VII

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Olor a sangre, carne quemada, algo salado o quizá eso último era el sabor de mis lágrimas. Un calor líquido recorría mi cuerpo, no sé si era la sangre o sólo una corriente de violencia que circulaba por mi espalda. Acabo de matar a alguien. Yo...en verdad creí que moriría justo en el instante que lo ataqué, pero ¿por qué lo derroté? Él era tan fuerte ¿Cómo diablos no usó conmigo el fuego que empleó con Ricardo?

En un segundo vi pasar mis últimos días frente a mis ojos. No podía entender cómo aún seguía viva. Sabía que lo había tomado por sorpresa con mi reacción, pero pudo responder con golpes a mi rostro. ¿Acaso no podía usar fuego en esa situación? Tal vez su habilidad está limitada a un par de veces. No, si ese fuera el caso ¿por qué lo usó tan desprevenidamente cuando entró a la celda? Entre lo que pasó con Ricardo y lo sucedido conmigo algo tuvo que ser diferente ¡Su uniforme! No tenía su abrigo, su buzo ni su collar cuando lo enfrenté. Alguno de esos objetos debía contener algún tipo de dispositivo que produjera el fuego.

Dejé caer mi rostro y me aterroricé. No me había percatado de que aún estaba sobre el cadáver de mi abusador. No podía distinguir nada claramente, pero sentía la sangre pegajosa y sabía que era una escena tétrica.

Mis manos aún estaban encadenadas así que, con mis pies, traté de tantear el suelo en busca de la ropa. Con dificultad agarré el abrigo entre mis piernas y lo acerqué. No tenía nada extraordinario. Lo mismo sucedió con el buzo. Sólo eran tela común, tenía que ser el colgante. Tuve que pisar varias veces hasta que sentí la punta del colgante de obelisco enterrarse en la planta del pie. Me era imposible agarrarlo, pero al menos pude arrastrarlo cerca. Terminé por enredarlo junto a mi tobillo como si fuera una pulsera.

Con mi otro pie traté de encontrar un botón o algún modo de usarlo, pero no obtuve resultado ¿Qué diablos estaba haciendo? Me sentía idiota. No tenía la más mínima oportunidad de sobrevivir. Tarde o temprano alguien me encontraría en ese desastre de muerte y, si era afortunada, me asesinarían. No quería pensar en qué atrocidades podrían pasarme de lo contrario. Desesperanza.

Con el pasar de las horas, mi rostro empezó a sentir todo el dolor acumulado de los puñetazos que recibí. Sentí como mi afiebrada piel se hinchaba. También dolían mis dientes. Quería dormir, pero el dolor, el hambre la suciedad no me lo permitían. Sólo deseaba mi fin. Me esforcé por gritar. Incluso sin oír mi voz, creía que lo estaba haciendo. Quería que vinieran a matarme.

No percibía el tiempo, no sé si me tomó treinta minutos o una hora, pero la puerta se abrió. Tan pronto como los tres hombres ingresaron, tuvieron que cubrirse la nariz. No podían soportar el olor. Mientras uno vomitaba, otro de ellos encendió una flama con su mano y empezó a inspeccionar la celda. A primera vista seguro me creyeron muerta, pero al iluminar mi cuerpo sus expresiones se llenaron de horror y asco. De inmediato apuntaron sus manos hacia mí. Sonreí aliviada: por fin iba a morir. Me imaginé ardiendo en llamas como si fuera una antorcha humana tan caliente y tan radiante que incluso los quemaría a ellos junto con todo ese maldito lugar. Deseaba el infierno y eso es lo que hice.

Expulsaron una gran flama sobre mi. El fuego cubrió toda mi vista, pero no sentí dolor. Dos o tres segundos después abrí mis ojos para notar que de algún modo el fuego era repelido al rededor mío. Se desviaba a los costados como si una barrera me protegiera. Sin embargo, el fuego empezó a quemar las muros y las cadenas. El rojo metal ardiente quemó mis muñecas haciéndome revolcar en espasmos de dolor y agitándome sin control hasta que lancé una patada al aire. Una enorme muralla de fuego surgió de la punta de mi pie y en un instante atravesó a los tres hombres dejándolos carbonizados. Mis muñecas seguían ardiendo al rojo vivo así que tiré con todas mis fuerzas y las cadenas se rompieron. Los trozos que cayeron sobre mi espalda me hicieron arrebatarme hacia adelante. Por un par de segundos, mi cuerpo estuvo cubierto en llamas como si fuera una aura.

Al tiempo que me incorporaba, se fue desvaneciendo la llama. Tomé el colgante y me aseguré de sujetarlo muy bien a mi tobillo. Estaba furiosa. Miré una última vez los tres cuerpos carbonizados, el cadáver en llamas del hombre que había tratado de abusar de mi y los trozos cubiertos de ceniza que alguna vez fueron Ricardo. Supe que debía purificarlo todo con un fuego que ardiera inclemente hasta que sólo mi silencio reinara en el lugar. 

Una particular crónica del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora