Alex

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Con los zapatos empapados en agua, corrió hacia su trabajo, la única protección de la lluvia en la ciudad salió volando con una ráfaga de aire.

Los puso a secarse en la estufa y se puso unas sandalias de plástico, con los pies fríos le dio los buenos días al primer cliente del minimercado.

En japón eran consideradas tiendas de conveniencia y muy populares, en el lugar donde ella vivía eran los mercados donde compraste ese bote de tomate que te faltaba o esa sal que olvidaste, no era un tipo de tienda muy popular, pero era práctica para barrios alejados de los supermercados como ese.

Pero claro, ¿cómo podría la ciudad tener un supermercado cerca de una zona residencial? No, en esta ciudad no había niños ni ancianos, simplemente había matones sueltos y gente pobre por todas partes, no pobre de vagabundo, pero si pobre de no poder encender la calefacción más de una hora a la semana.

Por lo menos ella no podía y cada vez que su familia veía la factura sudaba. Eso les pasaba a sus padres por ponerse a coger como conejos y tener tantos hijos. Incluso ahora el único negocio familiar confiable que tenían era la tienda de lencería erótica de su padre y abuela.

-Buenos días, señora- ella sonrió como una estafadora y contuvo una mueca de asco cuando esa mujer llena de perfume la miró como basura. Si, de vez en cuando había gente así en la tienda. Gente que se cree mucho mejor que ellos por tener dinero, su corazón solo quería arrancarles la cara a mordiscos a gente así.

Si tan ricos se creen ¿por qué los veía alquilando coches para presumir? si tan ricos se creen ¿por qué iban a comprar al barato y de mala calidad minisúper? si tan ricos se creen ¿por qué no dejan el dinero en sus manos para que ella coma?.

Eran las 12 del mediodía, su estómago que siempre gruñía a esa hora parece que se había rendido, estaba tan acostumbrada que le extrañó no oírlo. Pero ella sonrió, justo hoy caducan muchas carnes, tanto ella como el jefe se las llevaron a sus familias y tendrán un festín de carne recién caducada por un día.

No pudo esperar.

-Vamos a almorzar.- el viejo salió de su pequeño despacho, lleno de facturas y papeles.

Salieron y se sentaron en las cajas que había en la entrada, aún llovía a cántaros, pero sintió el ambiente reconfortante.

-Que aproveche- los dos comieron los bollos que caducan hoy, estaban secos y el relleno casi hecho una bola de chicle, pero la comida era comida y ella la disfrutaba siempre, ya sean fideos pastosos o un bistec de cinco estrellas, la comida era deliciosa.

Miró al cielo mientras llenaba sus mejillas de pastas secas, nubes grises, gotas transparentes y algún que otro avión, un pasatiempo que tenía para distraerse era mirar el cielo, así de simple, era grande y siempre era distinto, nunca era aburrido.

-Dicen que Estados Unidos está caótica- empezó ella.

-Eso dicen las noticias-

-Australia tienen muchos incendios- empezó ella, una vez más.

-Eso parece-

-Parece que la prisión tiene un motín.- empezó ella, otra vez.

-Lo escuché por la radio-

-Aquí están condenando muchos políticos- empezó ella, desternillándose por las respuestas.

-Es verdad-

-Abuelo... eres aburrido- terminó ella, tenía una sonrisa en la cara y el anciano no sabía si se estaba metiendo con él o divirtiéndose con él. Se atragantó con la pasta seca y rodó por el suelo.

-Y tu una mocosa estúpida.- ella se rió mucho más fuerte, deja de lado la feminidad pensó el anciano, parecía un perro ebrio riéndose de esa manera.

No dijeron nada más y regresaron a trabajar, sus zapatos ya estaban secos y cálidos, con una sonrisa corrió con la mopa por los pasillos recreando carreras o jugando a patinar mientras limpiaba todo.

