Doctores.

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Aún le dolían las caderas desde su encuentro con Pin, cuando tuvo que ir con Teresa, su psicóloga. Entró a la clínica, desganada, mal vestida y con una cara desauciada.

- Pensé que no vendrías - dijo alegremente Teresa, al verla.

- Ni siquiera tienes fe en mí, se nota. - se sentó en el cómodo sillón - ahora, quiero que seas rápida, me des mis ejercicios, me digas tus frases bonitas que necesito hacer algo importante.

- Esto también es importante Lyan, pero si no quieres estar aquí, no te obligaré, te dejaré ir a cambio de que me digas por qué estás así.

- ¿Así cómo?

- Así de mal, Lyan. Mírate un momento, por favor.

Lyan se reflejó en un vidrio de una de las ventanas de la consulta y no vió más que un cuerpo pálido, con unos trapos encima y una calavera en la cúspide.

- Tuve mucho sexo, Teresa. Y ahora quiero más, porque por alguna razón me encantó que el tipo con el que lo tuve, sea brusco y me hiciera daño. Se sintió excelente, cuando me abría la carne y yo sangraba. ¿Contenta?

- Sí Lyan, eso me sirve mucho. Ahora ve, pero cuídate.

Lyan se paró, algo desconcertada de lo que le había dicho la psicóloga. ¿Acaso hizo algo bien?

Salió de la clínica y fue a su ginecóloga. Necesitaba hacerse examén para ver si le hizo daño realmente. No le daba verguenza, hasta se sentía orgullosa. Pero la ginecóloga no la felicitó y sólo le recomendó que fuera donde su psicóloga para dejar el sadomasoquismo ahora ya.

Lyan sabía que estaba mal lo que hacía, pero le encantaba, así que apenas podía, tenía encuentros sexuales con los tipos más bruscos y asquerosos que conocía, para así sentir placer. Pero era un placer soberbio, narcisista y malo. No aquel placer que sintió alguna vez, con esa persona tan importante. Una pena.

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