá con suerte, si despertaba en ese horrible refugio, al menos despertaría con mi audición restaurada porque...era algo pasajero. Eso trataba de creer.
Cerca a la madrugada, un temblor en la camilla me hizo despertar. Había ocurrido otra explosión.
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Próximo capítulo: Nunca me sentí tan vulnerable, tan indefensa. Nunca sentí tanto miedo hasta que conocí al enemigo.
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Una particular crónica del fin
Science Fiction«Siempre pensé que el humo era el alma de la materia, la esencia sagrada que se libera con el fuego. Mi cabeza sangraba por la violenta colisión contra la pared. Escuché un zumbido muy agudo que resonaba por todo mi cráneo. Sentía las manos y las pi...