Entraron una panda de adolescentes, "pijo inseguro y malcriado" gritaba su ropa, su pelo, su actitud, decir que se parecían todos era quedarse corto, el mismo pelo, los mismos tenis, los mismos gestos, al parecer la moda actual era un corta y pega de un modelo único.

-Buenos días.- dejó de jugar con la mopa y puso el cartel de mojado, esperó paciente a que esos adolescentes dejaran de hacerse los interesantes, repetían una y otra vez "yo fui a una discoteca ayer" "pues yo ya tengo cinco novias" "pues mi padre me compró este nuevo iPhone."

-Pues yo tendré hamburguesas gratis para cenar- susurró tan bajo que parecía un zumbido.

Una vez más quiso pegarles con un bate a la gente rica, tan asquerosamente ricos eran ellos sin hacer nada y tan asquerosamente pobre era ella trabajando. Era una contradicción tan rara e irreal.

Empezaba a pensar que ella no era distinta de los racistas, unos odian a los chinos por chinos, unos a las lesbianas por lesbianas, ella odia a los ricos por ricos.

-Te voy a descontar del suelo esa sonrisa que no enseñas- el abuelo le pegó suave con un rollo de papel y entró en su despacho una vez más, dejando la puerta abierta de par en par.

Los adolescentes vinieron llenos de alcohol y le arrojaron el dinero a la barra.

-Todo esto, quédate con el cambio.- Mientras ellos se reían, ella contó rápidamente y sonrió. Pocas veces se las podía devolver a los ricos, aprovechémonos un poquito.

-Señores cliente, les faltan diez euros- puso su sonrisa de estafadora inocente perfecta.

Las carcajadas pararon y se miraron entre sí. Uno de ellos sacó un billete de cincuenta, "que generosos son cuando les ofendes" pensó. -Ahora le doy el cambio-

-No, quédatelo, seguro que te irá bien- los demás sonrieron, pensando que eran mejores, pero la única cosa que era mejor que ellos, era la caja registradora llena ahora de dinero.

-¿Cuánto?- el anciano salió de su despacho.

-sesenta- repartió el botín del engaño.

-que sean ochenta la próxima vez, el alcohol es caro y ellos unos mensos-

El cliente que acababa de entrar vio las sonrisas cómplices de esos dos ladrones y compró fijándose mucho en el precio.

Las horas pasaron y llegaron las siete de la tarde, puso una bolsa de plástico en sus zapatos como protección de lluvia, su mochila ligera antes, pesaba con la carne caducada ahora.

Con una sonrisa se despidió del anciano mientras este terminaba de bajar la persiana.

-Adiós abuelo, hasta mañana-

-Alex, el mundo es más peligroso- la chica se detuvo y miró al anciano. -este país más inestable.- dijo señalando el cielo -las calles son más peligrosas, pídele a Rosa que te acompañe a casa después de trabajar.- Alex no sonrió y asintió seriamente, miró el reloj y se fue corriendo a la estación, su jornada laboral aún no había terminado.

Corre y corre, corre hasta el próximo trabajo, Alex corría y corría una maratón contra el horario poco fiable de Renfe. Pero por mucho que corrió, no sirvió de nada, gracias a la lluvia Renfe se había mojado, inundado y tardado media hora. La gente se enfurruña cuando anuncian retrasos de hasta una hora entera.

-El mundo es peligroso ahora- repitió, Alex miró al mismo punto que el abuelo había apuntado, el cielo.

A ella le gustaba ver el cielo, las nubes, los pájaros, los colores y ese cuadrado enorme negro, no era ni el sol ni la luna, menos una base espacial, era un cubo al que llamaron saturno y apareció el 20 de marzo, de un día para otro.

El tren de Renfe hizo su espectacular y tardía llegada.

-Bien Alex, empecemos el horario nocturno- se puso la mochila en el pecho y entró en la lata de sardinas maloliente.

Saturno se está hundiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora